Los datos de una pandemia en tres olas

España ha atravesado hasta ahora tres olas de la pandemia de covid-19. Sus consecuencias, más que con cifras de casos, se ven en el exceso de muertes, la métrica del INE para medir cuántos fallecidos de más se han registrado sobre lo que sería un año normal. Son datos que se usan para detectar pequeñas perturbaciones por una gripe o una ola de calor, pero este año esas muertes no esperadas se han disparado y son, esencialmente, una medida del impacto de la covid-19.

Una primera ola que no anticipamos. La pandemia cogió a España desprevenida, igual que a la mayoría de países, provocando un pico de contagios, hospitalizaciones y muertes entre marzo y abril que no se volvería a ver. Golpeó especialmente a las provincias del centro peninsular, probablemente por su conexión con Madrid, que fue uno de los epicentros de esa ola (el otro, menos intenso, fue Barcelona). La onda expansiva del virus provocó que las provincias de Madrid, Segovia, Soria, Ciudad Real y Cuenca registraran casi el doble de muertes de lo normal, según los datos del INE, entre marzo y junio. En Barcelona el exceso fue del 70%, también muy alto.

Una segunda ola que llegó pronto y creció lenta. Los contagios se frenaron con el confinamiento, pero fue solo temporalmente. En verano las restricciones se relajaron y los casos subieron poco a poco. No hubo un pico repentino en toda España, sino una ola que fue levantándose lentamente y que, con altibajos, todavía continúa ocho meses después. Al comienzo hubo brotes puntuales (en fábricas cárnicas o entre los jornaleros), pero en agosto quedó claro que había transmisión comunitaria y los casos empezaron a crecer en muchas regiones. Lo hicieron especialmente en provincias poco impactadas por la primera ola, como Teruel, Zaragoza, Huesca y Lleida; también en Granada y otras regiones andaluzas; o Asturias, Galicia y Canarias, que apenas habían sufrido el virus en primavera, pero que entre julio y diciembre vieron elevarse sus muertes muy por encima de lo normal.

Una tercera ola que se levantó sobre un mar agitado. A principios de octubre los contagios bajaron en gran parte de España. La tendencia cambió y hubo cierta tranquilidad, aunque los niveles de incidencia —los casos nuevos que se iban registrando— seguían siendo de riesgo, y en los hospitales españoles la ocupación de camas y UCI seguía en niveles de estrés. Por eso, cuando los contagios volvieron a subir, lo hicieron muy deprisa en muchas regiones. El repunte empezó semanas antes de la Navidad, y se recrudeció durante las fiestas, provocando una ola larga de fallecidos que duró todo el mes de enero y febrero. Durante semanas se convirtió en rutina contar 200 o 300 muertos diarios por una sola enfermedad recién aparecida. Las provincias de la comunidad valenciana registraron sus peores excesos de muertes, llegando a cuadruplicar las muertes anormales que habían contado en la primera ola. En Alicante, se registró un 50% más de defunciones de lo que sería normal, y eso a pesar de que apenas se contaron casos de gripe, que en estos meses suele elevar los fallecimientos.

Por otra parte, las provincias vascas y gallegas o Lleida y Huesca consiguieron paliar mejor los efectos de los contagios y no tuvieron exceso en la tercera ola. Alrededor de Madrid, solo Ciudad Real y Toledo superaron en más de un 10% el número de fallecidos esperado.

Un año de confinamientos. En dos ocasiones, el Gobierno central aplicó el estado de alarma para limitar los contactos entre personas: la primera vez fue hace un año, el 14 de marzo de 2020, y paró todo el país. Como reflejan los datos de movilidad de Google —que se calculan con datos de millones de teléfonos móviles—, en ese momento nuestros movimientos se redujeron en un 75% sobre los niveles normales antes de la pandemia. Nos mantuvimos dos meses en esos niveles y la normalidad, en realidad, no ha vuelto nunca después. El 25 de octubre, a mitad de una segunda ola que llevaba meses subiendo, el Gobierno volvió a aprobar un estado de alarma para que las comunidades autónomas pudiesen imponer restricciones más duras: la movilidad bajó un poco más, aunque para entonces los datos de Google dicen que ya llevábamos semanas limitando nuestros movimientos. Los desplazamientos volvieron a subir en diciembre, antes de Navidad y cuando despegó la tercera ola.

Un mayor nivel de movimiento suele significar más actividad social y más contactos, lo que supone un mayor riesgo de contagios y rebrotes. Se vio durante la primera ola, con las fiestas de Navidad o los puentes de otoño, como indica el trabajo del equipo de Biología Computacional y Sistemas Complejos de la Universidad Politécnica de Cataluña. En el puente de La Mercè de finales de septiembre, por ejemplo, un incremento de los movimientos coincidió con un repunte de los contagios (se elevó el número reproductivo R —que estima la velocidad de propagación de una enfermedad— por encima de 1,4).

Un año de hospitales bajo estrés. Las consecuencias directas de esos repuntes fueron las hospitalizaciones. Su evolución es un reflejo del desarrollo de nuevos contagios, ligeramente retrasado en el tiempo (del contagio a la hospitalización suelen pasar unos 10 días). Se ve que el peor pico fue en abril —que además se concentró en menos provincias—, pero también que la segunda y tercera ola acabaron llevando más gente al hospital, pasados los meses.

La curva de ingresados más críticos siempre es la tercera en levantarse, después de contagios e ingresos hospitalarios. Hubo días de abril en los que constan casi 500 ingresos en las salas UCI de toda España; pero también una o dos semanas de finales de enero en las que ingresaron cada día a 200 personas. Desde que tenemos datos robustos de los hospitales españoles, los ingresados en cuidados intensivos han representado un 10% de los ingresos normales.

Un virus letal para los mayores. Las tres olas han golpeado sobre todo a los ancianos: los menores de 59 años han representado siempre menos del 10% de los fallecidos por covid-19 en España, mientras que dos de cada tres tenían más de 80 años. Se estima que ha habido unas 30.000 muertes este año solo en las residencias de mayores.

La buena noticia. Este último gráfico captura también una señal positiva, de las pocas en muchos meses: en las últimas semanas las muertes de mayores de 80 años se han reducido y ahora son solo la mitad del total, seguramente por efecto de las vacunas, que ya están protegiendo a las personas que viven en residencias y a un número cada vez mayor de octogenarios.


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