Cada vez que Angela Merkel interviene para hablar de la pandemia, los editores de vídeo se preparan para trabajar unas imágenes que saben que en pocas horas acabarán siendo virales. Esta semana ha vuelto a suceder. La canciller alemana pronunció un apasionado discurso ante el Bundestag, en el que pidió a los ciudadanos contención ante el avance del virus. “No es aceptable” que haya 590 muertos al día, dijo provocando el aplauso internacional. Merkel se ha convertido en la recta final de su carrera en una líder alabada más allá de sus fronteras. Esta semana dos días después del aclamado discurso, Hungría y Polonia levantaban su veto para dar vía libre al fondo anticrisis de la UE. En Alemania, el apoyo de la población a la gestión de la canciller parece inquebrantable, según reflejan las encuestas. Pero Merkel debe enfrentarse en Alemania aún a dos grandes desafíos que podrían empañar su imagen y que arrojan algunos interrogantes en torno a su gestión.
El primero es una segunda ola de la pandemia que ha golpeado con fuerza el país más poblado de la Unión, después de haber superado con éxito la primera. La receta aplicada en Alemania en el último mes de imponer un cierre suave de la vida pública no ha funcionado. Los contagios se han vuelto a disparar y sumaron 28.438 el viernes, mientras la cifra de muertos ascendió a 496. La incidencia por cada 100.000 habitantes por siete días suma 163,8 nuevos casos. Pese a las catastróficas cifras actuales, Alemania un país de 83 millones de habitantes, sigue ostentando un balance comparativamente mejor que algunos de sus países del entorno, con un total de 21.466 muertes desde el inicio de la pandemia.
Merkel advirtió desde un primer momento que en esta pandemia no habría países ganadores ni perdedores, que la carrera era larga y quien saliera bien parado al principio podía acabar muy afectado meses más tarde. Su profecía parece haberse cumplido. Como hiciera esta semana en el Parlamento, Merkel ha defendido desde un primer momento una línea más dura, de más restricciones de las que los Länder han estado dispuestos adoptar. A veces la han seguido y otras se han limitado a alcanzar acuerdos de mínimos. Pero lo cierto es que si Alemania continúa en la cuesta abajo actual, la responsabilidad última e histórica recaerá sobre la canciller.
“Hemos perdido cinco semanas. Deberíamos haber optado por un cierre total desde mediados de octubre o antes. Merkel era perfectamente consciente, pero no se ha creado el clima necesario para que la población aceptara las medidas en una fase temprana”, interpreta Christian Odendahl, economista jefe del Centre for European Reform. “Era relativamente obvio que se había perdido el control de la segunda ola, pero la gente no entiende de manera intuitiva el crecimiento exponencial y es muy difícil para los políticos adoptar medidas cuando no hay cifras catastróficas. Para eso es necesario un liderazgo muy fuerte” añade.
La portada de la revista Der Spiegel de este fin de semana, titulada “El fracaso del invierno. Cómo Alemania malgastó su ventaja inicial”, deja escaso lugar a dudas del momento actual. El semanario sostiene: “Hace unos meses, Alemania era alabada en el mundo entero como una alumna ejemplar en la lucha contra la pandemia, pero el país ha dilapidado su reputación este otoño. […] Los intereses parcialmente incompatibles de los jefes de Gobierno regionales es parte de la razón, pero el cansancio de la población respecto a las medidas, también. El miedo de Merkel y de los jefes de Gobierno era que adoptando medidas demasiado drásticas, la confianza se erosionara aún más”.
“Merkel ha tenido que tejer consensos entre los jefes de Gobierno regionales con distintas preocupaciones e intereses políticos”, explica Odendahl. Hay políticos, sobre todo en el este de Alemania, condicionados por el avance de la ultraderecha, que es negacionista de una pandemia que considera poco más que una gripe. Pero se refiere sobre todo el analista a los jefes de Gobierno de dos grandes Estados alemanes: Markus Söder, en Baviera, y Armin Laschet, en Renania del Norte-Westfalia, directamente implicados en la carrera por la sucesión de Merkel, y que, sostiene el experto, se han sentado a negociar las medidas anticovid, mirando de reojo a la cancillería.
Y ese es precisamente el segundo gran asunto que atañe a la canciller. El proceso sucesorio en la Unión Demócrata Cristiana (CDU) avanza a trompicones debido en parte a la pandemia, que impide a los candidatos cualquier tipo de acto de campaña más allá del universo digital. Pero también, porque a estas alturas, ninguno de los tres aspirantes a liderar la CDU —Friedrich Merz, Norbert Röttgen y Laschet— acaba de despuntar ni de resultar lo suficientemente creíble como para aspirar a la cancillería. En parte porque a estas alturas, cualquier político palidece ante la veteranía de Merkel y su prestigio labrado tras más de tres lustros en el poder. Pero sus críticos la culpan también de haber ejercido semejante control en el partido durante 18 años, que ha impedido el rodaje de un relevo potente para la cancillería.
Una consecuencia podría ser el desplome de su partido en las elecciones de septiembre, en las que la política alemana ya no estará. Dependerá en buena medida de quién acabe siendo candidato a canciller. Si lo logra Merz, la antítesis de Merkel, más carismático y más conservador, el voto de centro peligraría, aunque a cambio podría seducir a los votantes abstencionistas y migrados a la ultraderecha, huérfanos de una derecha clásica. La opción a estas alturas más viable sería recurrir al bávaro Söder, como candidato a canciller; un político muy bien valorado en las encuestas. Pero no deja de pertenecer a otro partido, la CSU, por muy hermanado que esté, y sus posibilidades de triunfar en el ámbito nacional resultan una gran incógnita.
Eliminar a los rivales
Hans Kundnani, autor de La paradoja del poder alemán cree que “ha sido muy exitosa sabiendo mantenerse en el poder, pero en parte gracias a haber eliminado a sus potenciales sucesores. Es increíblemente eficiente lidiando con rivales. En cierta manera, ha sido demasiado exitosa”, considera este analista, que recuerda que nada más llegar al poder tuvo que deshacerse de los barones del partido, en un puro ejercicio de supervivencia. “Eliminar a los rivales le ha permitido seguir de canciller, pero eso se convierte en un problema si no quieres ser canciller para siempre”, interpreta con cierta sorna este investigador del programa europeo de la Chatham House de Londres.
Merkel sí amadrinó de forma oficiosa a dos candidatas que por distintos motivos no han cuajado en la carrera por su sucesión. La primera, Ursula von der Leyen, que ha acabado presidiendo la Comisión Europea y después, la actual ministra de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer que acabó derribada fruto de una lucha interna en el partido a principios de este año.
Odendahl cree que a la hora de analizar la carrera sucesoria hay que abrir el foco. Que el legado de Merkel en el sistema de partidos alemán trasciende el suyo propio. Que el perfil merkeliano, centrado, sosegado y sin estridencias, que ha demostrado ser una máquina de ganar elecciones, se ha convertido en un referente más allá de las fronteras internas de la CDU. “Si miramos los candidatos de Los Verdes o de los socialdemócratas, todos tratan de emularla y eso es también parte de su legado”.
Source link