Laurent Binet: “Con los incas, tendríamos seguridad social desde hace siglos”



A los pueblos amerindios les faltaron tres cosas para resistir a los conquistadores: el caballo, el acero y los anticuerpos. La conocida tesis de Jared Diamond, el geógrafo y antropólogo que teorizó por qué algunas sociedades perduran y otras desaparecen, es el fundamento del nuevo libro de Laurent Binet (París, 1972), autor que se ha ganado un merecido hueco en las letras francesas con dos libros tan distintos como HHhH, investigación sobre el asesinato del oficial nazi Reinhard Heydrich, y La séptima función del lenguaje, intriga policial alrededor de la muerte de Roland Barthes. En su tercera novela, Civilizaciones (Seix Barral), Binet plantea una ucronía o historia alternativa, forma narrativa recurrente en la actualidad, para imaginar qué habría sucedido si los nativos americanos hubiesen contado con esos tres elementos decisivos. El libro imagina que Atahualpa, el último emperador inca, nunca fue capturado por los españoles y ejecutado en el garrote vil. Logró huir a Europa, donde desembarcó en Lisboa en 1531, antes de conquistar España y el resto de Europa, que terminaría convirtiendo en un remanso de tolerancia religiosa y justicia social.
“En realidad, la novela surgió al leer otra frase de Diamond. ¿Por qué Pizarro capturó a Atahualpa y no fue Atahualpa quien acabó con Carlos V? Me dije que era una buena pregunta y que me apetecía responderla”, relata Binet en su domicilio, con vistas sobre un gentrificado barrio de pasado obrero en el nordeste de París. Un viaje a Lima haría aumentar su fascinación por los incas, que le gustaban por su folclore vistoso, pero también por una organización social y política en la que creyó detectar “una especie de protosocialismo”. No por casualidad, su libro transcurre en un momento crucial para el desarrollo del actual sistema económico, en el que se materializa el primer acto del capitalismo que dominará el mundo. La hipótesis que formula Civilizaciones es si una conquista al revés hubiese producido una globalización menos brutal. Aun así, el escritor no quiso firmar una historia “de indios buenos y europeos malos”. En su libro, los incas también son un pueblo imperialista que coloniza, conquista y comete masacres. “Mi simpatía está del lado de los indios y el motor psicológico del libro fue, en el fondo, dar una venganza a los perdedores, pero no los quiero idealizar. Con una conquista inca habríamos evitado los escollos del capitalismo, pero habría otros distintos, porque las formas de dominación son infinitas. Eso sí, tendríamos seguridad social desde hace siglos”, responde Binet, ideológicamente cercano a la izquierda anticapitalista de Jean-Luc Mélenchon.

FRANCISCO RIOLOBOS

El libro parece poner en duda el relato heroico sobre la conquista que durante siglos vehiculó cierta historiografía, aunque su retrato de los conquistadores también es ambivalente. “No se puede negar que se hallan en el origen de una colonización atroz que produjo un genocidio, pero confieso que Cortés y Pizarro me fascinan. Su aventura me parece profundamente heroica, incluso si hay dosis de sátira o de picaresca en ese heroísmo”, admite Binet. ¿Y Colón, al que hace perecer en Cuba tras un amarre calamitoso descrito con pelos y señales en un risible diario de a bordo? “Me resulta menos simpático. Al leer su diario entendí que su único motor era encontrar oro y que, encima, decía que lo hacía en nombre de Dios”.
La novela de Binet coincide con la actual embestida social contra la desigualdad heredada del sistema colonial, en la que el libro también participa. “Son derivaciones de un motor histórico en el que todavía creo: la lucha de clases. Los dominados siempre terminan por sublevarse. Últimamente, muchos de ellos han entendido que el control del discurso es el instrumento de poder decisivo”, responde Binet para explicar la cancel culture y sus ramificaciones. “Nos encontramos en un periodo prerrevolucionario, lo que siempre es propicio a la agitación y a los excesos. Y yo entiendo a esos agitadores, aunque no puedo apoyarlos cuando sustituyen una censura por otra. Los campos están muy polarizados y yo, que odio el centrismo como posición política, me encuentro, a menudo, en el medio. Puestos a elegir un exceso, prefiero el de los dominados, aunque mi adhesión sea más bien crítica”, se explica. La petición de retirar las estatuas coloniales, le parece, en cambio, de sentido común. “Uno puede entender que, después de 500 años, los habitantes de Lima no quieran ver a Pizarro en su plaza Mayor. ¿Cómo reaccionarían los españoles si hubiera una estatua de Napoleón en pleno centro de Madrid?”, se pregunta Binet. “Las estatuas están hechas para ser derribadas. No es algo muy grave”.

Civilizaciones completa una trilogía sobre la relación, siempre promiscua, entre historia y ficción. “HHhH se enfrentaba a la cuestión de la extrema fidelidad histórica. Era un libro que contaba una historia real negándose a usar los mecanismos de la ficción”, afirma Binet. “Esta novela, en cambio, se sitúa en el extremo opuesto: es un libro donde la ficción ya no se insinúa en los intersticios de la historia, sino que toma posesión de ella a través de un golpe de Estado”. Si ucronías como esta abundan cada vez más en la producción literaria y audiovisual, tal vez sea por “la percepción de que el mundo se acaba”, asegura el autor. “La ucronía sirve para recordarnos que lo que ya ha sucedido no se puede cambiar, pero también que faltó muy poco para que las cosas sucedieran de otra manera. Es un género que nos recuerda que había bifurcaciones posibles”, asegura Binet, que cree que esa idea resuena en la actualidad. “Estoy convencido de que el capitalismo nos acabará matando a todos. Avanzamos en un tren a toda velocidad contra una pared que se acerca. La ucronía apunta que hay cambios de agujas posibles”.
Si le dicen a Binet que ha escrito un pastiche, el escritor no rechista. “No lo reivindico, pero tampoco lo puedo negar”, responde. Las cuatro partes de su libro reformulan, con dosis considerables de ironía metatextual, modelos literarios como las sagas vikingas, los diarios de a bordo, la correspondencia ficticia o la novela picaresca y la de caballerías. “Me interesa mucho el ejercicio de la reescritura. Por ejemplo, toda historia de amor es, inevitablemente, una reinterpretación de Romeo y Julieta”, sonríe el autor. Esa concepción de la literatura como remake alcanzaba la cima en La séptima función del lenguaje, que era a la vez una celebración y una parodia de aquella famosa French theory que triunfó con el posestructuralismo. Binet mezclaba un sofisticado legado intelectual con géneros menores como la farsa, la caricatura o las formas propias del roman de gare. La novela fue percibida como una provocación. El escritor Philippe Sollers, que aparecía en el libro junto a su esposa, Julia Kristeva, amenazó con llevarlo a los tribunales. “No es voluntario, pero es verdad que esos gestos se perciben como una transgresión. Pero no lo hago adrede, es mi naturaleza. En la división entre clásicos y barrocos, diría que pertenezco a los segundos”, admite Binet.
En Francia, sus novelas generan más perplejidad que entusiasmo crítico, tal vez porque no encajan en el modelo imperante y se atreven a insinuar su estrechez de miras. “Estoy en contra de toda sacralización. Una de las vocaciones de la literatura debe ser la blasfemia. Sentir demasiado respeto por ciertos modelos del pasado es lo que nos ha llevado, en Francia, a seguir haciendo novelas al estilo de Balzac dos siglos más tarde, lo que ya no tiene sentido ni interés”, sentencia. A Binet le gusta dinamitar la noción de alta literatura con sus experimentos traviesos. Civilizaciones puede parecer un tratado histórico o incluso una novela filosófica –ganó, por sorpresa, el premio de la Academia Francesa, poco conocida por sus gustos temerarios–, pero también la burda traslación por escrito de uno de esos videojuegos que incitan a conquistar todas las civilizaciones del planeta. El siguiente paso, de lo más congruente, será convertir este relato alternativo en serie televisiva, un proyecto de presupuesto faraónico para el que no ha renunciado a convencer a Alfonso Cuarón.

Lecturas

Civilizaciones. Laurent Binet. Traducción de Adolfo García Ortega. Seix Barral, 2020. 448 páginas. 21 euros.
Ucronías. La utopía en la historia. Charles Renouvier. Traducción de Pilar Ruiz-Va Palacios. Akal, 2019. 472 páginas. 21 euros.
Contrafactuales: ¿Y si todo hubiera sido diferente? Richard J. Evans. Traducción de Guillem Usandizaga. Turner, 2018. 192 páginas. 18,90 euros.
Guía perversa del viajero en el tiempo. Jorge Fernández Gonzalo. Sans Soleil, 2016. 546 páginas. 24 euros.


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