En abril de 2018, después de un mes de sangrienta represión contra los estudiantes que dejó casi 400 muertos, muchos de ellos con un balazo en el cuello y la sien, un joven de 20 años con la bandera azul y blanca de Nicaragua al cuello se levantó frente a Daniel Ortega y le llamó asesino públicamente. Hasta su detención ayer lunes, vivía en la clandestinidad desde donde dialogó con El País.
CRISIS POLÍTICA EN NICARAGUA
Pregunta: ¿Qué hay detrás de las últimas detenciones?
Respuesta: En Nicaragua estamos enfrentando una dictadura en papel. Hablo en papel porque había evidencias de vivir una dictadura de hecho porque se estaba privando de la vida, restringiendo libertades y el cumplimiento de derechos básicos. El cambio de una dictadura de hecho a otro tipo de represión llega con la aprobación de cuatro leyes que persiguen para amedrentar la participación política de la disidencia. El régimen decide quién es traidor a la patria, consciente de que los señalados lo son por estar en la oposición, viajar al extranjero o verse con organismos como la OEA, la Unión Europea o la ONU. Ortega sigue una narrativa no superada de la década de los 80 en la que han creado un mito que se enfrenta a un imperio. Un imperio que no existe porque la condena es mundial.
P. Los detenidos pertenecen al mundo político, empresarial, derechos humanos, ¿cuál es el mensaje?
R. El mensaje es: “Voy por todos y voy sobre todos”. Hay mensajes dirigidos a líderes políticos, a los empresarios, a los periodistas y a los defensores de derechos humanos. Hay un mensaje que es el odio, la exclusión, la arbitrariedad, la persecución y el hostigamiento. El Frente Sandinista es una estructura diseñada para controlar, amedrentar y perpetuarse. Está diseñada para matar.
P. ¿Cree que Ortega intuye una derrota electoral en noviembre?
R. Daniel Ortega quiere hacer todo lo posible porque la oposición se retire de la competencia. Ortega tiene una estrategia de ahogo político, económico y social para que la oposición quede desmontada ante un escenario electoral. Esto le da dos resultados: aumentar la abstención de los nicaragüenses e impedir que pueda denunciar un fraude, porque es muy difícil hacerlo si decidiera no participar. De esta manera podría justificar un cuarto mandato consecutivo.
P. ¿Cree que Ortega querrá negociar?
R. Daniel Ortega sabe que no va a ganar las elecciones y por eso ha recurrido al miedo, a la persecución y al encarcelamiento. Daniel Ortega para negociar tiene que estar en posición de fuerza, tiene a su vez que golpear al adversario, pero yo considero que la apuesta de él es aún sobrevivir el escenario electoral y posteriormente a eso tal vez restablecer algo de negociación, como también puede ser la otra probabilidad de prepararse para negociar a las puertas del 7 de noviembre.
P. ¿Detiene para sobrevivir?
R. Hay un régimen que se resiste a dejar el poder por medio de las armas, pero que ha perdido aceptación nacional e internacional. Sabe que está en juego la sobrevivencia social, política y económica del país, pero no parece no importarle. En medio de nuestra resistencia humana tenemos un régimen que te pisotea cada día más.
P. ¿Cómo podría definir el ambiente en el país?
R. El lector que está fuera de Nicaragua debe comprender que se trata de una cárcel que se extiende hasta las fronteras. Aquí es más fácil ver a un policía con armas de alto calibre que un árbol. En Nicaragua, nos han condenado a dos escenarios: la cárcel o a la muerte, pero hemos demostrado que existe esperanza para luchar por libertad.
P. ¿Qué costo personal han tenido estos tres años desde que se enfrentó públicamente a Ortega?
R. En los últimos 12 años Ortega se centró en una política de exclusión, populismo barato y eliminar lo que quedaba de opositores comprándolos o exiliándolos, preparando dos caminos: su perpetuidad en el poder y proteger sus bienes. A tres años hay más de 400 muertos, 6.200 presos políticos, 130.000 exiliados y la pérdida de más de 300.000 mil empleos.
P. ¿Y el costo personal?
R. Increpar a Ortega significó un cambio de vida radical. He vivido persecución, vida clandestina, pausas en mi estudio, persecución a mis padres, la separación que viví de mi familia y obviamente los traumas que puede cargar una generación que ha sido marcada por una persona de 75 años que se atornilla del poder. No puedo ir a un lugar público con tranquilidad. Ni siquiera ir a la iglesia, porque tengo que permanecer en un lugar clandestino.
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