“Las sombras de Allende y Pinochet siguen planeando sobre nuestras cabezas”

El chileno Ricardo Brodsky, director del museo Benjamín Vicuña Mackenna, retratado en Santiago de Chile el 28 de octubre.
El chileno Ricardo Brodsky, director del museo Benjamín Vicuña Mackenna, retratado en Santiago de Chile el 28 de octubre.Cristian Soto Quiroz

Chile se encuentra en medio de una vorágine de cambios profundos. La convención que redacta la nueva Constitución cumple cuatro meses de trabajo –del año que tiene de plazo para proponer un nuevo texto–, la economía sufre temblores inéditos, el debate público parece marcado por la intolerancia y el 21 de noviembre se celebran las parlamentarias y presidenciales, en una elección polarizada: los favoritos son Gabriel Boric –del Frente Amplio de izquierda en alianza con el Partido Comunista–, y José Antonio Kast, el candidato del Partido Republicano, de la derecha extrema. En medio de este proceso, Ricardo Brodsky ha sido una de las pocas voces de izquierda que han analizado el momento a contracorriente y sin temor a la impopularidad, en asuntos espinosos como la validación de la violencia para conseguir cambios profundos. Actual director del Museo Vicuña Mackenna, este licenciado en Literatura fue embajador durante el Gobierno de Ricardo Lagos y entre 2011 y 2016 director del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, el recinto que relata el golpe de Estado y la dictadura de Augusto Pinochet a través de la experiencia de las víctimas.

Pregunta. ¿Por qué momento pasa Chile?

Respuesta. Chile está atravesando por un cambio cultural y de ciclo político. El estallido social de octubre 2019 evidenció la ruptura de los consensos de la transición, que siempre fueron acuerdos forzados por la capacidad de veto de la derecha. Y más allá de ellos, hoy están cuestionadas las normas implícitas de convivencia, entre las cuales estaba el rechazo a la violencia y la aceptación del monopolio de las armas para las fuerzas del Estado.

P. ¿Observa incertidumbre?

R. Efectivamente, hay una gran incertidumbre porque este momento está marcado por la crisis económica que deja la pandemia, por un parlamentarismo de facto que se ha inclinado hacia un populismo exacerbado, por una convención constituyente inédita y por unas elecciones presidenciales y parlamentarias que como nunca antes están cargadas a los extremos y despiertan los fantasmas del pasado. Entonces, el cóctel es bastante explosivo: violencia urbana y rural, inflación, crisis migratoria, radicalización política, deslegitimación de las autoridades –en particular de la policía–, y probable recesión a la vista. Todo esto, además, con promesas electorales difícilmente sostenibles y un incierto futuro institucional.

P. ¿Hay polarización, crispamiento y rabia?

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R. Hay en marcha un proceso de polarización e intolerancia en el mundo político. Pareciera que los políticos chilenos se cansaron de los consensos y quiere cada uno imponer sus principios. El debate político es de una pobreza descomunal, dominado por el oportunismo y la lógica de las redes sociales donde la descalificación del otro es la norma. Se puede llegar a una división maniquea de la comunidad política, algo así como la grieta en Argentina, y eso no augura nada bueno para el país. Esto convive con el protagonismo de grupos radicales antisistema, algunos de ellos asociados al narcotráfico, que practican el saqueo y la destrucción de los espacios y bienes privados y públicos, y que una parte del mundo político con enorme ingenuidad y candor ha legitimado.

P. ¿Esto que describe sucede en la sociedad o solo en el mundo politizado?

R. Es evidente que en Chile explotó un descontento derivado especialmente de los abusos y privilegios de las elites empresariales y políticas y de la incapacidad del sistema de resolver a tiempo demandas ciudadanas muy sentidas como, por ejemplo, pensiones dignas, deudas, vivienda.

P. ¿Cómo se explica que, posiblemente, la presidencial se defina entre Kast y Boric?

R. En la izquierda surgió una nueva generación vinculada a los movimientos estudiantiles que cuestiona el neoliberalismo. Y en la derecha, frente a la bancarrota del sector, se ha fortalecido la idea de atrincherarse en un extremismo tipo VOX o Bolsonaro, desconociendo las necesidades de cambio de la sociedad chilena y fenómenos nuevos como el feminismo o la masiva migración venezolana. La verdad es que todavía no está dicho quiénes pasarán al balotaje, pero cualquier extremo que pase va a estar obligado a moderar su discurso y su programa.

P. Usted diferencia entre una izquierda humanista –que afirma a la democracia y los derechos humanos – y la izquierda que en América Latina se ha identificado con Chávez, Maduro u Ortega ¿Cuál de las dos izquierdas es la que triunfa hoy en Chile?

R. No lo sabemos, porque en la coalición que encabeza Boric coexisten esas dos izquierdas y eso es parte del problema. Admiradores de Chávez, Maduro y Ortega hay en el Partido Comunista y en el Frente Amplio. Creo que Boric cree firmemente en los valores democráticos y, aunque cede con demasiada facilidad a las presiones de la ultraizquierda y del populismo, tiene un amplio margen de acuerdo con esa izquierda o centroizquierda humanista y defensora de los derechos humanos que tiene experiencia de Gobierno y no está en su coalición.

P. En Chile se ha instalado un juicio crítico respecto de la transición en su conjunto. ¿Tiene razón parte de la izquierda que consideró que los avances fueron tímidos?

R. Todas las transiciones, implícita o explícitamente, son pactadas al menos en sus primeros años. Pretender otra cosa es ingenuidad o cinismo. Esas críticas desde una izquierda que generacionalmente es posterior a la dictadura se realiza desde un pedestal, desde un púlpito desde el cual juzgan moralmente, desde sus magníficos e impolutos ideales, a quienes tuvieron que enfrentar una situación concreta. O sea, no tienen razón.

P. ¿Por qué en un país como Chile –que vivió la ruptura de la democracia y sus horrores en la dictadura–, los adversarios políticos vuelven a verse como enemigos?

R. Es una buena pregunta que yo también me hago. De alguna manera las sombras de Allende y Pinochet siguen planeando sobre nuestras cabezas. El trauma sigue estando presente y no se ve muy claramente cómo conjurarlo. Diría que es un problema de la memoria traumática de Chile y de los usos y abusos de esa memoria. En Chile la derecha y parte de la izquierda recurren a la memoria traumática que somete el presente al pasado, que nos deja atrapados en el conflicto, en vez de buscar en esa memoria lo que es ejemplar, en palabras de Todorov. Justamente, lo ejemplar podría ser suspender por un instante los agravios recibidos para reconocer las responsabilidades compartidas en la crisis política que llevó al fin de nuestra democracia.

P. ¿Cuántas generaciones tendrán que pasar para desapegar a Chile de la dictadura de Pinochet?

R. La transmisión intergeneracional ha sido muy fuerte. Personas que no habían nacido sufren las violaciones a los derechos humanos de sus parientes como si fueran en carne propia, con el agravante de la idealización y romantización de la Unidad Popular de Salvador Allende y de la épica antidictatorial, todo lo cual lleva a la intransigencia y la autoproclamación de una superioridad moral. Por el lado de la derecha, la agitación del anticomunismo es parte de una identidad profunda y a veces violenta, en particular en los militares presos en la cárcel de Punta Peuco [donde cumplen condena por violaciones a los derechos humanos].

P. ¿Está garantizado el éxito del proceso constituyente?

R. Es un proceso muy inédito y lleno de interrogantes. Hay que considerar que esta asamblea tiene en su seno a voces que por primera vez en Chile logran hacerse escuchar y ser parte de quienes van a construir un nuevo contrato social. Mujeres, representantes de los primeros pueblos, personas independientes. Es un enorme desafío que además se encuentra con una activa búsqueda del fracaso por parte de un sector de la derecha más extrema. O sea, nadie puede garantizar el éxito, por eso es tan importante que la mayoría de la Convención no se dé más gustos y empiece a construir la casa de todos.

P. La Comisión Chilena de Derechos Humanos, Baltasar Garzón y algunas organizaciones sociales enviaron información contra el presidente Sebastián Piñera a la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional por lo que, consideran, fueron crímenes de lesa humanidad cometidos durante las protestas de 2019. ¿Qué opina?

R. Creo que es abusivo asimilar a Piñera con Pinochet, que ha sido la intención permanente de algunos colectivos. Eso es lo que está detrás de esa denuncia ante el TPI. Las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron en el país en 2019 fueron fruto de una violencia desmedida de las fuerzas policiales quienes no tenían los protocolos de actuación ni los medios adecuados a una democracia para restablecer el orden público. Ahora bien, el Instituto Nacional de Derechos Humanos ha llamado la atención sobre la escasa respuesta del sistema judicial y de la Fiscalía ante las 2.499 querellas que ha presentado por estos hechos, de las cuales solo se han formalizado 28. Y también hay que decir que no ha habido reparación para las víctimas de trauma ocular, entre ellos quienes perdieron completamente la vista, lo que es muy grave.

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