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Las fraternidades universitarias de EE UU y la cultura de la violación


El año académico estadounidense ha comenzado con fuerza. En el país donde dio comienzo el movimiento MeToo aún hay mucho por hacer. Para demoler un sistema basado en el abuso de poder era necesario apuntar a las élites, y las fraternidades universitarias (famosas por sus legendarias fiestas marcadas por el alcohol, las drogas y el sexo) se han convertido en el siguiente objetivo.

Más de 14.700 personas firmaron una petición para cerrar la fraternidad Phi Kappa Psi de la Universidad de Kansas y más de 1.000 se han manifestado exigiendo justicia ante la última violación que tuvo lugar el pasado 11 de septiembre. La fraternidad Phi Gamma Delta (Fiji) de la Universidad de Nebraska-Lincoln fue suspendida temporalmente con un historial de 13 violaciones denunciadas, a las que se sumarían otras invisibilizadas. Muchas víctimas no saben con certeza que han sido violadas porque no pueden recordarlo. Es frecuente que sean drogadas con Rohypnol, conocido como roofie o la droga de los violadores, porque es incolora e inodora y pasa fácilmente inadvertida en cualquier bebida. (Javier Gutiérrez lo cuenta en Un buen chico; Literatura Random House, 2012). En muchos casos, si tanto el perpetrador como la estudiante han bebido alcohol, la violación es desestimada.

En septiembre de 2020, una estudiante de la Universidad de Iowa denunció que había sido drogada y violada durante una fiesta de la fraternidad Fiji. Los violadores grabaron un vídeo que compartieron luego en un chat grupal. Pese a las pruebas audiovisuales y de ADN, el caso no llegó a los tribunales y los acusados siguieron impunes. Un año después, los estudiantes de Iowa se han echado a la calle pidiendo justicia y más de 474.000 personas han firmado una solicitud exigiendo el cierre permanente de la fraternidad en todo el país. “Firmo porque abusaron sexualmente de mi mejor amiga y nadie hizo nada”, expone alguien de forma anónima. También se pueden leer varios testimonios de mujeres violadas.

En la actualidad hay 305 expedientes abiertos, siendo Cornell, Princeton y Stanford las universidades con mayor índice de denuncias de violencia sexual. Los escándalos de las fraternidades se encubren porque la educación es uno de los negocios más rentables de EE UU. Estudiar una carrera en una buena universidad puede costar entre 40.000 y 78.000 dólares anuales (entre unos 34.000 y unos 66.500 euros) y es común que algunas parejas abran una cuenta de ahorros para su futuro hijo en cuanto la mujer se queda embarazada. Ninguna universidad quiere arriesgarse a mancillar su honor reconociendo que en su campus los niños de familias de clase alta se convierten en criminales. Por otro lado, con el pago de esas cantidades astronómicas muchas familias cuentan con el acuerdo tácito de la “discreción”. Las fraternidades son cuna de élites: según The Atlantic, el 85% de los miembros del Tribunal Supremo y el 69% de los presidentes de EE UU han sido miembros de alguna fraternidad.

Sin embargo, la presión social es cada vez más fuerte. La película Una joven prometedora (2020), nominada a cinco Oscar y ganadora de uno por el guion de Emerald Fennell, fue un gran altavoz de denuncia. En ella, Carey Mulligan encarna a la protagonista, una joven que entrega su vida a cambio de que se haga justicia. En la vida real las víctimas también empiezan a hablar: Chanel Miller publicó un libro contando su experiencia, y Emma Sulkowicz exhibió el colchón donde presuntamente la violaron en Columbia University. Llamó a la performance Carga con este peso.


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