El desafío de la izquierda es la unión. En un contexto social, ambiental y económico complejo, los mandatarios conservadores o neonacionalistas se alejan de prioridades tan importantes como la lucha contra la pobreza, la desigualdad multidimensional, el hambre, el cambio climático, etcétera. La historia colabora a rescatar las lecciones del pasado, no obstante en una suerte de sino trágico, pocas veces aprendemos de ellas. Lo cierto es que hoy no existe un rumbo claro y menos colectivo. Los sectores de izquierda continúan con grandes dificultades para volver a imaginar proyectos políticos que, con lógicas comunes, les permita volver a disputar el poder en sus sociedades. Algunos seguirán diciendo que el problema no es político, pero si no logramos dar alternativas a Gobiernos que destruyen el tejido social y el medioambiente, tampoco podremos avanzar en los grandes temas que nos convoca la Agenda 2030 y la historia humana.
La izquierda puede y debe ser señalada como culpable de instalar liderazgos personalistas, lo cual permite la construcción de formas de culto al dirigente de turno e imposibilita el necesario desarrollo de una conciencia de proyecto colectivo, que debe necesariamente ser capaz de renovarse, particularmente mediante la generación de nuevos liderazgos. El carácter mesiánico de muchos liderazgos no solo es poco funcional a la consolidación de procesos progresistas, por el contrario contribuye al deterioro del proyecto y, en ocasiones, a la corrupción de los principios. Ello facilita la entronización en los Gobiernos de grupos signados por intereses enteramente lejanos a las necesidades y demandas de sociedades cansadas, abusadas y abandonadas, pero que sin embargo —decepcionadas— vuelven a apostar por las promesas de autoridad, orden y progreso de las derechas, las que finalmente solo ofrecen sus mismas viejas recetas, autoritarismo, desarticulación social y explotación. En otro ámbito, el espectro político progresista latinoamericano, presenta una pronunciada incapacidad de articulación.
En Chile, Michelle Bachelet había logrado unir bajo su figura y un programa político audaz al amplio concierto político de la izquierda chilena, al dejar el poder, esa cohesión no trascendió y hoy parece casi imposible volver a articularla. Quizás el asunto se relacione con algo más que coincidencias programáticas y liderazgos capaces de arrastrar los votos suficientes para alzarse como Gobierno. El caso chileno habla de la necesidad de articular proyectos que interpreten a la sociedad, para lo cual resulta fundamental que sea esa misma sociedad la que de algún modo se exprese en la construcción de dicho proyecto. Pero también es indispensable que las dirigencias políticas crean en las ideas que proponen, es inimaginable que la debilidad ideológica y valórica de los políticos “progresistas” haga que inmediatamente terminado el Gobierno de Michelle Bachelet, los mismos que participaban de iniciativas que propiciaban cambios en lo tributario, en el sistema educacional, en la organización política, etcétera se alcen por acción u omisión como los verdugos de esas mismas transformaciones.
En toda la región, nos enfrentamos a sectores conservadores que han aprovechado la carencia de cohesión de la otra vereda, instalando verdaderas maquinarias para promover el lawfare, que emplean las fake news como insumo recurrente que sus medios de comunicación retransmiten sin escrúpulos confundiendo la opinión publica, reforzando su visión de sociedad patriarcal y capitalista. Tampoco aceptan el cambio climático como desafío para la humanidad, porque luchar contra este fenómeno producido por el hombre implica cambiar sus modos de vida, pero solo encuentran su razón de ser en la acumulación de riquezas, ciertamente esta es una visión muy contraria a cómo debemos enfrentar el siglo XXI. Una gran parte de las élites prefieren actuar de acuerdo a la hegemonía de la riqueza y seguir coludidos con los actores de un capitalismo envejecido que hoy carece de sentido.
El carácter mesiánico de muchos liderazgos es poco funcional a la consolidación de procesos progresistas y, en ocasiones, contribuye a la corrupción de los principios
Tenemos desafíos comunes, problemas que persisten o aumentan, grandes sectores de nuestras sociedades latinoamericanas que sufren cada día de las políticas actuales de unos pocos. Desde los recortes acordados con el FMI en Argentina que han tenido como consecuencia un aumento rápido y sostenido de la pobreza, pasando por la política de vacío social de Jair Bolsonaro, dominada por discursos discriminatorios y decisiones destructivas para el medioambiente que favorecen al gran capital, hasta el Gobierno de Sebastián Piñera donde su obsesión ha sido su antecesora y no el buen gobernar en pro del desarrollo sostenible. En Colombia, los asesinatos de lideres sociales o exguerrilleros siguen en aumento, pero Iván Duque no parece querer hacer un esfuerzo significativo para proteger a los actores de la sociedad civil.
Estamos acercándonos a una época oscura, sí, más oscura aun de lo que parece. Algunos se quedan en la ilusión de que solo es algo pasajero. Para que así sea, depende de todos los actores políticos humanistas, progresistas y ecologistas, de unirse, de negociar más allá de los cupos y los egos para construir mayorías amplias, pero también depende de los actores de la sociedad civil el organizarse para hacer valer sus visiones en las decisiones políticas.
Cuando el panorama parece sombrío, existen esperanzas y estas tienen rostro de mujeres, de jóvenes, de ambientalistas. Esperanza de rostro mexicano, con un presidente López Obrador que intenta poner en práctica el principio maya: no podemos cambiar haciendo siempre lo mismo. La esperanza también tiene rostro argentino. Más que la jugada, lo que debemos rescatar de Cristina Fernández candidata a vicepresidenta junto a Alberto Fernández, es su capacidad política para hacer de la alternativa a Macri un camino viable y sostenible. Su estrategia no es manipular, sino educar, promoviendo un nuevo liderazgo e intentando construir una mayoría. Brasil no tuvo la misma oportunidad a pesar de las revelaciones del diario The Intercept. Lula, un hombre que liberó a millones de la pobreza, aún cuesta sacarlo de la cárcel, donde intentan sepultar sus ideas que van en pro de “Los Nadie” de Galeano. Las pruebas en su contra carecen de validez por el simple hecho de que no existen.
La izquierda latinoamericana debe articularse desde la diversidad, acordándose sobre lo fundamental, negociando lo segundario, pero avanzando juntos. Como dice un proverbio africano, el río sigue su curso sin esperar al sediento. Si en los próximos meses y años no existe una dinámica suficiente a favor de la articulación política desde la izquierda, América Latina y el Caribe estará condenada en seguir con las venas abiertas, con todo lo que eso conlleva. Sometiéndose en tiempos críticos a que el futuro de las próximas generaciones se vea comprometido, dejando a unos pocos la decisión de seguir abriendo caminos a las grandes potencias del globo para que estas accedan a recursos estratégicos para su propio desarrollo.
Pierre Lebret es analista político.
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