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Las escritoras ‘excéntricas’ que triunfan fuera de Madrid y Barcelona

Sus libros abarcan ensayo y novela, sus voces recorren la geografía española y la amplitud de sus temas e intereses deja claro que no se trata ni de un grupo literario concreto ni de una tendencia pasajera. Todas viven fuera de Madrid y Barcelona. Se han ganado el respeto de la crítica y el público, y su presencia destacada en la lista de libros más vendidos en los últimos tiempos demuestra que el éxito literario en España ya no se escribe necesariamente desde esas dos ciudades, hasta ahora consideradas indispensables epicentros culturales para escritores.

Sara Mesa vive en un pueblo de Sevilla, a unos 15 minutos en coche de la ciudad. Jamás pensó en trasladarse, aunque a medida que sus novelas iban ganando lectores y reconocimiento no faltaba quien le preguntaba: “¿Ya te has mudado aquí?”. Y aquí iba por Madrid o Barcelona “como si fuera una consecuencia lógica”, cuenta en conversación telefónica la escritora, que nació en Madrid hace 45 años, aunque de niña se trasladó a Andalucía.

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Es obvio que siempre se ha podido escribir desde cualquier sitio, pero resultaba más complicado pensar que una obra tendría eco y encontraría a un público si no se estaba cerca del meollo. Mesa empezó a los 30 y ha ido poco a poco. “Hoy no pesa tanto el elemento geográfico para publicar o tener éxito, es algo más líquido, aunque la geografía sin duda es importante para configurar la narrativa de cada uno”, sostiene. La protagonista de su última novela, Un amor (Anagrama), se instala en un pueblo sevillano. ¿Sigue ese personaje la ruta que muchos han emprendido fuera de los centros y las ciudades? “Ella huye y va al sitio más barato”, explica escueta.

Irene Vallejo, en un parque de Zaragoza.Carlos Gil-Roig

Sobre el auge de autoras en el panorama literario actual en España, Mesa destaca que esas voces “reivindican las diferencias”, y que en cualquier caso el cambio es “a nivel de visibilidad” porque escritoras ya había muchas. “Esto no es una moda, sino una cuestión de ajuste histórico”, zanja. Añade que al fin una de las ventajas de asentarse fuera es mantener distancias con sus colegas. “Tengo amigos escritores, pero creo que es bueno no hacer vida de escritor. Mucha gente con la que me cruzo a diario no sabe que publico libros y esa distancia para mí es buena. Si estás todo el día con autores acabas con una visión alterada de la realidad”, sostiene.

Los tres años que vivió en Madrid acabaron por convencer a Andrea Abreu (Tenerife, 26 años) de que esa ciudad no la acercaba a la actividad cultural y la llenaba de estrés, preocupada como estaba por poder pagar el alquiler, mientras trabajaba de empleada en una tienda de lencería: había renunciado a trabajar como periodista de becaria y trataba de terminar su primera novela. Acabó Panza de burro (Barrett), volvió a Tenerife y se ha convertido en uno de los grandes fenómenos editoriales recientes con 30.000 ejemplares vendidos.

Canarias, dice Abreu, es el lugar que más le gusta y el que a esta “niña del monte” le hace sentir “arraigada” y eso, admite, “va en contra de la Andrea de 19 años”. Porque ella creció pensando que era imposible alcanzar algo en el terreno de la cultura en Tenerife, “la periferia de la periferia, el noroeste de África”. Esa idea la empujó a irse fuera, a Madrid y a Italia. “Pensaba que quedarme en Canarias sería un fracaso vital”, explica. “Lo cierto es que creativamente las islas son muy ricas en literatura y sobre todo en música. Hay otras fuentes de inspiración, otras dinámicas y otros ámbitos de la cultura africana, latinoamericana y europea, pero aquí las industrias de cine y editoriales son prácticamente nulas. Si mi libro se hubiera publicado en Canarias no habría tenido este éxito, porque si se produce desde dentro parece que no tiene el mismo valor. Hay un complejo histórico desde la canariedad”.

Ana Iris Simón, en su casa de Aranjuez. INMA FLORES / EL PAIS

Abreu no tiene dudas de que se ha roto “con la idea de que el mundo empezaba y acababa en Madrid y Barcelona”. Hoy, dice, ya no está muy claro dónde está el centro. Y desde esa multiplicidad la escritora, incluida en la última lista de la revista Granta de escritores relevantes en español menores de 35, reivindica “la diversidad del uso del español, la creación desde espacios geográficos y lingüísticos diversos”. Fue precisamente la ausencia literaria de ese particular uso del idioma lo que Sabina Urraca, la editora del libro de Abreu, echaba en falta. “Era como si la gente no viera que su oralidad era importante, porque desde las capitales la literatura reflejaba un habla desde lugares neutros con voces neutras”, apunta Urraca al teléfono. A ella la idea de la literatura deslocalizada le hace pensar en “un tonel de vino abierto que anima a coger unos vasos y llenarlos”. Y concluye: “La periferia ha ganado encanto”.

Veterinaria a tiempo completo, María Sánchez (Córdoba, 32 años) dice que, con su libro Tierra de mujeres (Seix Barral) y los poemas recogidos en Cuaderno de campo (La Bella Varsovia), ha tratado de llevar “los márgenes al centro, porque siempre se escribía desde los mismos lugares”. Reivindica la voz de las autoras que hoy ponen en cuestión quién ha escrito hasta ahora, por ejemplo, sobre el medio rural. “Estamos repasando esas ausencias. Estamos sedientas de leer a más mujeres”, afirma al teléfono, sentada bajo un ciruelo, y añade que le gusta vivir alejada de la inmediatez de las grandes ciudades.

La autora de Feria (Círculo de Tiza), Ana Iris Simón, de vuelta en Aranjuez, el lugar donde creció, apunta que durante décadas había una buena oferta de productos culturales hechos por y para Madrid. Ella leía las novelas urbanas de Ray Loriga y ahora los adolescentes leen libros como Panza de burro, lo que la lleva a pensar que hoy “se apuesta por la identificación más que por lecturas aspiracionales; hay un cambio de sensibilidad social”. El giro arranca, según Simón, con Sergio del Molino: “Llega un boom que alcanza a la industria y a las editoriales, que van sacando muchos libros que llegan de las ciudades de la periferia y de las provincias”, explica. “Es una corriente y un debate sobre dónde elegimos y dónde podemos vivir, porque el regreso a veces se ha romantizado y no se trata solo de modernos plantando tomates, sino de jóvenes que se ven obligados a volver a su pueblo”.

La escritora Sara Mesa, retratada en Barcelona.Massimiliano Minocri / EL PAÍS

En todo este proceso internet ha jugado un papel esencial facilitando lo que la agente Marina Penalva, de Casanovas Lynch —agencia literaria que representa a Ana Iris Simón, Abreu e Irene Vallejo— califica de “intercambio más horizontal que ya no necesita pasar por Madrid o Barcelona, y que también ocurre entre España y Latinoamérica”. El circuito, constata Penalva, ha cambiado, y hay más facilidad para acceder a los libros y a los agentes comerciales desde fuera de las dos grandes ciudades.

Otra prueba irrefutable de que las cosas están cambiando es que el camino literario que se forjan nuevos escritores latinoamericanos radicados en España comienza a desviarse de la ruta que marcaba Madrid y Barcelona como únicos destinos. La venezolana de 28 años Gabriela Consuegra llegó a A Coruña saturada de Caracas, dice, donde no podía “pensar a gusto”. Una hermana que ya estaba en Galicia y unas cartas que encontró de Julio Cortázar sobre la ciudad norteña acabaron por escorar su decisión.

“Aquí pasé el duelo y esta ciudad se acoplaba al ritmo que llevaba por dentro”, explica la autora de un sentido libro sobre la enfermedad y pérdida de su padre, Ha pasado un minuto y queda una vida (Temas de hoy). Pasó por Buenos Aires antes de asentarse definitivamente en Galicia de nuevo y fue ahí donde logró escribir y empezó a mover el manuscrito. “La literatura como tal, más allá del periodismo, la encuentro en A Coruña. Tardé poco en encontrar un hueco y la editora con la que he trabajado se puso muy contenta cuando supo que no estaba ni en Madrid ni en Barcelona”, cuenta. Consuegra habla de una apertura de miras y de una generación, la suya, que ella cree que está más dispuesta a hacer lo que quiere desde donde esté. “Con internet, ¿quién puede ubicar el centro?”, pregunta. Y menciona las redes locales y las librerías, y otros autores, como Manuel Rivas, que fueron transformando el panorama. “Hay un cambio en las ciudades de provincias”.

Irene Vallejo, radicada en Zaragoza, condujo muchos kilómetros por Aragón visitando clubes de lectura y bibliotecas rurales antes de reventar las listas de ventas con El infinito en un junco (Siruela). Recuerda perfectamente las tortillas y las croquetas con las que la agasajaban y cómo iba con el maletero lleno de libros y regresaba con cebollas y longaniza. “Estuve una década así y el salto al escaparate nacional me parecía muy difícil”, explica.

María Sánchez, en Córdoba.alejandro ruesga

Vallejo (Zaragoza, 42 años) se refiere a la “mirada excéntrica” de las escritoras radicadas fuera de Madrid y Barcelona y cómo eso permite “estar en contacto con otras realidades y mantener los pies en el suelo”. Habla de las redes periféricas que con gran esfuerzo se han construido en la España democrática, de la expansión de la red de bibliotecas en zonas rurales —“en todo esto siento que hay una herencia de las misiones pedagógicas de la República”—, y de cómo la tecnología y las comunicaciones han facilitado las cosas. Desde Buñuel hasta Sender, la autora recuerda que la cultura aragonesa emigraba, pero hubo un giro en las últimas décadas “con círculos que se quedaban aquí y en eso Félix Romeo fue muy importante”.

Vallejo necesita la proximidad de su familia, tener una red de la que no puede prescindir. El cuidado de su padre y luego de su hijo la ataron. “Es una situación que muchas vivimos como mujeres y fue una decisión libre, pero considero que hay que hablar de ello, acabar con la ley del silencio”, asegura. “Los afectos, las personas, los cuidados: eso tiene que ser compatible”. Su éxito, dice, no es solo un logro individual: “Para que mi compleja situación personal no hundiese mi carrera ha habido un esfuerzo colectivo. Ser paciente y ser terca me han ayudado mucho”.

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