Mikel Izal no fuma. Nunca lo ha hecho. Tampoco ha consumido sustancias. Pasó por la Selectividad como un rayo: una nota de 9,2. Se sacó el título de ingeniero de telecomunicaciones en seis años. Estuvo cuatro trabajando en empresas, resolviendo intrincados asuntos relacionados con softwares. Como se aprecia, Mikel Izal exhibe un perfil atípico para lo que representa hoy: una estrella del pop rock al frente del grupo Izal (como su apellido), la banda indie que más gente convoca en España, compartiendo honor con Vetusta Morla. Él se dio cuenta de todo lo que representa en la primavera de 2018. El suelo se abrió, se precipitó por un terraplén y fue consciente de parte de lo que realmente le toca vivir: la mala cara de la popularidad. “Aquello me descubrió que era una persona pública, que podía interesar en muchos sentidos, cosa que nunca había pensado. Nadie está preparado para creer que su vida importa. Y eso hace que me genere mucha desconfianza. Siempre he sido muy confiado, pero ya no lo soy tanto. En parte es algo positivo pero por otra es negativo. No creo que sea muy sano desconfiar”, cuenta sentado frente a un café en un bar de Madrid.
En mayo de 2018, alguien en internet le adjudicó algunos mensajes con insinuaciones sexuales. Todo era vago, sin pruebas. Publicó un comunicado: “No hay nada de gracioso, entretenido e ingenuo en esos textos acusadores… Hoy me hacen pasto de las llamas a mí, mañana a quién sabe…. Por supuesto, niego rotunda y categóricamente cualquier acto de acoso, violación o actividad de carácter físico y sexual no consentida”. Y se retiró a llorar. “Mucho. Lloré de rabia, de incomprensión, de vulnerabilidad y por una situación de injusticia profunda”, dice hoy, después de tres años y cuando todavía le tiembla la voz al hablar del tema: “Cuando sufres un trauma tan grande se convierte en el centro de tu universo y tú solo lo agrandas. Todavía no lo he superado. Espero que sea pronto. Pero de aquello queda mucha desconfianza y el ver que no eres tan libre como lo que tú pensabas. Sí que lo eres pero te obligas a ser un poco menos”.
Cuando sufres un trauma tan grande se convierte en el centro de tu universo y tu solo lo agrandas. Todavía no lo he superado
Como tantas veces en el ámbito de la creación cultural, de una situación traumática surgió una obra expurgatoria. Izal llevaba tres años sin escribir apenas una línea. Estaba atascado. Un día, en un autobús desde Madrid camino de la casa familiar en Vitoria, le salió todo. “Tenía vértigo a sentarme y al folio en blanco. Con el anterior disco, Autoterapia, me había quedado exhausto. Pero aquel incidente [los supuestos mensajes y el revuelo digital] abrió el grifo de la creatividad. Recuerdo que me puse a tararear una melodía en el autobús y la grababa en el móvil, susurrándola para no molestar a la gente”, señala. La letra dice así: “Todo un año de duda y silencio, de resaca, látigo y sal. / De luchar, de jugarme la vida, matando mentiras a toda verdad”. El texto continúa dando las gracias a su familia y amigos por el apoyo en ese momento tan difícil: “Reconozco que aún vive el miedo, me susurra que nunca se irá. / Pero habéis conseguido asustarlo, ya no grita tanto, ya no duele igual”. La canción se llama Meiuqèr (Réquiem, al revés, “porque es un canto a un tipo que está vivo; es una vuelta a la vida”) e inicia el nuevo disco del grupo, Hogar.
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Mikel Izal mide 1,95 metros. Durante la entrevista unas chicas se acercan a él y le solicitan una foto. Él accede sin problema. Ellas se marchan diciendo: “Huy, qué alto y simpático es”. Nació en Pamplona hace 39 años aunque pronto se trasladó a Aranda de Duero y luego a Valladolid. Se mudaban siguiendo los traslados del trabajo de su padre, que era empleado de Michelin. Cuando Mikel cumplió nueve años se instalaron definitivamente en Vitoria. “Mi padre es ingeniero industrial, mi madre enfermera y mi hermana, tres años mayor, también ingeniera. Clase media muy trabajadora y de ideas progresistas. Es una familia disciplinada sin autoritarismo: prima la cultura del esfuerzo y del trabajo”, explica y cuenta cómo recuerda ver a sus padres acudir a las manifestaciones en Vitoria contra la violencia de ETA en los años noventa.
Izal, en un momento de un concierto en Valencia, en julio de 2021.Chorch FotosLos inicios y la explosión
A los 14 años cae en sus manos un Grandes éxitos de Queen. El adolescente se sienta en el sillón de cuero del padre, se pone unos auriculares grandes y presiona el play. Suenan Under Pressure, Radio Ga Ga… ”Ahí descubro la capacidad de la música para ponerte los pelos de punta. Me escuché dos o tres veces el disco del tirón, hasta que me mandaron a la cama. Fue un flechazo muy grande, con las melodías, las guitarras de Brian May, la voz de Freddie… la musicalidad. Era un mundo de fantasía para un chaval de 14 años”. Más tarde tiene su época Extremoduro (“me sé Agila de memoria”) y luego se engancha a los cantautores y comienza a componer con la guitarra. Cuando acaba la carrera viaja a Madrid en busca de trabajo.
“Trabajaba de teleco y los jueves y los viernes tocaba en salas del circuito de cantautores, como el Búho Real y Libertad 8. Yo quería ser como Ismael Serrano”, afirma. Pero el concepto cantautor se le queda pequeño. “Empiezo a escuchar a Sunday Drivers, Standstill, Love Of Lesbian… Y veo que hay una forma de expresar cosas importantes en castellano con un envoltorio guiri”. Izal deja el trabajo de ingeniero que tenía en Boeing, la empresa estadounidense de aviones, y se dedica a tiempo completo a su carrera musical. Ese es el comienzo del grupo Izal, que se forma en 2010. “Le digo a mis padres que voy a intentarlo y que me voy a dar tres años. Si en ese tiempo no estoy pagando las facturas volveré a echar currículos de ingeniero”. Mikel envía cartas a un puñado de salas de varias partes de España. Las encabeza así: “Hola, soy Pilar, la manager de Izal”. Todo mentira: no tienen ni agente ni discográfica. Pero sí canciones. Tocan en Plasencia: cobran 10 euros por músico y asisten 20 personas. La situación se repite en otras ciudades. “Pero los pocos que van a vernos compran el disco. Eso nos daba una pista: teníamos seguidores muy fieles”. La cosa va creciendo: entrevistas en radio, el representante de Amaral les ficha… Las salas empiezan a llenarse.
En 2015 actúan por primera vez en el WiZink Center de Madrid: 11.000 personas. Desde entonces se vuelven imparables. Maestro en el arte de construir estribillos coreables, el grupo resulta perfecto para los festivales. Su música es épica, personal y accesible. Hogar es su quinto disco, el más arriesgado y con unas letras donde Izal se muestra confesional. “Necesitaba desnudarme y decir en un estribillo gritando que ‘sangro, río y lloro”, relata. En los textos habla de sus ángeles (la gente que le ha arropado) y de sus demonios (sobre todo el miedo). “Hay una frase de Nina Simone que me encanta: ‘Ser libre es no tener miedo’. Y eso es lo que intento. Es muy importante no tener miedos autogenerados, agrandados, saber poner las cosas en su sitio. Casi nada es tan importante. Eso me lo debo recordar a menudo. A veces me sale bien, otras no tanto”. Reconoce que es intenso, estratega, cuadriculado e inconformista. “El inconformismo es una puta mierda. Te hace infeliz. Y a la vez es un motor para que ocurran muchas cosas. Es una cualidad muy perra, porque muchas veces me gustaría conformarme con cualquier cosa. Creo que sería mucho más feliz. Pero cada uno es como es…”.
Rupturas dolorosas
Afirma que esa necesidad de movimiento le frena a la hora de tener relaciones sentimentales largas. Ha vivido dos serias en una década: en el último disco afronta estas situaciones en, por ejemplo, He vuelto. “Ambas rupturas han supuesto de los peores momentos de mi vida. No soporto los conflictos. Huyo de ellos”, reconoce. Encuentra sosiego acudiendo a terapia: “Intento analizar con ella [la psicóloga] cómo ser más libre, más feliz, tener menos miedos”.
Después de 13 años viviendo en Madrid, en julio se mudó a Valencia, donde ya residían unos amigos. El mar ahora le da la vida. Vive solo, practica el surf y prepara una gira con su grupo que arrancará en marzo y con la que llenarán todos los recintos hasta octubre. Y después, ¿qué? “Pues, siendo honesto conmigo mismo y teniendo en cuenta mi necesidad de estímulos, moverme a otro sitio. Pero ojalá me equivoque, porque ahora estoy viviendo una etapa de paz”.
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