En una de sus alocuciones para alentar a la resistencia contra Rusia, Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, advirtió la semana pasada de que la guerra se libra también en el campo. En un mes comienza la siembra de cereales, productos esenciales para garantizar que la población tiene alimentos para aguantar un conflicto que se prevé largo. “La misión de las autoridades locales es convencer a la gente de que vuelva al trabajo en el sector agrícola. Cuantas más hectáreas se siembren, más fuerte será nuestra posición”, explica Igor Shevchenko, director de relaciones internacionales de la Cámara de Comercio de Vinnitsia. Esta provincia, a 190 kilómetros del frente de Kiev, la segunda zona productora agrícola nacional de trigo y de girasol, será clave para el futuro de Ucrania.
En las regiones próximas al río Dniéper —la línea geográfica que marca la división entre el este del oeste de Ucrania—, la proximidad de la conflagración impone serias dificultades a la industria agrícola ucrania para trabajar a un ritmo normal. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) estimaba en un informe de principios de marzo que hasta un 30% de los cultivos de Ucrania no podrían labrarse por el impacto de la guerra. Es por eso que una provincia como Vinnitsia, lejos todavía de la primera línea de conflicto, se está movilizando para garantizar que en el país no falten reservas de productos esenciales como harina, azúcar, cebada, sal o alforfón.
La coordinación entre el Gobierno ucranio y compañías agrícolas funciona como si se tratara de una división más del ejército. En los silos de cereales del grupo Epicentr-Agro, en el pueblo de Vedichani, el equipo de seguridad lo componen media docena de hombres. El acceso a las instalaciones se protege como si fuera una infraestructura esencial. En cada villa de la región hay patrullas locales, puestos de control armados y caminos cortados. La compañía Vioil, líder nacional en elaboración de aceite de girasol, denegó a EL PAÍS una visita a su planta de procesamiento de aceite alegando que la policía no permite el acceso a nadie más que a los operarios por miedo a posibles sabotajes rusos.
Ucrania se sitúa junto a Rusia entre los cinco mayores productores de cereales del mundo, según la FAO. Es el cuarto exportador mundial de maíz y el cuarto de trigo. El 40% de las ventas internacionales de aceite de girasol procede de empresas ucranias. El miedo global al desabastecimiento y encarecimiento de estos productos responde no solo a la inevitable reducción de las cosechas de este año, sino también a la prohibición del Gobierno de Zelenski de exportar estos alimentos, salvo muy contadas excepciones. Sí, pueden exportarse cantidades limitadas de maíz y de aceite de girasol. En este último caso, según la dirección regional de la empresa líder en Ucrania, Vioil, el mayor inconveniente es que los barcos que transportan el aceite desde el puerto de Odesa —a 350 kilómetros de distancia— a los mercados internacionales no pueden zarpar por el bloqueo de la flota rusa en el mar Negro.
La FAO avisa de que el aumento global de los precios de los alimentos puede ser de entre un 8% y un 22%, y que la población mundial malnutrida puede crecer entre 8 y 13 millones de personas. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, alertó este lunes de que la situación es particularmente grave para el suministro de trigo en 18 países de África.
El temor no procede únicamente de la situación en Ucrania: Rusia es el mayor productor de fertilizantes en el mercado internacional. El multimillonario ruso Andrei Melnichenko, fundador del gigante del sector Eurochem, pidió este lunes en una entrevista a Reuters el fin de la guerra, porque ocasionará una grave hambruna. “Los fertilizantes cada vez son menos asequibles para el sector agrícola por culpa de la guerra”, afirmó Melnichenko. “Ahora veremos una inflación en los precios de alimentos en Europa y una probable carestía en los países más pobres”. Melnichenko, también importante empresario del sector del carbón, es uno de los oligarcas más afectados por las sanciones de la comunidad internacional sobre los activos rusos.
La sede de la Cámara de Comercio de Vinnitsa es un imponente caserón de 110 años de antigüedad, de estilo centroeuropeo, construido cuando la ciudad se encontraba bajo dominio del imperio ruso de los zares. Sus amplias escaleras de mármol gastado conducen a despachos de altos techos, estufas enormes y con diplomas colgados en las paredes. En el despacho de Shevchenko, en una de las estanterías lucen una bandera ucrania y otra española. El pasado febrero, una semana antes de iniciarse la invasión rusa, mantuvieron una reunión con una delegación española para proyectos de cooperación agrícola. La importancia económica de esta ciudad de 375.000 habitantes queda patente con la presencia de un aeropuerto internacional, bombardeado por los rusos el pasado 6 de marzo. Las conexiones con el extranjero, sobre todo con la Unión Europea —el principal mercado exterior— son tan habituales, cuenta un representante local de Epicentr-Agro, que el equipo de fútbol de la plantilla se desplaza a otros países para jugar torneos de aficionados. El viernes 4 de marzo tenían que viajar a Madrid para pasar un fin de semana de deporte y turismo. La guerra lo frustró.
Durante la entrevista con Shevchenko suenan en la calle las sirenas de aviso de posible ataque aéreo. En la Cámara de Comercio no siguen las instrucciones preceptivas, es decir, correr al refugio. “Nos hemos acostumbrado a la situación”, explica Shevchenko. “El shock inicial frenó la producción. Ahora hemos entrado en una nueva normalidad, ya hay suficientes soldados y lo que necesitamos es retomar la actividad productiva”.
Mientras los agricultores empiezan a abonar los campos, en las oficinas de los consorcios agrícolas la prioridad es encontrar nuevas rutas de transporte para exportar, si finalmente la cosecha es propicia, si se garantizan las reservas necesarias y si la expansión rusa se contiene. Shevchenko se muestra confiado en que “en un corto plazo” se reiniciarán las ventas internacionales. Están en juego los cerca de 13.000 millones de euros que factura anualmente Ucrania con la exportación de cereales y derivados, según la FAO.
Pero lejos de los despachos de la Cámara de Comercio, en el municipio de Yampil —10.000 habitantes— su alcalde, Sergei Gadzhuk, afirma que en estos momentos ni se plantean la cuestión: “No pensamos en las exportaciones, tenemos otras urgencias”. El alcalde de este pueblo regado por el río Dniéster asegura que tienen todo lo necesario para que la siembra arranque en abril, manos disponibles para trabajar duro y reservas de diésel suficientes para los tractores: “Ahora hay que pensar en aguantar y terminar con esta guerra, el resto es secundario”.
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