El 25 de noviembre de 2021 el vulcanólogo Pablo J. González caminaba por un paisaje asombroso. Estaba cerca de una nueva boca del volcán de Cumbre Vieja que se había abierto a la puerta de una casa ya evacuada y cubierta bajo una montaña de ceniza negra. Aquella escena fue una de las imágenes más sobrecogedoras de la erupción. Poco después, González contempló otra no menos desoladora al entrar en el cementerio de La Manchas.
“Estaba arrasado”, rememora este vulcanólogo del CSIC. “Las vigas de los nichos se habían vencido y formaban un arco. En ese lugar descubrimos fracturas en el suelo que no se habían detectado hasta el momento. Había grietas ínfimas, del tamaño de un pelo, y otras que llegaban a los 20 centímetros de ancho”, recuerda.
En esos días un nuevo enjambre de pequeños terremotos presagió la reactivación del volcán, que ya llevaba más de dos meses escupiendo lava por el cono principal. Las nuevas grietas también se ampliaron y comenzó a manar a emitir coladas modestas que se detenían a los 10 o 20 metros.
Las grietas están a unos dos kilómetros del cráter principal. Lo más interesante es que no tienen la misma orientación que las principales bocas, de noreste a suroeste, sino que discurren de este a oeste. Este nuevo foco —poco estudiado— puede ser valioso para entender mejor uno de los procesos más desconocidos y destructivos que puede suceder en una erupción: los deslizamientos de escombros volcánicos, tal y como explica hoy González en un análisis publicado en Science.
El 23 de diciembre de 2018 un tsunami con olas de hasta cinco metros azotó las costas de Indonesia en plena noche. Murieron más de 400 personas. La causa fue el colapso de una de las paredes del volcán Anak Krakatoa, que había entrado en erupción. “Aquel desastre ocurrió de noche, por lo que no tenemos datos visuales de cómo y por qué sucedió”, cuenta González. El vulcanólogo cree que la enorme cantidad de datos acumulados durante la erupción de Cumbre Vieja puede aportar nuevos datos de cómo y por qué se producen desastres como estos.
“En Canarias se han identificado 32 deslizamientos de tierra de origen volcánico que sucedieron en los últimos dos millones de años”, explica González. “Algunos fueron enormes. El colapso del Anak Krakatoa lo provocó un deslizamiento de 0,1 kilómetros cúbicos de roca, mientras que en Tenerife, por ejemplo, los hubo de hasta 500 kilómetros cúbicos”, explica.
El 27 de marzo de 1980 se desencadenó el peor deslizamiento de la historia. El Monte Santa Helena en el estado de Washington (EE UU) había comenzado a deformarse por la presión del magma pujante hasta que explotó. La cara norte del volcán se vino abajo causando un terrible deslizamiento en el que murieron 57 personas. La teoría más aceptada es que estos colapsos suceden cuando el magma transforma bolsas subterráneas de agua líquida en vapor. Esto hace que las paredes del volcán pierdan sustento y se vengan abajo.
La erupción de Cumbre Vieja ha sido la más larga registrada en la isla de La Palma, 85 días. Se apagó el 13 de diciembre, unas dos semanass después del hallazgo de González y su equipo en el cementerio. “Tuvo un final muy explosivo, el último día escupió una enorme cantidad de ceniza que llegó hasta los 4 kilómetros de altura. Las nuevas grietas son algo inesperado y es muy importante estudiarlas porque nos pueden desvelar cosas importantes sobre los colapsos y los deslizamientos volcánicos, en especial por qué suceden o no, como en el caso de La Palma, a pesar de existir esa posibilidad”, detalla.
Es posible que la apertura de esa última boca y la aparición de las grietas liberase tensión y alejase el riesgo de mayor acumulación de material en el cono principal y, por tanto, de un posible colapso, señala. “Si conseguimos aclarar la secuencia de eventos que llevaron a que el volcán no colapsara, tal vez podamos establecer criterios que ayuden a alertar de estos desastres”, resalta González.
“Este es un tema muy candente en el estudio de volcanes”, explica José Fernández, experto en geodesia del CSIC y director de la tesis de González. “Es muy complicado de estudiar porque los grandes deslizamientos son poco frecuentes. Entender por qué no hubo deslizamiento en La Palma puede ayudar a entender por qué se producen en otras zonas”, añade.
Pasada ya la erupción, los científicos se preparan para publicar todos los datos que han ido amasando desde el inicio de la actividad sísmica en La Palma. El equipo de Nieves Sánchez, investigadora del Instituto Geológico y Minero de España (IGME-CSIC), espera publicar pronto un catálogo detallado de todas las fallas de la isla Canaria. “Esta ha sido una erupción única en muchos sentidos”, opina la vulcanóloga. “No recuerdo casos de volcanes que afecten a zonas urbanas de una forma tan radical y que no hayan causado víctimas. Además se ha monitorizado todo lo sucedido antes, durante y después de la erupción con muchísimo detalle. No hay nada similar en el hemisferio occidental”, señala. Lo que más ha sorprendido a esta geóloga, que fue asesora científica de los políticos durante la crisis, es la enorme complejidad de un volcán activo. “Normalmente los vulcanólogos analizamos las erupciones cuando ya se han parado e intentamos inferir qué sucedió. Aquí, en cambio, lo vimos evolucionar desde el principio, cómo se levantó el cono y se derrumbó varias veces, cómo surgían y desaparecían los focos [hubo más de 20 bocas]; y esto solo en los 85 días que estuvo activo. ¡Hay volcanes que están miles de años activos! Esta erupción nos va a ayudar mucho a entender cómo funcionan los volcanes en Canarias, sobre todo los que están por llegar”, concluye.
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