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Las plagas globales arrodillan a un mundo incapaz de afrontarlas unido

Las plagas globales arrodillan a un mundo incapaz de afrontarlas unido

Una pandemia brutal; un cambio climático aterrador; una guerra devastadora que impulsa un rearme generalizado; graves disrupciones en el comercio; multinacionales gigantescas que aprovechan resquicios para evitar el pago de impuestos tan necesarios. El mundo afronta descomunales desafíos globales que lo zarandean con intensidad y cuyas soluciones pasan necesariamente por una estrecha cooperación internacional. Tal y como lo planteó a finales de julio el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, con respecto al calentamiento global, el dilema es claro: acción colectiva o suicidio colectivo. Sin embargo, abundan los indicios de creciente polarización y desgarro, entre Occidente y los gigantes autoritarios del Este, o entre el Norte y el Sur del planeta. Con el telón de fondo de la gran fractura geopolítica causada por la invasión rusa de Ucrania, la actualidad arroja una inequívoca secuencia de señales de alarma de distinta índole.

El encuentro sobre cambio climático celebrado en Bonn a mediados de junio para preparar la COP27 de noviembre en Egipto terminó sin avances y con acritud; la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) informó a mediados de julio de que la negociación que lidera para implementar un marco de impuestos globales para las multinacionales se retrasa y no será posible aplicarlo antes de 2024 en el mejor de los casos; a finales de julio Rusia anunció que se retira del proyecto de la estación espacial internacional; la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que ha empezado en Nueva York se produce en medio de fuertes turbulencias geopolíticas que no inducen al mayor de los optimismos; a principios de agosto, China anunció la ruptura del diálogo con Estados Unidos en asuntos clave como el medio ambiente o reuniones militares de alto nivel en respuesta a la visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

No todo son desastres. La reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebrada en julio consiguió un comunicado de consenso que, aunque de mínimos, representa un importante síntoma de vitalidad para una institución internacional malherida. Un acuerdo reciente para que Ucrania pueda exportar grano ha empezado a dar frutos. EE UU ha aprobado una importante pieza legislativa que contempla inversiones por más de 300.000 millones de euros a lo largo de una década para facilitar la transición verde, un episodio nacional pero con gran repercusión global. Hay episodios inspiradores de cooperación transnacional, como los fondos anticrisis pandémica de la UE.

Pero los logros se antojan insuficientes ante la magnitud de las crisis, y las corrientes de fondo no son nada prometedoras para el futuro próximo en el fundamental ámbito de una cooperación realmente global, al margen de iniciativas nacionales, bilaterales o regionales. La rivalidad descarnada entre potencias obstaculiza las imprescindibles actitudes constructivas; la ralentización económica fomenta instintos egoístas; el espectro de un nuevo auge de recetas nacionalistas y proteccionistas es grave, tanto si se materializa en la forma extrema de toma del poder —como es probable que ocurra en septiembre en Italia— como en el efecto inhibidor que esa pujanza tiene en gobernantes de otra inspiración política.

A continuación, un repaso al estado de la cuestión en algunas de las áreas clave en las que serían necesarias respuestas globales a problemas globales ―y donde, sin embargo, se vislumbran más fricciones que soluciones―.

Las armas

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La guerra lanzada por Rusia en Ucrania ha puesto en evidencia, además de la impotencia del sistema de la ONU en casos como este, la gravedad del desmorone de la arquitectura de seguridad que se había construido durante la Guerra Fría, un importante entramado de tratados de control de armas que establecieron límites, aumentaron la transparencia, disminuyeron el riesgo de peligrosos malentendidos. El colapso empezó hace dos décadas. En 2002, Estados Unidos se retiró del Tratado sobre Misiles Antibalísticos y más recientemente hizo lo mismo con el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio y el de Cielos Abiertos con un amplio abanico de motivaciones, mientras Rusia tomó la iniciativa retirándose del Tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa.

Este vacío se hace especialmente grave en un contexto como el actual, de clara carrera armamentística. El gasto militar mundial se está incrementando y, por primera vez en décadas, según el SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo), los arsenales nucleares van camino no solo de una mejora cualitativa, sino también cuantitativa. “Tenemos que ser conscientes de que la falta de diálogo en materia de riesgos nucleares y control de armas entre potencias es en sí mismo peligrosa, porque hace más fáciles las incomprensiones y los errores de cálculo en una crisis”, dice Daryl G. Kimball, director ejecutivo de la Asociación de Control de Armas, con sede en Washington.

Esta peligrosa tendencia se ha visto gravemente acentuada con la reciente ruptura del diálogo entre Pekín y Washington. Si la relación conflictiva entre Occidente y Rusia es preocupante dado el alto potencial militar a disposición del Kremlin, el deterioro con China lo es más aún. El gigante asiático será con toda probabilidad una hiperpotencia del siglo XXI. Se muestra decidido a desarrollar capacidades bélicas acordes a ese estatus y es tradicionalmente reacio a embridarse en acuerdos de control de armas al estilo de aquellos que contribuyeron a evitar que la Guerra Fría se tornara caliente.

“Un gasto sin límite en material militar, cada vez más sofisticado, solo alimenta una carrera armamentística que finalmente nadie puede ganar. Necesitamos volver a un punto en el que las mayores potencias están comprometidas en un diálogo constante y fructífero”, prosigue Kimball. “Con Rusia la relación está quebrada, y en cuanto a China, Washington debería reconocer que sus acciones pueden tener una influencia negativa y Pekín debería entender que EE UU tiene inquietudes acerca de su comportamiento”.

Un militar chino observa los movimientos de una fragata durante las maniobras en el estrecho de Formosa, el 5 de agosto. Lin Jian (AP)

La conferencia de revisión del TNP en curso en Nueva York es un perfecto compendio de las dificultades que complican el camino en este sector. Las potencias nucleares reconocidas por el Tratado se hallan en medio de ingentes esfuerzos de modernización de sus arsenales. Rusia y Corea del Norte amenazan de forma poco velada con su uso. Irán se acerca a pasos agigantados a disponer de las capacidades para contar con un arma nuclear si lo quisiera. Decenas de países, mientras, han ratificado el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares. Pero tanto el diálogo entre potencias nucleares como aquel entre estas y los abolicionistas se antoja complejísimo. Un comunicado final de consenso de la conferencia se perfila como prácticamente imposible. La esperanza es que al menos se logre una declaración respaldada por una “supermayoría”, como la define Kimball. Esta, sin embargo, es “posible, pero no probable”, reconoce el experto.

El cambio climático

Tampoco parece probable que el mundo logre en el futuro próximo avanzar de forma coordinada y consistente en la lucha contra el cambio climático. Mientras las brutales olas de calor que se abaten sobre Europa ―con terribles sequías y fuegos que devastan el territorio― recuerdan la urgencia de acelerar el paso en la tarea de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, múltiples elementos sombríos se acumulan sobre la mesa.

La acción política en EE UU para facilitar la transición verde es de extraordinaria importancia y logrará aumentar el ritmo de reducción de emisiones de ese país. Sin embargo, por muy importante que sea, el paquete ni siquiera es suficiente, según cálculos de los expertos, para cumplir con los objetivos de reducción de emisiones para 2030 asumidos por la Administración de Joe Biden. Mientras, las disrupciones en el mercado energético vinculadas a la guerra de Rusia en Ucrania han precipitado el regreso al carbón de varios países europeos. China, por su parte, ha aumentado el ritmo de autorización de construcción de nuevas plantas de carbón de forma muy consistente, según un informe de Greenpeace. En el primer trimestre de 2022 quedaron autorizadas centrales para una potencia de 8,6 gigawatts, casi la mitad de la capacidad aprobada a lo largo de todo 2021, cuando Xi Jinping dio un impulso para avanzar con fuerza en la descarbonización. La ruptura de la cooperación entre Washington y Pekín en este apartado es un mazazo enorme, al ser los dos principales emisores.

“Vivimos en un contexto muy complejo, de crisis concatenadas que interactúan. En este contexto, la seguridad energética se perfila como la variable preponderante sobre las otras. Las señales a corto plazo son poco deseables. Y, en el cuadro general, los compromisos adquiridos de reducción de emisiones son clarísimamente insuficientes. Aun así, estamos mucho mejor que hace una década gracias al marco legislativo y ejecutivo que se ha ido construyendo para afrontar la transición energética”, observa Lara Lázaro, investigadora principal del Real Instituto Elcano experta en la materia.

Las dificultades en la cooperación internacional en este sector y este momento quedaron expuestas en la reunión celebrada en Bonn a mediados de junio para ir preparando la COP27 prevista para noviembre en Egipto que acabó sin avances tangibles. Si, por un lado, la necesidad de seguridad energética impulsa en el corto plazo apuestas contaminantes, y la ralentización económica agita la competencia Este-Oeste, la cita de Bonn ilustró, por otra parte, la vigencia del pulso entre el Norte y el Sur, con este último acusando al primero de no asumir a fondo su responsabilidad por el daño causado a todos como gran contaminante histórico. La cuestión de la movilización de ayudas a los países en desarrollo para afrontar ese impacto es una herida abierta.

Varias personas caminan por el pantano de La Viñuela (Malaga), que se encuentra al 12% de su capacidad .García-Santos

Mucha inquietud causó entre los partidarios de un decidido acelerón en la lucha contra el cambio climático la decisión del G-7 celebrado en Alemania a finales de junio de aceptar excepciones al compromiso de evitar inversiones públicas en el sector de los combustibles fósiles. La taxonomía aprobada recientemente por la UE, según la que se cataloga al gas en una etiqueta verde que favorece las inversiones, también causó polémica.

“En la COP26 de Glasgow, entre otras cosas, se planteó llegar a la COP27 con objetivos revisados. Pero veo improbable que Europa llegue ahí con objetivos mayores. Quizá sí planes de implementación más cerrados. Tampoco veo a EE UU o China llegar con incremento de objetivos. Egipto ostentará la presidencia en un contexto endiablado”, comenta Lázaro.

La pandemia

Al contexto endiablado contribuye una pandemia que desde hace dos años y medio postra el planeta. La situación es claramente mejor que en el verano anterior gracias al despliegue de las vacunas, pero ni se puede considerar resuelta la emergencia ni, sobre todo, la manera de afrontarla muestra las deseables señales de eficaz actitud cooperativa internacional.

La OMS (Organización Mundial de la Salud) sigue registrando este verano alrededor de 15.000 muertes semanales por covid, y las disrupciones a la economía por los confinamientos, como demuestra China, son consistentes. A estas alturas, África todavía se halla con una proporción de ciudadanía con pauta completa de solo el 20%. La brecha norte-sur y la desconfianza oeste-este marcan este escenario.

“Los informes internacionales que se han elaborado ―como el de la comisión Monti, a la que estuve vinculado― coinciden en indicar que la respuesta internacional norte-sur ha sido claramente insuficiente y poco solidaria”, comenta Rafa Bengoa, exconsejero de Salud del Gobierno Vasco, exdirector del área de sistemas de salud de la OMS y actualmente codirector del Instituto de Salud y Estrategia.

“Muchos países, entre ellos España, están intentando aportar tanto vacunas como medicamentos e infraestructura a los países del sur, pero esto ha ido a cuentagotas, no va a la velocidad a la que está yendo el virus. Estamos jugando más a la seguridad del norte que a la solidaridad que deberíamos tener”, apunta el experto.

El escenario de combate más visible ha sido el de la liberación de la propiedad intelectual de las patentes de las vacunas. La India y Suráfrica han encabezado la reclamación. Tras un tiempo de incertidumbre, la Administración de Biden respaldó la idea. Pero la cuestión sigue atascada, con la oposición de varios importantes países productores europeos. La reciente conferencia ministerial de la OMC ha abordado el asunto en su comunicado final de consenso. Sin embargo, el resultado ha sido considerado prácticamente irrelevante por parte de los sostenedores de la liberalización y por expertos independientes. “No cambia mucho las cosas”, opina Uri Dadush, analista del centro de estudios Bruegel, y en el pasado directivo del Banco Mundial y presidente de The Economist Intelligence Unit.

En este contexto, las esperanzas de mejor cooperación internacional quedan depositadas en un proceso lanzado en el marco de la OMS para perfilar un nuevo marco legal. “La idea es tener un mecanismo legal y vinculante que vaya bastante más lejos que las regulaciones internacionales de salud de 2005, que se establecieron después del SARS-1, y que han demostrado ser insuficientes por falta de dientes”, observa Bengoa.

El experto señala como la OMS afrontó graves problemas para investigar lo ocurrido en Wuhan, en China, probable epicentro de la pandemia, porque no tiene competencia para actuar sin autorización de los países miembros. “El acuerdo marco va a tener que decir cosas sobre estas cuestiones”. De nuevo, la creciente desconfianza entre potencias encarnada de forma traumática por la ruptura del diálogo entre Washington y Pekín se perfila como un potencial obstáculo para dotar de poderes penetrantes a una institución internacional. Cabe recordar que Donald Trump, posible candidato a las próximas presidenciales de EE UU, impulsó la retirada de su país de la OMS.

El comercio

El comercio es otra área sujeta a fuertes tensiones por razones geopolíticas o por las disrupciones vinculadas a la pandemia. Precisamente bajo la presidencia de Trump estalló de lleno el conflicto entre EE UU y China, en el que la llegada de Biden ha significado una cierta contención, pero no una solución. El máximo panel de arbitraje de la OMC para disputas entre Estados se halla inoperante al no haber sido nombrados los jueces necesarios, con EE UU convencido de que el tribunal excedió en el pasado sus competencias. La relación entre el otro gran gigante comercial mundial, la UE, y China tampoco es serena. El naufragio del acuerdo entre ambos sobre inversiones, en su momento fuertemente patrocinado por Alemania, es un símbolo de la creciente suspicacia en Europa acerca de las actitudes chinas y de una excesiva imbricación con ese mercado. La guerra rusa en Ucrania, por supuesto, ha dado otra sacudida, con un amplio abanico de sanciones de represalia contra Rusia por parte de unos 40 países democráticos.

Aun así, la reciente conferencia ministerial de la OMC concluyó con un acuerdo de consenso. “Esto es positivo. La OMC es una institución fundamental, y muchas otras ministeriales acabaron sin eso”, dice Dadush, quien, sin embargo, apunta a que los acuerdos hallados son de corte “minimalista”, y que la intención declarada de reactivar el panel de arbitraje para 2024 “realmente no compromete a nadie”.

Un hombre empuja un carro junto a contenedores en el puerto de Tanjung Priok, en Yacarta (Indonesia), el 4 de noviembre de 2021. WILLY KURNIAWAN (REUTERS)

Dadush señala que las turbulencias actuales —conflicto arancelarios entre EE UU y China, sanciones a Rusia o salida del Reino Unido de la UE—, si bien son significativas, representan, sin embargo, “una pequeña parte del comercio global”. El experto cree que el escenario de futuro más probable es el de un “libre comercio que irá adelante, una globalización que continuará, con muchas dificultades y tensiones, pero sin una guerra comercial global”.

La hipótesis de una guerra abierta entre China y EE UU es la única circunstancia que puede alterar profundamente esa perspectiva central, observa Dadush. “Pero pienso que todo el mundo es consciente de que no podemos permitirnos una guerra abierta entre Washington y Pekín, que es necesario hallar un modus vivendi, y que por ello ese no es el escenario más probable”, prosigue Dadush.

“Creo también que”, prosigue, “aunque opciones nacionalistas y proteccionistas alcancen el poder en países occidentales, estas también se verán limitadas, en el paso de la retórica de campaña a la acción de gobierno, por la realidad de que el comercio es esencial para el desarrollo económico y por la presión de entornos empresariales que a menudo son próximos a las familias políticas de derecha. Por tanto, creo que el escenario más realista es el de un libre comercio que, aunque con dificultades, irá adelante”. En ese sentido, cabe notar que la coalición derechista dominada por partidos proteccionistas que es favorita para ganar las elecciones en Italia emitió esta semana señales pretendidamente tranquilizadoras de cara al proceso de integración europea, en el que el libre comercio es un asunto central. Habrá que ver, en caso de victoria, cuánto se corresponderán los hechos a las palabras de ahora.

La fiscalidad

Otro golpe a las esperanzas de hallar soluciones globales a problemas globales llegó este mes de julio al constatarse que las negociaciones para poner en marcha un sistema global de imposición para sociedades afrontan muchas dificultades y no podrán concluirse este año como muchos esperaban. El año pasado, 140 países acordaron establecer un marco que permita recaudar impuestos de forma más justas ante grandes multinacionales que aprovechan su tamaño, las características de su negocio y jurisdicciones con niveles de impuestos ínfimos para eludir el pago de tributos sobre sus ganancias. El acuerdo prevé un impuesto mínimo de sociedades del 15% y que al menos una parte de los beneficios de las multinacionales sea registrada en las jurisdicciones donde están sus clientes, y no donde están sus sedes, ubicadas a conveniencia.

Pero la aplicación en el mundo real es compleja, y la OCDE, que lidera la negociación, ha informado de que será necesario al menos un año más y la implementación no sería posible antes de 2024. El paquete legislativo aprobado este viernes en EE UU contempla varias medidas impositivas pero, según reconoce el propio departamento del Tesoro, impulsor del acuerdo global, no sirven para colocar al país en línea con el marco pactado en la OCDE.

Por si los obstáculos a la cooperación global en todos estos apartados no fueran ya notables, en el camino se vislumbran otros, como las legislativas de EE UU de noviembre, que podrían romper el control demócrata del Congreso. Es de esperar que, con los republicanos en control de una o ambas Cámaras, la disposición de Washington a la cooperación internacional se verá mermada, dando una vuelta más a una espiral que va en el sentido contrario al rumbo que exigen las plagas que afligen al mundo.

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