A las ocho y cuarto de la mañana de este jueves, un autobús londinense de doble piso enfila el puente de Westminster en dirección al Big Ben. La temperatura es de -4º, y tras los cristales empañados, los pasajeros saludan con las manos. El conductor hace sonar varias veces el claxon, y decenas de enfermeras y enfermeros concentrados a las puertas del hospital St. Thomas gritan y aplauden en señal de agradecimiento. Cerca de 100.000 de ellos se han puesto en huelga en todo el Reino Unido, salvo Escocia. En principio, durante dos días no consecutivos. El siguiente paro será el 20 de diciembre. Es la primera vez en la historia del país que apuestan por una medida tan drástica. La presión sostenida durante los años de la pandemia, la falta de personal ante una demanda creciente —se calcula en 47.000 el número de plazas vacantes, según el propio Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés)— y la crisis del coste de la vida —con una inflación cercana al 11%— han hecho estallar las costuras del sistema. Los servicios mínimos se han dispuesto para cubrir, durante 12 horas, tareas de asistencia vital, algunas urgencias, las sesiones de quimioterapia y diálisis, los cuidados intensivos, las emergencias de pediatría y el servicio de neonatos. La mayoría de los ciudadanos respalda la petición del Real Colegio de Enfermería (RCN, en inglés) y de los sindicatos de una subida salarial del 19,2%, según todas la encuestas.
Protesta de enfermeras en Londres, este jueves. ANDY RAIN (EFE)
“Tienen perfecto derecho a hacer huelga y a reclamar un mejor salario, y nosotros tenemos la obligación de pagarles el servicio prestado durante la pandemia”, dice Gilbert, de 50 años, mientras camina con cuidado, para evitar las placas de hielo, el largo tramo que lleva hasta la recepción del hospital. Tiene hora para un análisis de sangre rutinario, y aunque no está claro que se lo vayan a hacer, se ha aventurado a intentarlo. A su derecha, deja la enorme estatua de Mary Seacole, la enfermera de origen jamaicano que puso en marcha, por su cuenta y riesgo, un hospital de campaña para los soldados heridos en la Guerra de Crimea, a mediados del XIX.
Los británicos idolatran al NHS y al personal sanitario, porque son parte de su propia historia de superación. Por eso, la apuesta ideológica del primer ministro, Rishi Sunak, de resistir las demandas para que intermedie en la negociación puede volverse en su contra. “La huelga de los enfermeros será su emblema de la vergüenza”, acusaba al primer ministro el líder laborista, Keir Starmer, durante la sesión de control parlamentaria del miércoles, horas antes de que comenzara la huelga. “En vez de demostrar su liderazgo, ha decidido jugar con la salud de la gente, y esto tendrá un coste humano”, reprochaba a Sunak el jefe de la oposición.
Hay una razón económica para que el Gobierno se resista a aumentar los salarios. Downing Street teme que contribuya a calentar una espiral inflacionaria que cada vez sea menos controlable. Pero también hay una apuesta política, que quedaba clara en la respuesta a Starmer del primer ministro: “Usted ha decidido hacer política con este asunto, sin atreverse a tomar una posición concreta y sin la fuerza suficiente para enfrentarse a los sindicatos”, arremetía Sunak contra su rival. Es cierto que el líder laborista ha querido, ante muchos de los conflictos laborales desatados en el país, nadar y guardar la ropa. Prohíbe a sus diputados que participen en los piquetes y admite que algunas de las subidas salariales reclamadas son excesivas. Pero la fuerza de su discurso reside en algo tan sencillo como reclamar al Gobierno que acceda a negociar y no se cierre en banda.
“Nadie es culpable personalmente de lo que está ocurriendo”, dice Anita (50 años), una enfermera londinense de ascendencia afrocaribeña que lleva más de dos décadas trabajando en St. Thomas. “Pero nos dedicamos a salvar vidas y queremos sentir el aprecio de la ciudadanía. Los salarios son muy bajos para sostener el coste de vida de una ciudad como Londres. Y la dirección del hospital no tiene capacidad para retener o contratar a más gente, así que nos toca extender horarios, doblar los turnos y desatender a nuestras propias familias”, explica mientras deja un rato en el suelo la pancarta que exhibe a las puertas del hospital.
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SuscríbeteProtesta de enfermeras en el Hospital St.Thomas en Londres, este jueves. ANDY RAIN (EFE)
El salario básico de una enfermera colegiada que comienza a trabajar en el NHS es de unos 31.000 euros anuales. El sueldo medio roza hoy los 41.000 euros. Son cifras engañosas, porque mientras permiten sostener a una familia en una vivienda razonable en el norte de Inglaterra, obligan a hacer equilibrismo financiero en Londres o en el sur del país, donde el nivel de vida es mucho más elevado.
“Los enfermeros y enfermeras no están disfrutando esta situación. Nos duele profundamente, y ha sido una decisión extremadamente dolorosa para decenas de miles de ellos, que quieren ser oídos, reconocidos y valorados”, ha dicho Pat Cullen, la secretaria general del Real Colegio de Enfermería. “Es una primera vez trágica [ir a la huelga] para todos ellos, para el colegio y para el NHS. Que el personal de enfermería esté en los piquetes informativos es una muestra del fracaso por parte del Gobierno”, acusa Cullen. El RCN pide una subida salarial de cinco puntos porcentuales por encima del actual índice de precios al consumo: un 19,2%, frente al 4,5% que ofrece el Gobierno. El ministro de Salud, Stephen Barclay, se ha negado a discutir el aumento reclamado, con la excusa de que todo ese dinero tendría que sustraerse de los planes en marcha para reducir las listas de espera.
Una trabajadora sanitaria durante la protesta en el Hospital St. Mary en Londres, este jueves. ISABEL INFANTES (AFP)
“Los conservadores llevan enfrentándose al servicio público de salud desde que se puso en marcha, en los años cuarenta del siglo pasado. Llevan décadas maniobrando para favorecer a la sanidad privada”, dice con rabia Iain Wilson (41 años), un enfermero que trabaja en el hospital de Lewisham, al sur de Londres, pero que ha decidido sumarse al piquete de St. Thomas. “Están empeñados en convencer a todo el país de que es normal vivir con estos infrasueldos. No queremos ir a la huelga, pero el mandato dado a los sindicatos es para seis meses. Si no atienden las reclamaciones, iremos incrementando la intensidad de los paros”, advierte Wilson, con 14 años de profesión a sus espaldas, mientras reparte panfletos que dicen: “Protege la enfermería. Protege lo público”.
Sunak está convencido de que los ciudadanos virarán pronto su ánimo contra los huelguistas, no contra el Gobierno. Con el invierno del descontento que se avecina, que vivirá paros y protestas en los ferrocarriles, autobuses, servicio postal, personal sanitario, profesores, bomberos o policía de fronteras, quizá el primer ministro compruebe pronto que el desafío lanzado enfrenta a Downing Street con una mayoría cada vez más hastiada.
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