Por no haber, no hay ni boicoteadores. El PP está tan débil en Cataluña que ya no tiene ni quien le proteste en sus mítines: los independentistas más radicales, que antes buscaron a Ciudadanos, ahora van a gritar a los actos de Vox. Pablo Casado, frustrado por el súbito éxito de su escisión de extrema derecha —que acaricia el sorpasso al PP e incluso a Cs— se desgañita en el parque de Sant Jordi de Terrassa, en el cinturón industrial de Barcelona, recordando tiempos mejores. “Nuestro partido habrá cometido errores, pero aquí nosotros ya sufríamos las agresiones cuando otros no se presentaban a las elecciones”, dice pensando en los partidos de Santiago Abascal e Inés Arrimadas.
Es viernes, cierre de campaña. Y está en un parque abierto, protegido apenas por una pareja de policías locales. Una zona ideal para boicots. Pero no tiene ni eso. Su equipo se pone en alerta al ver a unos jóvenes con bombonas de colores en la espalda. Pero no solo es campaña, también carnaval: son adolescentes disfrazados de submarinistas que pasan de largo sin apreciar siquiera la presencia del líder del PP, un partido que llegó a ser el tercero en Cataluña y ahora puede quedar octavo.
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El liderazgo de Pablo Casado, siempre en cuestión, sufrirá mucho si Vox le da un revolcón. El PP entrará en combustión si no saca ningún diputado, como ha llegado a pronosticar algún sondeo interno. Pero en la cúpula del PP están preparados para esa ofensiva y señalan que Casado ha hecho lo que pedían los barones más críticos: romper con Vox. Y sobre todo, insisten en que es casi imposible descabalgar por un resultado regional a un líder que fue elegido en primarias y controla el aparato del partido. Puede haber ruido de sables, pero nunca golpe de Estado interno, resumen los casadistas. Manuel Fraga dimitió como líder de AP tras unas elecciones vascas en 1986, donde perdió 5 de los 7 diputados, recuerdan algunos veteranos. Pero Casado no está ni cerca de una situación así. Quiere seguir, no se considera responsable de la terrible herencia de escándalos que le dejaron sus antecesores y sobre todo no parece haber nadie dispuesto a dar ahora la batalla para descabalgarlo.
Al otro lado del conglomerado urbano de la capital catalana, en el popular barrio de Sants, ERC cierra con un gran mitin con restricciones —unas 200 personas con cierta distancia que se rompe al final, cuando algunos grupos se arremolinan para abrazar a Oriol Junqueras— una campaña muy complicada que termina con inesperado veto al PSC promovido por un minúsculo y desconocido grupo al que los republicanos no han sabido decir “no”. “No vamos a gobernar con quien nos ha metido en la cárcel, explícaselo a tus lectores”, se justifica Junqueras en una breve conversación con EL PAÍS.
Entre estos dos mundos, el del partido que lucha por ser el primero y lograr al fin la hegemonía del independentismo, y el que intenta no ser el penúltimo y perder la batalla con Vox, hay un eje que domina todas las elecciones catalanas: el miedo. La noche electoral puede haber muchos perdedores. Para ERC sería demoledor quedar tercero, después del PSC y Junts. Y ese temor se percibía claramente en las conversaciones de pasillo tras el mitin.
Las consecuencias de esas posibles derrotas, la del PP, la de Cs, la de ERC, la caída de Podemos, tienen en vilo a toda la política nacional. Está en juego la estabilidad del Gobierno y de la oposición. Pocas veces unas elecciones regionales han marcado tanto el destino de una legislatura. Casi todos tienen algo que perder. O mucho. Solo el PSC y Vox están seguros de crecer. Y los socialistas pueden tener un efecto rebote de su operación Illa: su éxito en Cataluña puede complicarles la gobernabilidad en las Cortes.
En ERC insisten en que la apuesta de Junqueras y su cúpula por apoyar al Gobierno en el Congreso —permitió su investidura y respaldó los Presupuestos— es definitiva. Pero nadie oculta que una derrota ante Junts, sumada a la posibilidad de que el PSC también les gane, sería muy difícil de gestionar internamente. “Sería una enmienda a la totalidad de nuestra línea política estos dos años. Nos costaría mucho mantener el apoyo al Gobierno. Es una apuesta de fondo, pero sería más difícil defenderla en cada reunión interna”, admite un dirigente.
El alma más rupturista de ERC podría ganar peso otra vez. En La Moncloa no lo creen. “No tienen margen. No hay otra opción razonable. ¿Qué van a hacer, abrir el paso a la derecha? Además, en el peor de los casos, el Gobierno tiene los Presupuestos aprobados y hasta el decreto de gestión de los fondos europeos. Nadie lo puede tumbar. Y, al contrario de lo que le pasaba a Rajoy, no hay ninguna posibilidad de moción de censura. Entiendo que en ERC puedan estar molestos porque el 22 de diciembre apoyaron los Presupuestos y el 30 les sorprendimos con la candidatura de Illa, pero esto es la política. Cada uno juega sus mejores cartas”, resume un miembro del Gobierno. Interlocutores de Pedro Sánchez de los últimos días aseguran que está convencido de que la mayoría no temblará aunque a ERC le vaya mal.
Aún así, en La Moncloa hacen cruces para que los números no ofrezcan el peor escenario posible: la victoria de Junts. En el mejor, para el Gobierno, que incluye que ERC gane la batalla en el independentismo, todo está ya listo para recuperar la mesa de diálogo y sobre todo aprobar los indultos, un asunto central. No hay más que acercarse al mitin de ERC para darse cuenta de su importancia. Dolors Bassa cuenta antes los militantes el tiempo que lleva en prisión: “1090 días, que son 26.160 horas”. El público se emociona.
Bassa, Junqueras, Raül Romeva y Carme Forcadell, presentes en el acto y en toda la campaña de ERC, han ido cada noche a dormir a la cárcel después de los mítines. Como los presos de Junts. Viernes, sábado y domingo dormirán en casa. Y el lunes, con toda probabilidad, se pondrá en marcha el mecanismo para retirarles el tercer grado —es obvio que se ha pospuesto la decisión para dejarles hacer campaña— y volverán a prisión todo el día. Así que el indulto será un elemento central del futuro de la política española.
Las elecciones catalanas pueden tener incluso más influencia en la política española que en la catalana, porque nadie descarta un bloqueo que fuerce a una repetición. Pero el resultado del PSC y sobre todo el de En Comú Podem marcará el nivel de tensión interna en la coalición.
Varios ministros socialistas coinciden en que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tienen una conversación pendiente después de las elecciones —los maitines de los lunes llevan varias semanas suspendidos por diversos motivos— para repensar la coalición. La tensión se está haciendo insoportable para los socialistas. Y un mal resultado de los comunes la agudizaría, o al menos eso temen en el PSOE. Pero el escenario de una ruptura sigue pareciendo muy lejano por una razón evidente: no hay alternativa.
Algunos en el PSOE tienen miedo de que Sánchez y su equipo de confianza, ante un resultado muy espectacular de Illa, pudiera pensar en sacar a Unidas Podemos del Ejecutivo y prepararse para unas elecciones generales en unos meses. Las catalanas son, también, en la visión de La Moncloa, una prueba para la gestión de la pandemia: Illa es la cara más visible de todas las decisiones. también las más polémicas, y un éxito rotundo sería interpretado políticamente como una absolución, al menos un aprobado.
Sin embargo, varias personas de confianza del presidente descartan que Sánchez pueda pensar en elecciones ahora, en plena pandemia y con una durísima crisis económica delante y el gran fondo europeo por gastar. “Sería una locura. Solo se podrá pensar en eso cuando se haya superado la pandemia y la crisis”, resumen dirigentes del entorno del líder del PSOE.
La otra posibilidad sería que Unidas Podemos decidiera salir del Gobierno porque entienda que le está desgastando demasiado su presencia. Pero personas cercanas a Iglesias lo descartan por completo. “Hay consenso en Podemos en que estamos muertos fuera del Gobierno. Tendríamos que asumir el mismo coste de apoyar al PSOE desde fuera pero sin poder influir. Es inviable. Seguiremos dentro y con tensión para hacer girar al PSOE a la izquierda”, resume un dirigente.
Además, hay otro factor que asumen desde los dos lados: el primero que rompa la coalición pagará un alto coste, porque en el mundo progresista ha generado muchas expectativas y el culpable de frustrarlas se arriesga a un gran castigo.
También Inés Arrimadas se juega en Cataluña su giro estratégico hacia el centro. Si Cs se da un enorme batacazo habrá ruido interno en la formación naranja. La sensación de que es un partido que puede desaparecer a medio plazo, como le pasó a UPyD, se extenderá en toda España. Y ahí estará el PP para captar a sus dirigentes, una operación que ya está en marcha y dirige Teodoro García Egea, mano derecha de Casado, que de momento ha logrado incorporar a Lorena Roldán.
Claro que el PP tampoco estará fuerte tras las catalanas como para hacer fichajes. Porque de estos comicios, además de condicionar como nunca la gobernabilidad nacional, saldrá una pregunta que devora al PP pero inquieta a toda la política española: ¿cómo parar a Vox?
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