Linda Boström Knausgård en una imagen de 2019.Staffan Löwstedt/SvD / AFP / ContactoPhoto
Publicar libros no es cosa para espíritus inquietos, escribe la sueca Linda Boström Knausgård (Estocolmo, 49 años) en Niña de octubre. Ella sacó esta novela apenas dos años después de que terminasen sus estancias intermitentes en el sanatorio donde fue sometida a electrochoques entre 2013 y 2017 para sacarla de la depresión, un tratamiento que la escritora y poeta pone en cuestión desde la primera línea de su relato. Su madre murió dos semanas antes de que este libro se publicara en su país, luego hubo un viaje de promoción por Estados Unidos y una estancia de un par de meses en Londres, donde reside su exmarido y padre de sus cuatro hijos, antes de que la pandemia llegara y ella regresara a Estocolmo. “Sentía que era importante contar esta historia. No se oyen muchas cosas de los pabellones psiquiátricos, son lugares escondidos. Ese era el marco en el que decidí desarrollar la novela. No había una sola idea que guiara el proyecto, era más que nada una rebelión frente a lo que ocurre en esos sitios, un tema que conozco a fondo”, explica en conversación telefónica el pasado jueves. “Escribo sobre cosas que me han pasado, pero hay mucha ficción en la historia”. El libro acaba de ver la luz en español, editado por Gatopardo.
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No es la primera vez que la enfermedad de Boström aparece narrada en un libro. Su exmarido es el autor noruego Karl Ove Knausgård y escribió sobre ello en la serie de novelas de autoficción Mi lucha, que lo convirtió en una celebridad literaria internacional. Pero esta vez ella toma la palabra. La narradora de Niña de octubre es madre de cuatro hijos, como ella, y cuenta su caída en el abismo, el progresivo y doloroso distanciamiento de su pareja, también novelista. “Escribo sobre el sentimiento de culpa que sienten muchas madres que son internadas, no sobre mis hijos. Y no uso sus nombres. Eso es… bueno, yo nunca haría eso”, afirma. “Uno tiene que cambiar cosas para tener más libertad y encontrar más ángulos; no muestras toda tu verdad íntima, porque tienes que protegerte”.
Linda Boström en 2019, en una imagen promocional proporcionada por la editorial Gatopardo.
En las páginas de su libro, la descripción del tratamiento y del psiquiátrico o la relación con los guardianes y enfermeras van dejando paso a esos recuerdos que las corrientes eléctricas amenazan con borrar; memorias de infancia con un padre maniaco-depresivo que cae en picado y una madre actriz; estampas de adolescencia y primera juventud en las que la construcción de un personaje seguro de sí mismo inspiran a la narradora. Su fragilidad se revuelve y torna en seguridad para escribir. “A veces es así y es fantástico cuando ocurre, te coloca por encima de lo que atraviesas”, declara. ¿La libertad a la hora de escribir tiene un precio alto? “Tiene un coste, sí. Cuando escribes y lo publicas es difícil pensar que puedes trabajar luego en un nuevo proyecto. Cuesta y debe costar”.
Sobre su experiencia concreta de ser convertida en un personaje en libros ajenos prefiere no entrar, pero no elude hablar sobre el delicado equilibrio que implica escribir. “No debes tener miramientos, y eso es doloroso”, dice. Y recuerda que a su madre no le gustó la figura materna, actriz como ella, que aparecía en su anterior novela, Bienvenidos a América. “Su retrato no era real, no era tan bueno como era ella, pero como escritor tratas de aportar otros elementos a la historia, no puedes ser educado con todos los personajes. Luego, al verte en la página te preguntas si esa persona realmente te conocía. Como escritor esto es una cuestión ética que es importante plantearse incluso frente a ti mismo, porque cuentas también tu historia y puedes ser brusco contigo mismo. Es difícil, pero tienes que poder hacerlo”.
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Con lo que Boström se muestra tajante es con la etiqueta de autoficción que tan en boga puso la obra de su exmarido: “Eso siempre ha existido, todo el mundo ha escrito desde siempre sobre lo que ha experimentado y conoce. Llamarlo autoficción no te lleva a ningún sitio”.
Criada entre bambalinas y formada como actriz, su educación interpretativa de alguna manera ha tenido un papel muy importante en su escritura, añade, pues le ha permitido adoptar otras voces, jugar con la improvisación, con la idea de que cualquier cosa tiene potencial dramático. Nunca trabaja con un plan detallado, y en Niña de octubre reivindica el poder de toda escritura para conjurar recuerdos enterrados, esos que el tratamiento amenazaba con borrar: “En la página una cosa te lleva a la otra y encuentras cosas que estaban perdidas”. Por ejemplo, la fascinación que de pequeña le provocaron los movimientos juveniles de pioneros comunistas, y de ahí el título de la novela.
El escritor Karl Ove Knausgård, en abril de 2015.claudio álvarez
Pero en el centro de este libro hay un elemento de denuncia que la autora subraya con ahínco: “El tratamiento electroconvulsivo se aplica en Suecia y otros países sin que haya mucha discusión sobre los efectos que tiene en el cerebro, y había algo un poco gozoso en escribir sobre los médicos y las tonterías que dicen. Uno de los efectos secundarios que las electroconvulsiones pueden tener es la pérdida de la memoria, pero es un riesgo que les parece asumible con tal de acelerar el proceso. Muchos neurobiólogos no opinan lo mismo”.
Al considerar que la vida de Boström estaba en peligro, el ingreso y el tratamiento que le aplicaron fueron forzosos. “Deciden por ti, no está en tu mano. Piensan que está bien, y esto es cínico y extraño, porque no merece la pena, se trata de tu cerebro”. Ese afán por “corregir”, continúa, se siente como un castigo. La zona en la que se aplican las corrientes eléctricas, donde aguardan los pacientes primero a ser sedados y más tarde recuperan la conciencia, es lo que la protagonista llama “la fábrica”. Boström lo explica: “Es deshumanizador, hay tanta gente ahí sentada y durmiendo, es como una factoría industrial”.
¿La escritura tiene un efecto terapéutico? “Si encuentras la manera de empezar, te sorprendes a ti mismo, encuentras cosas que no sabías que estaban ahí”, asegura. Y antes de despedirse cuenta que siempre sueña con hacer algo completamente distinto, como una comedia, y ríe al otro lado del teléfono.
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