Una adolescente consulta Instagram el pasado 29 de marzo en Sevilla.PACO PUENTES (EL PAÍS)
Lucía L. (sus padres piden que no sea identificada por su apellido) cumplirá dentro de unos meses 17 años y lleva cuatro con varios perfiles en redes sociales. Sus favoritas son Instagram y TikTok. Este año termina secundaria en Sevilla y quiere estudiar arquitectura. Afirma que las aplicaciones la ayudan a no sentirse sola, a continuar en casa sus relaciones del instituto y con otros grupos. Pero también admite que la estresan. “Me agobia si no reaccionan a mis cosas. Y también sigo a personas que me gustan, pero a veces las veo como ideales y yo no voy a ser como ellos”. Un reciente estudio publicado en Nature Communications alerta sobre este último efecto: los adolescentes, quienes más utilizan las redes, son los más vulnerables a sus consecuencias negativas y los que más riesgo corren de perder bienestar social y satisfacción vital. Las chicas lo sufren antes, entre los 11 y los 13 años; ellos, entre los 14 y los 15 años.
Catherine Steiner-Adair, psicóloga clínica y autora del libro The Big Disconnect, explica en la publicación de Child Mind Institute los sentimientos de Lucía: “Las niñas socializan más para compararse con otras personas, en particular con otras niñas, para desarrollar sus identidades, lo que las hace más vulnerables a las desventajas de todo esto”.
Un 93% de los españoles con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años utiliza algún tipo de red social, según Statista. El objetivo principal es la interacción, que les resulta más fácil que la relación presencial. En las aplicaciones, los adolescentes y jóvenes prueban habilidades sociales y experimentan el éxito y el fracaso en cientos de relaciones, pero frente a una pantalla.
Amy Orben, de la Unidad de Cognición y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Cambridge, se ha planteado si este uso de las plataformas de relación interpersonal aporta bienestar y felicidad. Tras el estudio sobre 17.400 jóvenes de entre 10 y 21 años, la investigación publicada en Nature Communications concluye: “Puede haber un vínculo negativo entre el uso de las redes sociales y la satisfacción con la vida”.
La relación lleva a un círculo vicioso, según el estudio: “No solo el uso de las redes sociales puede afectar negativamente al bienestar, sino que también es cierto que una menor satisfacción con la vida puede impulsar un mayor uso de estas”.
La vulnerabilidad no se explica por la mera existencia de las plataformas, sino por cómo se emplean en un momento clave del crecimiento de la persona. En este sentido, Orban explica: “El vínculo entre el uso de las redes sociales y el bienestar mental es muy complejo. Los cambios en nuestros cuerpos durante el desarrollo del cerebro y la pubertad y en nuestras circunstancias sociales parecen hacernos vulnerables en momentos particulares de nuestras vidas”.
No solo el uso de las redes sociales puede afectar negativamente al bienestar, sino que también es cierto que una menor satisfacción con la vida puede impulsar a emplearlas más
Amy Orben, investigadora de la Universidad de Cambridge
Esta particularidad explica las diferencias en las edades a las que se registra mayor vulnerabilidad. Las chicas se muestran más vulnerables entre dos y tres años antes que ellos. Para Orban, este salto se explica en que esos cambios en la estructura del cerebro y en la pubertad se producen más tarde en los niños que en las niñas. No obstante, cree necesario investigar más este aspecto.
En este sentido, Sarah-Jayne Blakemore, profesora de Psicología y Neurociencia Cognitiva en Cambridge y coautora del estudio, cree que “no es posible identificar los procesos precisos que subyacen a esta vulnerabilidad”. Según explica: “La adolescencia es un momento de cambios cognitivos, biológicos y sociales, que están entrelazados, lo que dificulta la separación de un factor de otro. Por ejemplo, aún no está claro qué podría deberse a los cambios en el desarrollo de las hormonas o el cerebro y qué podría deberse a cómo un individuo interactúa con sus compañeros”.
La relación entre una menor satisfacción con la vida y el uso de redes sociales repunta a los 19 años, pero esta vez tanto en chicos como en chicas. Según es estudio, es una etapa en la que “es posible que los cambios sociales, como salir de casa o comenzar a trabajar, nos hagan particularmente vulnerables”.
Esperanza Sánchez tiene 22 años, es de Cádiz y está a punto de terminar Enfermería en Sevilla. Calcula que, al comenzar el grado, le dedicaba unas tres horas al día a las redes. Según relata: “Quería conocer gente porque venía de otra ciudad y me sentía muy sola. Al final, mis mejores amigas han terminado siendo mis compañeras de clase y ahora le dedico mucho menos. No tengo tiempo”.
No todos los jóvenes van a experimentar un impacto negativo en su bienestar por el uso de las redes sociales. Para algunos, a menudo, tendrá un impacto positivo
Rogier Kievit, profesor de Neurociencia del Desarrollo en el Instituto Donder
Rogier Kievit, profesor de Neurociencia del Desarrollo en el Instituto Donder, entidad que también ha participado en el estudio, advierte que la relación entre vulnerabilidad y redes no es una regla. “Nuestro modelo estadístico examina los promedios. Esto significa que no todos los jóvenes van a experimentar un impacto negativo en su bienestar por el uso de las redes sociales. Para algunos, a menudo, tendrá un impacto positivo. Algunos pueden usarlas para conectarse con amigos o hacer frente a un determinado problema o porque no tienen a nadie con quien hablar sobre un asunto en particular o cómo se sienten: para estas personas, las redes sociales pueden proporcionar un apoyo valioso”.
En este sentido, Bernadka Dubicka, profesora de Ciencias de la Salud de la Universidad de Manchester y ajena al estudio, valora en Science Media Center los resultados de la investigación por reconocer la “complejidad observada en los adolescentes”, más allá de si las redes son o no dañinas. Según afirma, “la vulnerabilidad en la adolescencia es un proceso complejo y dinámico que debe considerar múltiples factores, incluida la relación a través de las plataformas”. “Será vital aprovechar esta investigación para comprender tanto el papel dañino como de apoyo de las redes sociales en la vida de los jóvenes”, concluye.
La autora del trabajo coincide: “En lugar de debatir si existe o no el vínculo [entre redes sociales y bienestar], ahora podemos centrarnos en los períodos de nuestra adolescencia en los que sabemos que podríamos estar en mayor riesgo y usar esto como un trampolín para explorar algunas de las preguntas realmente interesantes”.
Para ello, Andrew Przybylski, director de Investigación del Instituto de Internet de Oxford reclama “a las empresas de redes sociales y otras plataformas que hagan más para compartir sus datos con científicos independientes y, si no están dispuestos, que los Gobiernos demuestren que se toman en serio la lucha contra los daños en línea mediante la introducción de legislación para obligar a estas empresas a ser más abiertas”.
El estudio publicado en Nature Communications no es el primero en señalar la vinculación entre redes sociales y bienestar. Uno anterior elaborado por la Royal Society of Public Health con jóvenes entre 14 y 24 años relacionó a estas con un aumento de los sentimientos de ansiedad, mala imagen corporal y soledad.
Una encuesta, publicada por la organización de investigación sin ánimo de lucro Common Sense Media, asegura que el uso de pantallas entre personas de entre ocho y 12 años ha aumentado en un 17% desde 2019 y que el tiempo de utilización oscila entre las cinco y las ocho horas.
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