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Las ballenas temen al sonar como si fueran orcas


Las ballenas llevan millones de años afinando su sentido del oído. Muy diferente y muy superior al de los humanos, es su principal instrumento para alimentarse en el medio acuático, tan poco amigo de la vista y el olfato, y para detectar las amenazas a tiempo. Pero desde hace apenas 70 años, los mares se han llenado de un ruido nuevo para ellas, el sonar. Ahora un estudio muestra que responden a sus ondas de la misma manera que lo hacen al oír a su gran depredador, las orcas: dejando de comer.

Durante una década, un grupo de investigadores ha seguido a ejemplares de cuatro especies de ballenas en el norte del océano Atlántico y el sur del Ártico estudiando sus cambios de conducta. A 43 de ellas les habían colocado unos localizadores capaces tanto de registrar el sonido, como la aceleración o la presión. Con todo ello querían saber, además de dónde estaban, qué oían, cuándo se sumergían, hasta qué profundidad o por cuánto tiempo. A bordo de un barco científico, las siguieron durante una decena de campañas, exponiéndolas a grabaciones de orcas y anotando cuando recibían las emisiones de sonar de los barcos con los que se cruzaban.

Los resultados de su trabajo, recién publicado por la revista científica PNAS, muestran que las ballenas dejan de sumergirse en busca de alimento cuando oyen a las orcas. De media entre todos los ejemplares y especies, la reducción del tiempo de inmersión fue del 81,7% respecto a las condiciones de sonido normales. Al analizar los momentos en que también registraban pulsos de sonar de algún barco cercano, comprobaron que la bajada era casi idéntica, de un 79,5%.

“El sonar es un sonido fuerte que representa una amenaza desconocida, a la que los animales responden en función de su tendencia adaptativa para evitar a los depredadores”

Patrick Miller, cetólogo de la Universidad de Saint Andrews (Reino Unido)

El biólogo marino de la Universidad de Saint Andrews (Reino Unido) y principal autor del estudio Patrick Miller destaca esa coincidencia: “Nos sorprendió que las ballenas de nuestro estudio respondieran al sonar con tanta fuerza como a los sonidos de sus depredadores, las orcas”. ¿Acaso confunden ambas señales acústicas? “No, no creemos que las ballenas piensen que el sonar es una orca, porque tienen muy buen oído y los sonidos son muy diferentes”, responde Miller. Este investigador, dedicado a estudiar la acústica y la conducta de los cetáceos, piensa más bien que “el sonar es un sonido fuerte que representa una amenaza desconocida, a la que los animales responden en función de su tendencia adaptativa para evitar a los depredadores”.

Una prueba en la línea de lo que dice Miller es que el grado de respuesta de las cuatro especies de ballenas, aunque diferente, se mantuvo similar ante los dos estímulos, orcas o sonar. Así, los cachalotes bajaron el tiempo de sus inmersiones a la mitad cuando se trataba de ondas sonoras de origen humano y en un 48% al sentir a las orcas. Las ballenas jorobadas redujeron su actividad hasta en un 80% (algo más al percibir el sonar) mientras que los calderones limitaron su búsqueda de comida al mismo nivel tanto para la fuente sonora animal como a la de origen humano, en torno a un 70%. Por último, las ballenas de pico boreales dejaron completamente de sumergirse mientras oían tanto el sonido animal como el artificial.

Estas diferencias en el umbral de respuesta parecen tener un origen adaptativo y de nuevo tendrían a las orcas como agente o presión selectiva. Para los cachalotes, gracias a un gran tamaño, y para los calderones, que se defienden en grupo como los delfines, las orcas son una amenaza relativamente menor. Sin embargo, para las jorobadas, en especial cuando tienen crías, son un verdadero peligro. Lo peor se lo llevan las ballenas de pico boreales. Ni el menor tamaño ni la falta de gregarismo las protegen. Por eso se mimetizan con el paisaje sonoro e intentan pasar desapercibidas. La forma de hacerlo es dejar de usar su sistema de ecolocalización: con él detectan los bancos de peces, pero también entran en el radar de las orcas, así que entran en modo silencio y se dejan llevar por las olas.

Los autores del estudio creen que sus resultados podrían servir para anticipar el impacto del sonar en la actitud de otras especies de ballenas. Han investigado a cuatro que son muy diferentes entre sí. Tres son del grupo de los odontocetos (ballenas dentadas), que usan la ecolocalización. La otra es un misticeto (cetáceos barbados) que no dispone de este sistema acústico. Las cuatro utilizan frecuencias del espectro sonoro diferentes y hay dos de gran tamaño, una intermedia y una relativamente pequeña, como son los calderones. Unas son solitarias y otras son grupales.

“Pasarán generaciones hasta que aprendan y se adapten de la mejor manera para responder al ruido antropogénico y cada generación de ballenas vive mucho”

Patrick Miller, Universidad de Saint Andrews y coautor del estudio

Queda por saber cuándo aprenderán las ballenas que el sonar no es peligroso, al menos no como las orcas. “Pasarán generaciones hasta que aprendan y se adapten de la mejor manera para responder al ruido antropogénico y cada generación de ballenas vive mucho”, se lamenta Miller. El trabajo se ha centrado en una región relativamente libre de orcas y de barcos hasta no hace mucho. Pero el cambio climático está favoreciendo la expansión de ambos cada vez más al norte. Habría que saber que está pasando en otras latitudes y con otras especies. Tampoco hay que olvidar, como recuerdan los autores del estudio, el sonar plantea otras amenazas, como su relación con los varamientos o el deterioro fisiológico derivado del estrés que causa los encuentros con los barcos o tanto ruido humano en los mares.

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