“Las fotos que hemos visto del rancho de Teuchitlán no solo son una muestra del horror, son también la pregunta que los familiares se hacen ¿cómo es posible?, que necesita respuesta y acompañamiento”, señala Carlos Martín Beristain, quien formó parte del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) para el caso Ayotzinapa,
En un artículo titulado “Las evidencias del horror en Teuchitlán muestran otras verdades”, difundido el pasado lunes por el proyecto “A dónde van los desparecidos”, apunta que las evidencias encontradas en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco “tienen que estudiarse científicamente, las pruebas protegerse, la negligencia o complicidad investigarse, y las familias tienen que ser atendidas con respeto a su dignidad. Todo lo demás es parte de una ceremonia de la confusión”.
“Las evidencias del horror de esos zapatos y ropas muestran también la impunidad de las diligencias mal hechas o las denuncias nunca investigadas que se acumulan en México y su impacto en las familias se extiende por todo el país”, apunta.
En el texto, el especialista señala que desde hace años, cuando visitó la sierra Tarahumara, tuvo conocimiento, por el testimonio de los pobladores, que había jóvenes que eran reclutados para entrenamiento de grupos del narco.
Foto: Archivo Cuartoscuro
“Algunos nunca volvían, otros lo hacían con las prácticas aprendidas del terror que habían sufrido, aplicado ahora a sus comunidades. Unos pocos conseguían escapar”, menciona.
“En otras partes de México, cuando empezábamos a acompañar procesos de los familiares de personas desaparecidas con grupos como FUUNDEC de Coahuila o el CEDHEM de Chihuahua, varias veces escuché los relatos de centros de entrenamiento y de que personas que estaban siendo desaparecidas habrían sido llevadas para ser forzadas a algún tipo de trabajo o para incluirse en la dinámica de esos grupos de delincuencia tremendamente organizada. Y digo tremendamente organizada porque parece que los estados no se enteran, cuando en cambio son la estructura organizada del poder”.
Para el médico y psicólogo vasco, esos relatos “siempre estaban a mitad de camino de la esperanza en que estuvieran vivos, del desaliento de que fueran forzados a colaborar, de la desesperanza de que estuvieran muertos. Para alguien que necesita pruebas, todo podía parecer parte de un mito”.
Beristain se refiere al testimonio que obtuvo de don Margarito, uno de los padres de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, quien le contó que había sido llevado en su juventud a un campo forzado de cultivo controlado por el narco, del que pudo finalmente huir.
Foto: Cuartoscuro
“O sea que existe reclutamiento forzado desde hace mucho tiempo. Ahora que la escalada de la violencia no ha tenido límite en México, para mantener la maquinaria se necesita gente entrenada, a base de morir para poder matar, una vieja fórmula llevada al extremo por los kaibiles en la guerra contrainsurgente en Guatemala en los años 80″, asegura.
Narra que en los primeros meses de 2015, en los que el GIEI trabajó en el caso Ayotzinapa, encontraron un documento que daba cuenta de que la entonces procuraduría de Guerrero había recogido ropa de los jóvenes desaparecidos de uno de los autobuses que habían tomado con el fin de acudir a la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México.
“Cuando preguntamos a la PGR [Procuraduría General de la República] por esa ropa, la respuesta fue que no sabían nada. Tirando del hilo llegamos a un almacén de la PGR donde había un rollo de ropa embalada, y otra parte de la ropa se encontró en un archivo de la PGJ de Guerrero. El impacto de ese hallazgo para los familiares fue brutal. La pregunta que asaltaba todo el tiempo era: ¿Cómo es posible que seis meses después descubriéramos que había ropa que nunca había sido identificada ni procesada?”.
Beristain reconoce el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que analizó la ropa y que en una reunión explicó a los familiares de los normalistas desaparecidos el trabajo realizado. “La ropa estaba en condiciones espantosas porque no había sido recogida de forma adecuada ni preservada, tenía moho en muchas partes”, recuerda.
Foto: Fiscalía de Jalisco
“El equipo argentino hizo un trabajo de calidad excepcional, el examen de las camisas, de la ropa, del librito, de las cosas que aparecieron en la mochila, y traía todo preparado para compartir con las familias”.
“Se necesita crear un contexto favorable, explicar a las familias lo que se puede ver, darles tiempo para prepararse, responder a sus preguntas y sus dudas hasta donde sea posible. Ayudarles a poner un pie delante y otro detrás para una diligencia muy estresante. ¿Será la camisa de mi hijo? Esas botas se parecen. Yo le regalé algo igual. Es estresante y doloroso, pero las familias quieren saber y están dispuestas a enfrentarlo. La cuestión es cómo se prepara y acompaña ese proceso. Y cómo se responde a las preguntas que se resumen en una: ¿cómo es posible?”, cuestiona el experto.
Señala que se tienen que en ocasiones se tienen que explicar detalles de lo que muestran las fotografías para poder disipar la intranquilidad de los padres: “Los jóvenes se pusieron la camisa en el rostro para evitar los gases lacrimógenos, la ropa oscurecida en este caso no es sangre sino moho, el cuaderno es idéntico, los jóvenes se prestaban ropa unos a otros. Todo ello ayuda a poner los hallazgos en su contexto, a poder escuchar y atender”.
“La ropa, los objetos, humanizan la pérdida. Los restos óseos se parecen en todos nosotros, pero la ropa, los objetos tienen un valor simbólico clave, la ropa es el último rastro, la última huella de una presencia”, dice Beristain.
“Las fotos de la ropa vienen con su estela de posibles sentidos, no solo de que estuvo ahí, sino de qué le pasó, qué le hicieron” y recuerda experiencias de Chile y Guatemala países latinoamericanos marcados por regímenes dictatoriales que dejaron a su paso miles de desaparecidos.
“Ninguna reconstrucción del tejido social se puede hacer imponiendo la mentira, la insensibilidad o el olvido”, señala, y pone como ejemplo el caso de las desapariciones ocurridas en Medellín, Colombia en la Operación Orión de 2002, “donde desde hace décadas hubo testimonios de que habían sido asesinadas y desaparecidas muchas personas que se encontrarían sepultadas entre cientos y cientos de toneladas de escombros, mucha gente pensó que no era cierto, que era el mismo mito del que fueron víctimas don Margarito o los rarámuri”.
“Cuando en diciembre de 2024, aparecieron en la escombrera los cuerpos de un hombre y una mujer finalmente identificados, en Colombia se desató una clarividencia que las mamás habían tenido desde hacía décadas, señalando que se podrían encontrar desaparecidos ahí, que apareció escrita en las calles de todo el país: ‘Las cuchas tenían razón’. Las cuchas son las mamás en Colombia”, dice.
Además, de su participación en el GIEI, Beristain coordinó el informe Recuperación de la Memoria Histórica – REMHI, de Guatemala y participó en la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad de Colombia.
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