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Leyendo a Putin


Nadie sabe bien de qué va Vladímir Putin. Es parte de su poder. Su capacidad de mantener ocultos sus objetivos, de despistar a propios y a extraños. Después de más de 20 años al frente de Rusia, los putinólogos siguen sin descifrar al mandatario ruso.

Aunque él no lo ha dicho, medios y analistas occidentales dan por sentado que pretende invadir Ucrania; en enero, prevén. La presencia de más de 100.000 soldados rusos en la frontera no augura nada bueno.

¿Qué puede llevar a Putin a amenazar ahora tan directamente a Ucrania? Entre otras posibles razones, el deseo de “recuperarla” antes de 2024, cuando termina su actual mandato, como parte importante de su legado; el aviso a la OTAN de que no permitirá su expansión hacia el Este; la determinación de que Rusia sea un poder global, no solo regional; la clara señal de que su único interlocutor puede ser Joe Biden. Una muestra más del escaso papel exterior de la Unión Europea, incluso cuando se trata de sus vecinos.

De momento ni americanos ni europeos se plantean enviar tropas en caso de un posible ataque a Ucrania. Advierten, sin especificar, de castigos duros en caso de continuar la escalada, como lo han hecho los ministros de exteriores del G-7 en Liverpool. Sí contemplan nuevas sanciones económicas, como las que acaba de aprobar Bruselas contra el grupo Wagner, la red rusa de mercenarios. Curiosamente, en las sanciones a Rusia, la política exterior de la Unión Europea se ha mantenido tozudamente firme.

Desde la anexión de Crimea en 2014, la UE ha buscado reforzar su defensa y seguridad colectivas, sin que los avances sean nunca suficientes. No ha sido capaz ni de poner en marcha una limitada fuerza de despliegue rápido. El concepto de moda, la autonomía estratégica, se ha visto reforzado recientemente con el Compás Estratégico, un documento que propone, entre otras cosas, olvidarse de una unanimidad paralizante a la hora de tomar decisiones en materia de defensa. Si esta nueva amenaza existencial no sirve de revulsivo, nada lo hará.

Putin no es ningún loco. Los riesgos de una guerra caliente en el corazón de Europa son enormes y no beneficiarían a nadie, tampoco a Rusia. El tipo de sanciones que plantea Estados Unidos afectaría gravemente al sistema bancario y financiero ruso. En Europa, la siempre controvertida puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2, se vería comprometida, más aún con una nueva ministra de Exteriores en Alemania menos contemporizadora que Angela Merkel.

Parece más bien que Putin está dispuesto a seguir tirando de la cuerda, en lo que Mark Galleotti, experto del ECFR (Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, en sus siglas en inglés), llamó “diplomacia heavy metal”, para obtener concesiones que, desde su perspectiva, garanticen la seguridad de su país y su papel en el tablero global. Eso requerirá por parte de Occidente de inteligencia tanto dura como emocional. Alguien que sepa leer a Putin, por favor.

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