Este año, el aniversario de Mijaíl Serguéievich Gorbachov ha sido diferente. El martes, la fundación del antiguo presidente de la Unión Soviética abrió sus puertas a una veintena de personas invitadas a festejar su 90º cumpleaños, pero Gorbachov no estaba físicamente allí. El padre de la perestroika y la glásnost comió con nosotros online desde una sala del Hospital Clínico Central (TSBK, en sus siglas en ruso), dependiente del Kremlin, donde permanece internado. La pantalla mediante la cual Mijaíl Serguéievich se sumó al almuerzo había sido colocada a la altura de los comensales sentados. Este recurso unificador, que prolongaba ópticamente la mesa cubierta de manjares, no acabó de fundir los dos entornos del almuerzo. El diálogo a distancia con un hombre que trasmite con el gesto, la mirada y el sentido del humor resultó insatisfactorio.
Gorbachov carece de práctica en el manejo del online y su sordera le dificultaba la comprensión de los mensajes colectivos y personales que —agitando brazos y levantando copas— trataban de trasmitirle los invitados. Resignado, Mijaíl Serguéievich saludaba con la mano de vez en cuando. Le acompañaba su médico de cabecera, el mismo que el 19 de agosto de 1991 certificó que no estaba enfermo y desmintió así al grupo de altos funcionarios que había emprendido un intento de golpe de Estado alegando que Mijaíl Serguéievich no podía dirigir el país por razones de salud. De aquella intentona golpista y de su culminación con el desmoronamiento de la URSS han pasado ya 30 años.
Gorbachov y su médico no llevaban mascarillas. Tampoco las llevábamos los reunidos en la fundación tras presentar el resultado negativo de una prueba de la covid-19 recién hecha. Debido a la pandemia, al cumpleaños no asistía Irina, la hija de Gorbachov, ni sus dos nietas, todas ellas residentes en el extranjero. Gorbachov no tiene familia en Moscú, pero el equipo de sus colaboradores (reducido hoy por razones financieras) actúa en gran medida como tal. Media docena de personas forman un entorno cálido y protector para el hombre que, en su intento de reformas, liberó fuerzas que acabaron destruyendo la Unión Soviética.
Las reflexiones con ocasión de este aniversario no son solo históricas, sino actuales, sobre el presente y el futuro en Rusia, en Occidente y en el planeta. El mundo como entorno único interrelacionado, interdependiente —y sobre todo frágil— fue el centro del pensamiento de Gorbachov en política internacional. Los mensajes que el antiguo presidente de la URSS ha trasmitido ahora en recientes y escuetas entrevistas son fieles a esta enseñanza: EE UU y Rusia deben continuar el proceso de desarme nuclear, los actuales líderes de estos países deberían restablecer el diálogo y todos los Estados deberían colaborar en la lucha contra la pandemia de coronavirus.
Felicitado por escrito por el presidente, Vladímir Putin; el expresidente Dmitri Medvédev; el jefe de Gobierno Mijaíl Mishushtin, y el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, Gorbachov ha dejado de lado estos días la política interior de su país. Su experiencia de la Rusia postsoviética es negativa y sus conciudadanos le rechazaron de forma contundente en las urnas en 1996. El tiempo, no obstante, modula las perspectivas y el aperturismo de Gorbachov, plasmado en la democratización y transparencia informativa, contrasta con la progresiva cerrazón y la recuperación de elementos estalinistas y policiales por parte de los dirigentes rusos actuales.
Gorbachov, que se formó en la Primavera de Praga y el “socialismo con rostro humano” aplastado por los tanques del Pacto de Varsovia en 1968, devolvió a sus conciudadanos la libertad para expresarse sin temor, organizó elecciones limpias y transparentes y renunció a ejercer la violencia para seguir en el cargo y para frenar el desmoronamiento del país. Todas estas características están en las antípodas del apego de los actuales dirigentes al poder, su determinación a conservarlo, como si fuera su propiedad privada.
En lo que a democratización se refiere, los dirigentes rusos actuales han desmontado muchos de los logros de Gorbachov y han vuelto a sembrar el miedo en la sociedad. No obstante, el legado de la perestroika sigue vivo en quienes se arriesgan a salir a la calle en defensa de la libertad perdida. Confrontado con la hostilidad férrea de las autoridades, este sector de ciudadanos insatisfechos se radicaliza cada vez más.
De la perestroika truncada pueden extraerse lecciones. “Rusia avanza de nuevo hacia una elección trágica, o bien volver a derrocar a los odiados dirigentes mediante una nueva revolución o llegar a un acuerdo nacional y encontrar un modo de modernizar el país mediante cambios democráticos”, dice el profesor Ruslán Grinberg en un interesante libro publicado con motivo del aniversario. En Gorbachov, la lección de la libertad, diversos intelectuales rusos analizan la actividad política del líder soviético y, en parte, lo hacen a partir de la involución actual y de su propia responsabilidad por la degeneración del sistema.
El debate sobre cuáles deberían ser los métodos para someter las estructuras del Estado al control de la sociedad ha comenzado en Rusia y Alexéi Navalni es hoy por hoy el eje de este debate. En la oposición a Vladímir Putin se enfrentan ahora los partidarios de métodos democráticos y evolutivos y los que ven la calle como único escenario posible para lograr concesiones de una clase dirigente enquistada.
En opinión de Grinberg, las autoridades rusas deben elegir: o bien democratizarse en el espíritu de la perestroika o bien un clima revolucionario cuya salida “será una dictadura aún más severa”. La experiencia permite afirmar que “solo los cambios evolutivos son positivos y esperanzadores”, advierte Grinberg. “El imperativo categórico de hoy es la alternancia de poder mediante elecciones limpias. En la Rusia de hoy no
existe una tarea política más actual”, concluye.
Felicitaciones internacionales
A Gorbachov le cuesta sumarse a la conversación de los que estamos al otro lado de la pantalla. Pavel Palashenko, el fiel intérprete de Gorbachov, informa sobre los telegramas de felicitación internacionales, empezando por el del presidente de EE UU, Joe Biden. No, los dirigentes chinos no han enviado ningún mensaje de felicitación, asegura. En cambio sí lo ha hecho el español Felipe González y el polaco Lech Walesa, el primero junto a un olivo centenario, y el segundo frente a un retrato del Papa Wojtyla.
Gorbachov come ensalada y bebe un té en el que ha echado varias rodajas de limón. De vez en cuando, hace un comentario difícil de captar debido a las condiciones acústicas de la comunicación. Llegado cierto punto, abandona la mesa y desaparece sin despedirse, apoyándose en un andador. En la pantalla, queda una sala vacía.
Poco después suena el teléfono. Es Mijaíl Serguéievich. Quiere venir y festejar con nosotros a este lado del televisor. Su equipo se niega en redondo. Hacen falta esfuerzos mancomunados para disuadirlo. No, ni hablar, mientras siga la pandemia.
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