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Las tres derrotas de Putin


Quedan pocas dudas. Morirá todavía gente y el impacto en sufrimiento humano, desastre económico global y destrucción física es de cálculo imposible. Será altísimo, el mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Pero con sus mentiras, el presidente Putin está perdiendo la guerra, aunque su ejército avance, más lento de lo que esperaba. El audaz ensayista Yuval Noah Harari habla ya de derrota histórica. Ganar en los fangos helados del norte, este y sur de Ucrania es una victoria pírrica.

Putin tiene a 44 millones de ucranios atenazados, de ellos más de un millón son refugiados y desplazados. Europa, en vilo y las potencias occidentales intentando adivinar su macabro próximo paso, ¿se atreverá a manipular una central nuclear descontrolada?, o ¿seguirá jugando con la despavorida población civil de las ciudades asediadas, abriendo y cerrando corredores?

Por el momento, tres derrotas determinantes ya son claras: el aislamiento económico, una mayor fragilidad social interna y una geopolítica a la contra. Rusia está en vías de estrangulación financiera y económica, oligarcas incluidos. Y ello a pesar de las reservas acumuladas de más de 650.000 millones de dólares y a que, por ahora, las severas sanciones salvan al sector energético. El gas y el petróleo siguen fluyendo a los clientes habituales, entre ellos la UE. ¿Hasta cuándo? Occidente debe calibrarlo, porque esta es la sanción con mayor efecto bumerán.

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Para dar ese drástico paso de cortar el suministro, no sería extraño tener que esperar a un renovado abastecimiento de la producción iraní, por el momento inaccesible por las sanciones contra este país impuestas por retirarse del acuerdo nuclear en 2020. Se trata de una extraordinaria coincidencia, ya que, en estos momentos aciagos para la diplomacia, se está negociando muy activamente en Viena el regreso de Irán a este transcendental pacto para la estabilidad regional y global, por parte de la UE, junto a Alemania, Francia y el Reino Unido, además de EE UU, China y Rusia. La segunda derrota de Putin nos lleva la mirada a su tensionada y manipulada sociedad. Cierto, de momento las movilizaciones son limitadas y para ello ha tenido que recurrir a la más dura de las represiones contra sus conciudadanos, en particular los medios de comunicación, a cuyos periodistas les esperan largas condenas si propagan la verdad. Pero, pese a algunas redes sociales bloqueadas, los mensajes corren, los vídeos se comparten y la verdad se abre camino. En cualquier momento la aparente fragilidad de las madres de los soldados se puede tornar en fuerza en su contra. En momentos clave de las guerras en Afganistán o Chechenia, ellas tuvieron un papel decisivo. Con su imperturbable búsqueda de los hijos desaparecidos en el frente, fueron pilar de la consciencia social, plantando cara a las mentiras del Kremlin. Ahora reciben mensajes que no dejan duda de que los invasores rusos tiran deliberadamente contra la población civil, a sus iguales. Se los mandan sus hijos.

Fuera caretas. La tercera derrota es geoestratégica. No hay disfraz que esconda lo que había detrás del estilo directo, casi campechano, y la mirada incisiva de Putin. Europa, con Alemania a la cabeza, ha perdido la inocencia. Un regreso al realismo político. Y como consecuencia de ello, se auguran cambios significativos estratégicos de calado, en particular en el continente europeo. ¿Cómo anclar y proteger mejor las democracias? ¿Cómo potenciar las transiciones en países institucionalmente frágiles? ¿Cómo ayudar en las transiciones? Ya se pueden vislumbrar cambios de los límites de las instituciones occidentales clave, cuando se logre acallar las armas. Y en ningún caso estos cambios serán favorables a los intereses de Putin. La OTAN y la UE están más unidas que nunca. Y la mayoría condenatoria en la ONU, también. Rusia resiste por su veto.

Así, del “se pueden hacer tratos con él”, como decían los CEO de las energéticas, químicas, mineras… que le visitaban, hemos pasado al “no más tratos”. El principal, y probablemente más difícil acuerdo a preparar con astucia y visión estratégica, es la eventual negociación diplomática. Aunque ello, lamentable, está todavía lejos. Entre otras razones, por la bravura y determinación de los ucranios y su vigoroso presidente.

A la Rusia de Yeltsin, en los años noventa, se le tendió la mano colaboradora de la UE y de la OTAN. Moscú fue activo en la reforma de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) para dar mayor contenido a la seguridad cooperativa en Europa que conllevaba esa reforma. En 1997, el G-7 pasó a G-8 hasta 2014, cuando la anexión de Crimea hizo inaceptable su pertenencia. Y en 2012, entró en la Organización Mundial del Comercio. Ello pese a que el anclaje de Rusia en Occidente comenzó a girar en 2007. Con un glacial discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, pronunciado ante una impertérrita Merkel, Putin inició el recorrido hacia la posición actual de pretender un nuevo Yalta, por la fuerza y a costa de Ucrania. Las tres derrotas le alejan de ese destino.

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