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Las claves del ojo de los 530 millones de años encontrado en Estonia

Nuestro planeta es un lugar en el que todavía quedan muchas cosas por descubrir y la arqueología puede definirse como la auténtica rama de la ciencia que se encarga de este tipo de investigaciones. Los descubrimientos arqueológicos nos permiten conocer el pasado de un planeta en el que apenas llevamos unos años y al que aún le quedan muchos misterios por desvelar. Un claro caso lo encontramos en un curioso fósil descubierto en Estonia que parece definirse como el ojo más antiguo jamás conocido. Te lo contamos.

El ojo que todo lo vio

El ojo tiene similitudes con los globos oculares de los insectos de la actualidad

Conocer el pasado el la mejor forma para poder comprender el presente y anticiparse al futuro. Por eso, cientos de investigadores nos deleitan cada día con nuevos hallazgos que sorprenden a toda la comunidad científica y se hacen virales en la red. Es el caso de este antiguo fósil encontrado en una cueva de Estonia que puede definirse como el ojo más antiguo de la historia. Los investigadores de la Universidad de Colonia han sido los culpables de un descubrimiento que ha sorprendido a todo el mundo. Hablamos de un artrópodo fosilizado con una edad aproximada de 540 millones de años. Una variedad denominada Schmidtiellus reetae del que puede apreciarse claramente un curioso ojo impregnado en la dureza de la roca.

Cabe destacar que aunque guarde cierto parecido, este ojo, no es completamente igual a los que encontramos en la actualidad. Sin embargo, guarda ciertas similitudes con los globos oculares de los insectos actuales. así como con una serie de crustáceos. 

Conservación ejemplar

Fósil de Trilobite

Uno de los aspectos que más ha sorprendido a los descubridores es el buen estado de conservación del fósil. Una pieza única en el mundo de la que se han logrado descubrir distintos datos que serían imposibles de hallar si el fósil hubiera estado en otras condiciones. Cabe destacar que este globo ocular estaba formado por más de 100 células fotoreceptoras denominadas omatidias con dos únicas funciónes:  captar la presencia o ausencia de luz y diferenciar los distintos colores. Pero, sin duda, uno de los aspectos que más ha maravillado a los expertos es la carencia de lente. Esta especie de artrópodo no tenía una visión muy aguda lo que les definía como una fresa demasiado fácil para algunos depredadores de la época.


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