Probablemente una de las mayores ventajas de la llegada de agosto sea la de poder disfrutar del silencio de los políticos en los informativos audiovisuales, esos individuos que o bien se dedican a sacar pecho por legislar o conseguir aquello para lo que fueron elegidos, es decir, por cumplir con su trabajo, o se dedican a fomentar la crispación y añorar una gestión, la suya, que tiene más que ver con los banquillos de los acusados que con la eficacia de sus decisiones.
Tiempo de silencio en el que cabe recontar el pasado inmediato como el de la aprobación y posteriores prórrogas de los ERTE, tan conveniente para los más y, al parecer, innecesario para los propios diputados, que trabajaron de manera telemática y no modificaron sus ingresos. Silencio como el de los muy dignísimos magistrados del Consejo General del Poder Judicial, que tan dignamente disfrutan de sus prebendas con una prórroga de más de dos años y medio por la inconstitucional actitud de quienes alardean de defender la Constitución y quienes, a su vez, se niegan dignamente a dimitir como alternativa al impresentable bloqueo.
Cuestión de patriotismo siempre que la patria, y el coche oficial, sean nuestros. Lamentablemente el silencio no alcanza a todos, la perfección no existe: los tertulianos, con su erudición enciclopedista, siguen arreglando todos los problemas y denunciando las mezquindades de quienes no coinciden ideológicamente con ellos antes de bajar a la cervecería y tomarse algo con la satisfacción del deber cumplido. El problema de agosto es que se acabará en unos días y llegarán de nuevo el ruido y la crispación.
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