Los árboles que siempre estuvieron ahí

El tejo guarda unos cuantos secretos. Escaso y frondoso, su linaje se remonta a tiempos antiguos, cuando el clima en España era más húmedo y tropical. Su madera, muy elástica, era la predilecta en la fabricación de arcos, y de su interior se extraía un potente veneno. El tejo es también el árbol sagrado de los celtas, el árbol de la muerte que crecía en casi todas las iglesias del norte peninsular.

Junto a los tejos crecen peonías, minúsculos alcornoques, encinas -que llevan a rajatabla la economía del agua-, enebros, arces de Montpellier, retamas que lo aguantan todo. Son algunos de los ejemplares que se cultivan en un pequeño vivero de Tres Cantos (Madrid), una de las muchas ramificaciones provinciales de ARBA, una asociación ecologista con tres décadas de historia. Desde hace 23 años, vecinos de toda edad y condición velan por la naturaleza que lleva siglos creciendo en los terrenos del municipio madrileño. Escrito en una pizarra, su canto de guerra resume su misión: ¡Semillar! ¡Plantar! ¡Regar! ¡Au, au, au! Lo mismo sucede con cada tribu comarcal de ARBA, protectores de las especies autóctonas de los distintos paisajes de la península Ibérica y divulgadores de la importancia de las plantas, unos organismos fascinantes de los que depende toda la cadena trófica.

De izquierda a derecha, los miembros de ARBA Pilar Vega, Manuel Molina, Miguel Paunero, Regino Guijarro, Pilar Gutiérrez, Isidoro García y Francisco López en el Parque de los Alcornoques de la localidad madrileña de Tres Cantos, donde se ubica su vivero autogestionado. Vecinos de Tres Cantos, los siete coinciden en que sin acción ciudadana no hay patrimonio natural. “Si lo quieres cuidar te tienes que mover tú”, sintetizan.
De izquierda a derecha, los miembros de ARBA Pilar Vega, Manuel Molina, Miguel Paunero, Regino Guijarro, Pilar Gutiérrez, Isidoro García y Francisco López en el Parque de los Alcornoques de la localidad madrileña de Tres Cantos, donde se ubica su vivero autogestionado. Vecinos de Tres Cantos, los siete coinciden en que sin acción ciudadana no hay patrimonio natural. “Si lo quieres cuidar te tienes que mover tú”, sintetizan.Jacobo Medrano

Manuel Molina, biólogo de 30 años y presidente de la sección de Tres Cantos, es un entusiasta que va lanzando curiosidades sobre las especies con las que se topa. Creció cerca del Parque de los Alcornoques, su patio de recreo de niño, un lugar asalvajado e idóneo para las aventuras. Su empeño por salvaguardar parajes tan singulares le llevó a pasar a la acción y enrolarse en ARBA. “España goza de la mayor biodiversidad de Europa y eso hay que darlo a conocer”, afirma. “Cada planta tiene una historia maravillosa que puede enganchar a cualquier niño”. Por ejemplo, un simple matorral, considerado un estorbo por muchos, es un sumidero de carbono que, en terrenos montañosos, fija el suelo, previene la erosión y puede evitar riadas. “Las plantas se han percibido como parte del escenario. Tenemos la tarea ímproba de que no se vean como broza, sino como seres que cumplen una función ecosistémica”, amplía.

La ambición de Molina y sus compañeros es cambiar este relato vegetal. No se contentan con que los ciudadanos paseen inconscientes entre la naturaleza de Tres Cantos: quieren que la aprecien y conozcan tanto como lo hacen ellos y, si se convencen, que también actúen. “Vivimos en un enclave muy rico, pero no tiene tanta publicidad como otros lugares de España. Hay que ser conscientes de ello”, interviene Isidoro García, ingeniero naval jubilado de 75 años, que tan pronto muestra una peonia, “un poco mustia ya”, como exhibe con orgullo los arces de Montpellier que crecen en un pulcro cobertizo interior.

Manuel Molina suele portar una lupa con la que examina la vegetación que le despierta curiosidad. Siempre le gustaron los pájaros y la naturaleza. “De pequeño jugábamos aquí a arcos y flechas, algo impensable ahora. Es el contacto con lo silvestre que un niño del centro de Madrid no tiene”, afirma.
Manuel Molina suele portar una lupa con la que examina la vegetación que le despierta curiosidad. Siempre le gustaron los pájaros y la naturaleza. “De pequeño jugábamos aquí a arcos y flechas, algo impensable ahora. Es el contacto con lo silvestre que un niño del centro de Madrid no tiene”, afirma.Jacobo Medrano
Los serbales son la debilidad de Isidoro García. “En mi pueblo había muchos. Tienen unas hojas de un verde profundo y una pulpa dulce que me encantaba comer”, relata. Su negociado en el vivero es la infraestructura: suelos, soportes, briks que sirven de macetas… “Para mí esto es el paraíso”, sentencia.
Los serbales son la debilidad de Isidoro García. “En mi pueblo había muchos. Tienen unas hojas de un verde profundo y una pulpa dulce que me encantaba comer”, relata. Su negociado en el vivero es la infraestructura: suelos, soportes, briks que sirven de macetas… “Para mí esto es el paraíso”, sentencia.Jacobo Medrano

Una de las actividades que ARBA organiza recurrentemente son los biomaratones, excursiones junto a colegios y vecinos por zonas de extraordinaria riqueza como el corredor verde del arroyo Valdecarrizo-Bodonal o los cercanos montes de Viñuelas y el Pardo. En ellas se habla de las funciones de la encina, del clima mediterráneo, de la excepcionalidad de la margarita hispánica o del desastre que supondría la desaparición de las plantas silvestres y, en consecuencia, de la función polinizadora. “Si uno va al Museo del Prado a ver cuadros seguramente le gusten desde el punto de vista estético”, prosigue Molina. “Pero si a uno le dan el contexto social y las motivaciones del autor, por ejemplo, se entiende de otra manera. Con las plantas sucede lo mismo. Enseñar esto marca la diferencia entre darse cuenta o no del entorno”.

Si el trabajo de ARBA te ha hecho pensar y quieres conocerlo en profundidad

ACTÚA

Dos o tres veces al año, ahora algo menos a causa de la pandemia, ARBA ejecuta pequeñas reforestaciones con participación vecinal, plantaciones grupales de los árboles que siempre estuvieron ahí. Las semillas salen del vivero de Tres Cantos, una antigua casa de campo con cierto halo de misterio, el cuartel general de estos siete protectores de las plantas. “Regamos, trasplantamos y limpiamos las malas hierbas. Nos organizamos de manera algo anárquica, pero funcionamos y nos divertimos”, interviene Miguel Paunero. “Nos da vida. La cervecita tras de una jornada de trabajo bien hecho es una maravilla”, ríe Isidoro García. En función de la especie, las plantas se cultivan durante un máximo de tres años. Después, se seleccionan los ejemplares que mejor se adecuen al terreno elegido. “Los alumnos plantan y al año siguiente vienen y preguntan por sus árboles. Es la mejor manera de vincular a la gente con sus tierras”, tercia Molina.

El vivero está ubicado en el Parque de los Alcornoques, un paraje que estuvo a punto de ser urbanizado a finales de los años ochenta. Lo impidieron las primeras asociaciones vecinales de Tres Cantos, entonces un municipio incipiente, entre las que se contaban varios miembros de ARBA. Con el tiempo el terreno pasó de escombrera a parque asilvestrado, repleto de vegetación autóctona, sin parterres o caminos asfaltados, un pulmón para los tricantinos. “Es un sitio muy forestal que gusta mucho. Hay culebras de escaleras y orquídeas, cosas difíciles de ver”, tercia Isidoro García, que estuvo en esas dos noches de sentada que detuvieron la obra. Manuel Molina añade: “La accesibilidad al medioambiente tiene que ser un derecho al margen de la renta. No es justo que gente con menos recursos viva en un barrio menos verde y más contaminado”.

Francisco López (izquierda), físico de 73 años y entendido en criptografía, fue uno de los primeros vecinos de Tres Cantos, adonde se mudó en 1986. Desde la ventana de su edificio vio cómo el Parque de los Alcornoques se convertía en un paraje verde. “Mi formación en temas ambientales es reducida, pero me encanta. Como soy el más tierno de la asociación hago un poco de todo y aprendo”, afirma. A su lado, Miguel Paunero, funcionario y economista de 54 años, lleva los números y le gusta reproducir plantas nuevas. Es especialista en retamas, cuyas raíces pueden crecer hasta 30 metros. “Me encantan porque son las más resistentes y no te dan el disgusto de verlas secas después del verano”, ríe.
Francisco López (izquierda), físico de 73 años y entendido en criptografía, fue uno de los primeros vecinos de Tres Cantos, adonde se mudó en 1986. Desde la ventana de su edificio vio cómo el Parque de los Alcornoques se convertía en un paraje verde. “Mi formación en temas ambientales es reducida, pero me encanta. Como soy el más tierno de la asociación hago un poco de todo y aprendo”, afirma. A su lado, Miguel Paunero, funcionario y economista de 54 años, lleva los números y le gusta reproducir plantas nuevas. Es especialista en retamas, cuyas raíces pueden crecer hasta 30 metros. “Me encantan porque son las más resistentes y no te dan el disgusto de verlas secas después del verano”, ríe.Jacobo Medrano
A la derecha, Pilar Gutiérrez, de 63 años y recién jubilada, viene tres días a la semana al vivero y afirma que los árboles pueden vivir sin humanos, pero no al revés. “En mi casa del pueblo trasplantamos cerezos y albaricoques. Y ahora yo planto almendros. ¡No me creo lo que han crecido ya!”, afirma. Su compañera Pilar Vega, informática de 62 años, tiene trayectoria en el ecologismo y ha venido con su perro Cosmos. “Me atrae porque nos estamos cargando todo y esto es una manera de compensar”, entiende.
A la derecha, Pilar Gutiérrez, de 63 años y recién jubilada, viene tres días a la semana al vivero y afirma que los árboles pueden vivir sin humanos, pero no al revés. “En mi casa del pueblo trasplantamos cerezos y albaricoques. Y ahora yo planto almendros. ¡No me creo lo que han crecido ya!”, afirma. Su compañera Pilar Vega, informática de 62 años, tiene trayectoria en el ecologismo y ha venido con su perro Cosmos. “Me atrae porque nos estamos cargando todo y esto es una manera de compensar”, entiende.Jacobo Medrano

Igualar plantas y animales

¿Por qué cuesta más querer a una planta que a un animal? ¿Por qué hay menos implicación en su cuidado? La explicación es evolutiva, según Molina. “Empatizamos con los animales porque las caras se parecen más a las nuestras. Los ojos de los linces, por ejemplo, nos recuerdan a los de un bebé”. Pero las plantas no son seres inertes. Tienen vidas fascinantes y útiles. “Son puras especialistas. Se asientan en un hábitat y exprimen al máximo las condiciones que les ofrece”, continúa el biólogo, que pone un ejemplo sorprendente: “Mira este metro cuadrado de tierra. Aquí puede decenas de especies y nadie se da cuenta”.

Para Simón Cortés, presidente de ARBA Madrid, la sección pionera de la asociación, la conciencia ecológica sí se ha expandido hacia las plantas, pero todavía no lo suficiente. “Cuando empezamos en 1987 todos los grupos ecologistas estaban centrados en lo animal: lince, águila, oso”, explica. “Del tema vegetal aún no se tiene conciencia plena del papel que desempeña: es la base de toda la cadena trófica”.

Cuando comenzaron con ARBA, indica Cortés, quisieron cambiarlo todo. “Somos una unión de tribus. Las dinámicas las establecen los asociados de cada zona, que son los que conocen al dedillo su entorno”. Siempre que se cumplan unos principios mínimos, cualquiera puede ser una rama más de este árbol. Manuel Molina conoció a sus compañeros cuando era un chaval del instituto. Uno de ellos es Isidoro García, su amigo con 45 años de diferencia, unidos por los encantos del mundo vegetal. “Son éticos y estéticos: la belleza mostrada y el beneficio que supone para el medioambiente”, termina García.

Alcornoques creciendo en el vivero de Tres Cantos.
Alcornoques creciendo en el vivero de Tres Cantos.Jacobo Medrano
'Canto guerrero' en una pizarra de los asociados de ARBA.
‘Canto guerrero’ en una pizarra de los asociados de ARBA.Jacobo Medrano
Mapa del Parque de los Alcornoques, también conocido como Parque Sur.
Mapa del Parque de los Alcornoques, también conocido como Parque Sur.Jacobo Medrano

El rey de los humedales

Francesco Cavallari
Jordi Sargatal en el Parc dels Aiguamolls. CLARA PAOLINI

Si no fuera por el empeño del activista y ornitólogo Jordi Sargatal, muchos humedales españoles correrían peligro. Entre ellos el de Aiguamolls de l’Empordà (Girona), un paraje singular, casa de millones de aves y plantas únicas, que estuvo cerca de ser destruido para construir una urbanización para 60.000 personas. Enamorado de los pájaros, Sargatal ha visto todas las especies de cigüeñas existentes y asesoró a Dalí en la conservación de la naturaleza de la Costa Brava. A cargo hoy de la Asociación de Amigos de los Aiguamolls, el ornitólogo sigue difundiendo su mensaje naturalista: “Que las nuevas generaciones queden seducidas por el medio y tengan el espíritu de lucha que tuvimos nosotros”.

Su historia forma parte de Pienso, Luego Actúo, la plataforma social de Yoigo que da voz a personas que están cambiando el mundo a mejor y que ha colaborado en la divulgación de su tarea.

CRÉDITOS

  • Guion y redacción: Jaime Ripa
  • Fotografías galería: Jacobo Medrano
  • Coordinación editorial: Francis Pachá
  • Coordinación diseño: Adolfo Domenech
  • Diseño y desarrollo: Eduardo Ferrer
  • Maquetación: Itziar Amor

© EDICIONES EL PAÍS, S.L.
Miguel Yuste 40
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