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Las sombras tras los números chinos

Centenares de contenedores de carga, este lunes en el puerto de Shanghái.ALY SONG / Reuters

Las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) son fulminantes: todas las grandes economías menguarán a consecuencia de la pandemia, en la mayor caída global desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado. Todas menos una: China. El gigante asiático confirmó su excepcionalidad en los datos correspondientes al tercer trimestre, publicados esta semana, que apuntan a un crecimiento del 4,9% y que, tras el desplome inicial, devuelven el PIB a territorio positivo en lo que va de año (0,4%). Esta lectura a priori optimista incide en las particularidades de su programa de estímulos, así como en los métodos estadísticos de un país en el que nada escapa al dictado del Partido.

Toda cifra oficial china queda envuelta por una capa de recelo. Tampoco el PIB escapa al escepticismo, quizá la más importante de todas ellas. “He sido capaz de predecir la tasa de crecimiento anual durante los últimos diez años”, bromea Michael Pettis, profesor de Finanzas en la Universidad de Pekín. Desde 2010, la curva ha dibujado un suave y ordenado descenso. “Una estabilidad así es imposible. La clave reside en que, mientras en muchos países el PIB es consecuencia de la actividad económica, en China es un precedente”, explica. “El Gobierno fija una cifra y, a continuación, los niveles inferiores de la Administración deben hacer lo que sea necesario para alcanzarla. Lo más importante es saber cuánto crecimiento necesitan por motivos políticos, lo que básicamente se reduce a evitar que aumente el desempleo para que no se convierta en un problema”.

Este año, de hecho, el Partido ha rehusado fijar un objetivo de crecimiento de PIB —tal y como acostumbra— para en su lugar establecer el desempleo como máxima prioridad. La tasa oficial de paro urbano —también poco representativa de la realidad laboral— ya descendió hasta el 5,4% en septiembre tras alcanzar su techo (6,2%) en febrero. El guarismo, por tanto, será un misterio hasta el final. La semana pasada el FMI revisó al alza su predicción hasta el 1,9%; Yi Gang, gobernador del banco central, estimó durante una reunión este fin de semana que oscilaría alrededor del 2%; y Pettis coloca su apuesta un poco más arriba: “Creo que un 3% será suficiente”.

La ausencia de datos plenamente fiables es un vacío que muchos tratan de llenar. Es el caso, por ejemplo, de la consultora Capital Economics, cuyo equipo ha desarrollado una métrica alternativa bautizada como China Activity Proxy (CAP) y elaborada a partir de ocho índices macroeconómicos secundarios. El CAP coincide con el PIB para el tercer trimestre, pero reduce el 3,2% del periodo anterior a un 0,7%. Si los datos oficiales establecen que China creció un 48% en el último lustro, el CAP registra un 33% con una significativa caída entre 2015 y 2016, etapa que coincide con la decisión del banco central de flexibilizar su política monetaria. “El CAP no tiene el detalle o la precisión de las estimaciones de PIB que una agencia nacional de estadística independiente puede ofrecer (…), pero muestra mayor correlación con variables clave como flujo comercial, PMI o beneficios empresariales y fiscales que el PIB oficial”, exponía la firma al presentar la métrica.

Uno de los resultados más optimistas ha sido el de las ventas al por menor, que escalaron un 3,3% en septiembre. El gasto privado fortalece así su evolución tras crecer por primera vez en lo que va de año —un tímido 0,5%— en agosto. La recuperación, en cualquier caso, todavía no es completa: el acumulado anual sigue siendo un 7,2% inferior al de 2019 por estas mismas fechas. “El consumo se determina a partir de dos variables: ingresos y ahorros. La pandemia arrasó porque provocó un doble revés: los primeros bajaron y los segundos subieron”, señala Pettis. A consecuencia, el consumo doméstico permanece todavía en números rojos con un -1,1% en el tercer trimestre con respecto al mismo periodo un año atrás, aunque ha experimentado una mejora tras el -5,7% del segundo. “El reto futuro es hasta qué punto la renta disponible familiar podrá seguir elevándose para acelerar el consumo”, apunta el banco de inversión Natixis en un informe reciente.

Dos maneras de reactivar la economía

El consumo parece por fin acelerar y seguir la estela de la producción industrial, la cual se expandió en septiembre un 6,9%, su ritmo más rápido este año y equiparable al anterior a la pandemia. Este desase entre ambas categorías ilustra la naturaleza de los estímulos implementados por China. “¿La pandemia es un golpe a la oferta o a la demanda?”, plantea Pettis. “En origen ambos, puesto que en un primer momento el trabajador no podía ir a la fábrica del mismo modo que el consumidor no podía ir al supermercado, pero pronto pasó a la demanda. Si miras a EE UU o Europa, verás que el consumo se ha recuperado mejor que la producción. Esto se debe a que las ayudas se focalizaron en la demanda, en forma de ayudas y rentas al desempleo. En China, en cambio, no existe un mecanismo para hacerlo”.

Quizá la gran diferencia respecto en la respuesta respecto al resto del mundo radica en que mientras la mayoría de países trata de estimular la demanda, el gigante asiático se ha centrado en la oferta. Esto ayuda a entender, por ejemplo, por qué las exportaciones del gigante asiático hayan seguido creciendo: un 13,2% en septiembre hasta alcanzar el montante histórico de 203.000 millones de dólares (173.000 millones de euros). En abril, China ocupó casi la quinta parte de las exportaciones globales.

¿Es una solución más efectiva? “A corto plazo, sí”, opina Pettis. “A largo, supone redoblar la apuesta por un modelo y ahondar los riesgos estructurales”. El balón al que China ha dado patada adelante tiene el nombre de un peligro recurrente: la deuda. “Según las cifras oficiales, la deuda con respecto al PIB aumentó de 249 a 254% en 2019. Eso ya es mucho. Pero este año, de acuerdo a mis estimaciones más conservadoras, crecerá cuatro veces más: entre 21 y 28 puntos porcentuales”. La efectividad de la estrategia solo podrá juzgarse en el largo plazo. Quizá para entonces los problemas sean otros.


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