Muy poca gente conoce la verdadera psicología que se esconde detrás del comportamiento de los actores. En el mundo del espectáculo, incluso los directores más inteligentes se sitúan un paso por detrás de la fabricación que exponen los actores de su personaje, convencidos de que el vínculo íntimo que ellos establecen es más valioso que cualquier orden externa. Solo los directores más engreídos pretenden hacerse valer por encima de sus intérpretes y dicen bobadas como que les han extraído lo mejor que llevan dentro o que les han empujado a un extremo que los propulsa a otra dimensión. A un actor lo que hay que darle es confianza para que perpetre esa exhibición que consiste en integrar su físico, su memoria y su íntimo secreto emocional con el del personaje que está propuesto en el guion. Conviene tener siempre en cuenta este respeto por el trabajo de un actor, pero más hoy cuando hemos llegado a ese instante trágico en el que la presidencia de una Ucrania que resiste a su desmembración y desaparición está en manos de un cómico. Se ha escrito mucho sobre los azares que llevaron a quien interpretaba en un serial humorístico el papel de un profesor convertido en primer ministro de su país a ganar por amplia mayoría las elecciones. Si a algo respondía este suceso es a un clásico de nuestro tiempo, la vida real imita a la ficción. De hecho, no hace otra cosa desde década y media atrás.
Si estableciéramos un análisis de la acción bélica que Putin desencadenó contra Ucrania, resulta evidente que su primera iniciativa fue lograr la caída del Gobierno de Kiev. Para su sorpresa, lo que habría consistido en un deshonroso vuelo de huida de su presidente, se transformó en algo bien distinto. Un ágil Zelenski que emitía cada jornada mensajes de ánimo y resistencia con un estilo directo y una puesta en escena que atendía al vestuario y los fondos elegidos con estilo. Al contrario que un aislado, estirado y gélido Putin, que ahora ha empezado a dejarse ver en algún acto público para compensar, Zelenski hablaba directamente con la prensa sin mesa ni aderezos institucionales. A partir de ahí, la táctica rusa consistió, según confirman los observadores, en sencillamente intentar acabar por cualquier medio con ese personaje. Nadie sabe si lo lograrán o el Gobierno ucranio retrocederá hacia una nueva capital más a resguardo que lo que quede de Kiev cuando sea arrasada a fuego y bombas.
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En su desprecio ya contumaz de las reglas narrativas, Putin se ha topado con un actor. Es la profesión que más puede detestar un fanático del mando y la autoridad. Por eso, en el reparto de papeles de héroe y de villano en esta tragedia, todo el mundo sabe quién es quién. Fue patético ver al presidente ruso ofrecer dinero en metálico a las familias de los soldados rusos que van a morir en el frente, mientras Zelenski hablaba con frases cortas llenas de fiebre y filo. Los espectadores jamás han entendido la dinámica del teatro, no pueden creer que los actores digan frases escritas por otros y vayan disfrazados y caracterizados. Al revés, piensan que lo que hacen y dicen los intérpretes es algo espontáneo y natural. Ese es el triunfo de los actores ante el público. Como bien explicó Ernst Lubitsch en la magistral película To be or not to be, ningún sádico dictador podrá vencer a la sublime egolatría de un actor cuando se ha convencido de que el personaje es él.
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