Liz Truss ha claudicado. La primera ministra del Reino Unido, que apenas lleva un mes en el cargo y pretendió dar una vuelta drástica a la política y la economía de su país con una receta neoliberal de rebaja drástica de impuestos, se dispone finalmente a dar marcha atrás a la parte fundamental de sus planes. Truss, además, ha soltado lastre al expulsar del Gobierno a su amigo, aliado —y principal cómplice del desastre provocado—, el ministro de Economía, Kwasi Kwarteng.
Hasta el último minuto, Downing Street había asegurado que los dos políticos seguían trabajando codo con codo y mantenían su decisión de impulsar el mayor alivio fiscal de la historia reciente —más de 50.000 millones de euros—, a pesar de un entorno de inflación y de subida de tipos de interés que aconsejaban justo lo contrario. Cuando en la madrugada de este viernes se conocía que Kwarteng había acortado su estancia en Washington, donde participaba en las reuniones del Fondo Monetario Internacional, y regresaba precipitadamente a Londres, quedaba claro que había comenzado el principio del fin de su breve carrera como ministro.
A media mañana de este viernes, Kwarteng publicaba su carta de dimisión, en la que quedaba claro que la decisión de prescindir de él la había tomado Truss. “Me has pedido que me eche a un lado como tu ministro de Economía. He aceptado”, comenzaba la misiva.
Años después de defender con ardor sus recetas neoliberales, hubiera sido un trago imposible para el ministro renunciar a todas ellas, seguir en el puesto y renunciar a cualquier atisbo de autoridad ante los mercados o el Parlamento. “El ambiente económico ha cambiado rápidamente desde que presentamos nuestro plan de crecimiento el 23 de septiembre. Hemos respondido de manera conjunta a todos los eventos en coordinación con el Banco de Inglaterra (BoE, en sus siglas en inglés)”, ha escrito Kwarteng. “Lo importante ahora es que el Gobierno avance y haga énfasis en su compromiso con la disciplina fiscal”, añadía.
Truss se dispone a anunciar este viernes, según todos los medios británicos, que mantendrá la subida del impuesto de Sociedades, prevista para el próximo abril, del 19% al 25%. Esa fue la decisión de su predecesor, Rishi Sunak, y la primera ministra había prometido, durante la campaña de las primarias conservadoras, que la echaría atrás. Al mantenerla ahora, reduce en más de 20.000 millones de euros un agujero en el déficit público que había espantado a los mercados.
La primera ministra era consciente de que sus posibilidades de sobrevivir al frente del Gobierno pasaban por realizar un movimiento drástico. Su reunión del miércoles por la tarde con el Comité 1922, que reúne a todos los diputados conservadores sin puesto gubernamental, fue un “desastre”, según palabras de uno de los presentes, y dejó claro a Truss el malestar que existía en el grupo parlamentario con su gestión. Llegó a ser acusada, en su cara, de “haber arrojado a la basura todo el respaldo de la clase trabajadora a la causa conservadora logrado durante una década”.
Únete para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
Cundía la tensión y nervios en los mercados, e irritación extrema entre los tories, que observaban cómo, encuesta tras encuesta, sus expectativas electorales se hundían. Algunos medios, como el diario The Times, señalaban que un grupo de conservadores veteranos ya estaba poniendo en marcha un movimiento urgente para reemplazar a Truss por el tándem Rishi Sunak-Penny Mordaunt. Los dos políticos habían cosechado más apoyo que la primera ministra en la primera fase de las primarias, cuando solo votaban los diputados. La opción, sin embargo, tenía algo de descabellada, por el rechazo que provoca aún el exministro de Economía entre una gran parte de los afiliados. Fue su puñalada en la espalda la que aceleró el hundimiento de Boris Johnson.
La hora elegida por Truss para anunciar sus cambios, a las dos de la tarde (tres, hora peninsular española), responde a una estrategia muy calculada. Apenas dos horas después, el Banco de Inglaterra (BoE, en sus siglas en inglés) iba a realizar su última compra de bonos del Tesoro, una medida extraordinaria que ha puesto en práctica durante las últimas dos semanas para mantener la estabilidad financiera y evitar el pánico en los fondos de pensiones, que retenían más de un billón de euros en deuda pública a largo plazo. El gobernador del BoE, Andrew Bailey, emitió esta semana mensajes ambiguos que extendieron el temor en los mercados. Por una parte, anunció desde Washington que este viernes pondría punto final a la compra de bonos, pero su equipo seguía asegurando a las gestoras de fondos de pensiones que las ayudas continuarían si era necesario. El momento clave para calcular los nervios de los inversores es, pues, la última hora de la jornada del mercado de este mismo viernes.
Al anunciar Truss un giro tan drástico en sus medidas económicas —como le exigían desde su partido, desde las principales instituciones económicas del país y hasta desde el Fondo Monetario Internacional— pretende conseguir recuperar cierta calma y ganar tiempo. La primera ministra logró vencer en las primarias del Partido Conservador del pasado verano con un claro programa de rebaja de impuestos que entusiasmó a las bases del partido más nostálgicas de la era Thatcher. Con la dimisión de quien era su aliado y amigo, Kwarteng, la jefa de Gobierno ha vaciado de todo contenido su proyecto político y ha perdido, en poco más de un mes, toda la autoridad lograda con su victoria en las primarias.
Solo le permite sobrevivir, de momento, el hecho de que nadie en el partido desea unas nuevas elecciones —que, en teoría, no deberían celebrarse hasta dentro de dos años—. Y que resultaría muy poco defendible políticamente elegir, sin que los ciudadanos pudieran decir nada al respecto, un nuevo primer ministro.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.