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Los 517 días de Isabel sin Felipe: la lenta caída de la reina tras la muerte de su inseparable marido

Los 517 días de Isabel sin Felipe: la lenta caída de la reina tras la muerte de su inseparable marido

Pasaron juntos 80 años, se quisieron toda una vida, pero los poco más de 500 días que permanecieron separados Isabel II y Felipe de Edimburgo, los que han pasado entre la muerte del uno y de la otra, fueron definitivos para la reina. Ella, que pasó por una guerra mundial, por escándalos políticos, mediáticos y familiares durante nueve décadas de vida y siete de reinado, que ha visto caer en desgracia a algunos de sus queridos hijos y de sus nietos, sobrevivió a su esposo. Pero ya nada fue igual desde la muerte de Felipe.

La joven princesa Isabel y el entonces cadete (el mejor de su promoción) Mountbatten se conocieron en una visita al barco Britannia, del Royal Naval College, cuando ella apenas tenía 13 años. Fue el primer, único y gran flechazo de la ya entonces heredera al trono británico. Un capricho que fue a más en la Navidad de 1943, cuando él acudió a Windsor a pasar las fiestas, en una invitación de la familia real. No tenía adonde ir. Huido de Grecia cuando era niño, Felipe era un príncipe muy venido a menos que apenas subsistía con su paga de marino. Pero aquellas navidades de los años cuarenta terminaron de unirles, y ese capricho de adolescencia se convirtió en la voluntad, siempre férrea, de una joven que tuvo muy claro quién iba a ser su consorte. Lo que probablemente no sabía Isabel es que aquello duraría ocho décadas, con altos y bajos, pero que, tras 15 primeros ministros, 14 presidentes de EE UU y siete papas, la relación con su esposo sería la gran constante en su longeva vida.

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De ahí que la muerte del duque, el 9 de abril de 2021, se convirtiera en un varapalo, probablemente el mayor de su vida, para la reina, entonces a punto de cumplir 95 años. Una imagen abrió los diarios 10 días después del fallecimiento de Felipe, en su funeral, en plena pandemia de coronavirus. La monarca, completamente sola, en la labrada bancada de madera del coro de la capilla de San Jorge del castillo de Windsor. Con doble mascarilla, una quirúrgica y otra negra, vestida de riguroso luto de la cabeza (sombrero incluido) a los pies. Con el mismo broche de diamantes de su abuela, la reina María, que llevó en el anuncio de su compromiso. La soledad de la reina era tan estética para la fotografía como auténtica para ella misma.

La princesa Isabel junto a Felipe Mountbatten, en el anuncio de su compromiso en el palacio de Buckingham, en julio de 1947.

Desde entonces, nada fue igual. En el año y casi cinco meses (a falta de un día) que pasaron desde el fallecimiento de Felipe de Edimburgo hasta el de la propia monarca, el estado de salud de la reina empeoró poco a poco, gota a gota. Sus apariciones públicas descendieron drásticamente, sus imágenes en movimiento dieron paso a fotos estáticas, escasas. Incluso, de forma evidente, su aspecto físico cambió en los últimos meses: a sus 96 años estaba más delgada, más encorvada y, pese a su eterna sonrisa en las fotos (ella misma reconocía que, cuando no sonreía, parecía antipática en los retratos), su mirada reflejaba tristeza. Como dijo, muy gráficamente, una experta real en una frase de la que se hizo eco toda la prensa, la reina estaba “fading away”. Se estaba desvaneciendo.

Felipe murió en abril de 2021. Isabel permaneció en Windsor; en agosto se marchó a Balmoral, ya sin su esposo. A partir de ahí, todo empezó a encadenarse. En octubre, se dejó ver en público con bastón por primera vez. Poco después, Buckingham anunciaba que no acudiría a más actos públicos sola. Unos días más tarde, los médicos le pidieron que descansara un par de semanas. En noviembre, faltó al homenaje a los caídos de guerra, la séptima ocasión en su longevo reinado (cuatro por viajes, dos por embarazos). En diciembre no hubo almuerzo navideño en familia. En enero de 2022, ya con dos vacunas, se contagió de coronavirus. En junio, durante los actos por su Jubileo de Platino y tras aparecer en el balcón del palacio de Buckingham, canceló su aparición en la misa de acción de gracias.

La reina Isabel II y su marido, el príncipe Felipe de Mountabatten, duque de Edimburgo, en el castillo de Windsor, con motivo del 99º cumpleaños del consorte real el 9 de junio de 2020.REUTERS

Pegada al deber y a la tradición, este último año y medio Isabel II ha hecho excepciones no vistas en siete décadas de reinado. Cambios más o menos discretos, pero significativos. Después de toda una vida renegando del palacio de Buckinhgam, en marzo decidió dejarlo atrás y mudarse definitivamente a Windsor. También recibió a la nueva primera ministra británica Liz Truss en Balmoral (Escocia), y no en Buckingham, rompiendo una tradición de 70 años. En su ancianidad, sin Felipe, empezó a hacerse la vida más cómoda a sí misma.

Nadie dice que el matrimonio de Isabel y Felipe de Edimburgo fuera perfecto. La ficción y los tabloides lo han devorado, dando versiones complejas y contradictorias. Solo ellos dos han sabido lo que han vivido en sus más de 73 años de matrimonio, hasta el fallecimiento de Felipe. Él, según desveló su certificado médico semanas después, murió simplemente de viejo. De ella, por el momento, nada se sabe. 96 años son muchos años. La vejez pesa. Pero también un corazón roto.


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