Quiso entrar en Kiev, asesinar a su presidente y quedarse con Ucrania entera de un zarpazo. No pudo. Como la zorra de la fábula, Vladímir Putin declaró entonces que las uvas estaban verdes. Ahora su propósito es hacerse únicamente con la región de Donbás, hasta hoy solo parcialmente en sus manos. Tiene mejores cartas para el nuevo envite, pero no es seguro que se salga con la suya.
Aun reagrupado y recompuesto, el suyo es un ejército derrotado y desmoralizado, que ha exhibido el más deshonroso y criminal comportamiento que puedan tener los militares, y merece en cualquier caso un tribunal que juzgue a los responsables por delitos de guerra y contra la humanidad. Como ventaja contará con la contigüidad entre la región ya ocupada y el territorio ruso. Los suministros y las comunicaciones serán más fáciles que en el cerco de Kiev, donde el Ejército ucranio troceó la interminable columna rusa paralizada en los suburbios. Contará también con aeródromos y artillería, con lo que podrá salir y bombardear desde territorio de Rusia, a resguardo gracias a la cobertura de su paraguas nuclear.
Esta es una de las ventajas estratégicas en la guerra desigual entre una superpotencia nuclear y un país que solo puede confiar en sus soldados y ciudadanos para defenderse. Putin ha establecido, y el mundo ha aceptado, la regla asimétrica que le autoriza a invadir y bombardear, pero impide el auxilio de los amigos de Kiev con soldados pie en tierra o la prohibición de sobrevuelo para proteger a los civiles de los bombardeos.
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La inhibición ante el chantaje atómico afecta también al suministro de tanques, aviones y material pesado por parte de los países aliados. Solo las atrocidades cometidas han elevado el umbral del temor a una respuesta no convencional. Con Putin acusado de genocidio por Joe Biden, empieza a atisbarse que un ataque químico o biológico, no digamos ya nuclear, abriría las puertas al debate sobre una intervención directa de la OTAN, al menos para proteger a la población civil.
Los dos ejércitos se hallan frente a frente, en un choque clásico en la historia de la guerra. Putin cuenta con la profundidad estratégica y demográfica de una batalla que le permitirá todos los derroches en vidas y recursos, sobre todo por su férreo control sobre la sufrida sociedad rusa, secularmente acostumbrada a la opresión y al crimen político. Ucrania contará con la moral alta de sus combatientes, dispuestos a morir antes que entregarse al invasor totalitario. No tendrá el auxilio directo que merece de sus aliados, en tropas sobre todo, pero las armas que van llegando, cada vez más, cada vez más poderosas, pueden bastar al menos para impedir la victoria fulgurante que Putin necesita antes del 9 de mayo, la fecha de una vieja victoria antifascista que alimenta el mito del fascismo ruso de nuestros días.
Si Putin pierde de nuevo, dirá otra vez que las uvas todavía estaban verdes. La zorra solo cejará cuando caiga y perezca en la trampa.
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