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Los ‘diez mandamientos’ de sir Keir Starmer para que el Reino Unido gire a la izquierda


Ya lo dejó dicho el divino Giulio Andreotti, en una fórmula política tan italiana como universal: “El poder desgasta a quien no lo tiene”. Sir Keir Starmer, el abogado, fiscal y diputado, se hizo con las riendas del Partido Laborista británico hace un año y medio. Sustituía al veterano izquierdista Jeremy Corbyn, quien desató el fervor entre los jóvenes desencantados, disparó el número de afiliaciones, mareó a los votantes con su doble juego respecto al Brexit y acabó cosechando una derrota histórica en diciembre de 2019 frente al más humillante de los contrincantes: Boris Johnson.

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Ese mismo rival ha conseguido sobrevivir a una devastadora pandemia que gestionó erráticamente desde un principio. Y ha utilizado los estragos del virus para camuflar otros provocados por él mismo: los derivados del Brexit. Los golpes con los que se estrenó Starmer frente al primer ministro, durante las sesiones de control de los miércoles en la Cámara de los Comunes, sorprendieron a Johnson y levantaron el ánimo decaído en las filas laboristas. El líder de la oposición —corte de pelo impecable, a navaja; traje sobrio y ajustado a medida— acorralaba con el bisturí inquisitivo de un exfiscal a un jefe de Gobierno más preocupado por los eslóganes que por los detalles técnicos o estratégicos de su política sanitaria.

El espejismo duró poco. El éxito de la campaña de vacunación resucitó a Johnson. La derrota del laborismo en las elecciones municipales del pasado mayo, y sobre todo, la pérdida del escaño de la circunscripción del noreste de Hartlepool, siempre en manos de la izquierda, volvieron a sembrar las dudas sobre la figura de Starmer.

El laborismo celebra la próxima semana su congreso anual en la localidad costera de Brighton. Será la oportunidad del nuevo líder de la formación para aclarar si quiere ser tan reformista como Tony Blair, tan radical como Jeremy Corbyn o tan clásico en sus planteamientos como Clement Attlee, el primer ministro que puso en pie el estado del bienestar británico después de la Segunda Guerra Mundial.

Para calentar motores, Starmer ha publicado un manifiesto de 11.500 palabras, llamado The Road Ahead (La ruta por delante) que pretende sintetizar su visión política. Casi tan importante como el contenido es el lugar escogido para publicarlo. En la página web de la Sociedad Fabiana, el movimiento socialista británico fundado a finales del siglo XIX en el que se encuentran las raíces del Partido Laborista. Inspirado su nombre por el del general romano Quinto Fabio Máximo —que derrotaba a las tropas del cartaginés Aníbal con paciencia y hostigamiento—, los fabianos buscaban, frente a la revolución proletaria del marxismo, una llegada lenta y asentada del socialismo a través de reformas graduales. Starmer debe aún comprobar si en la actual política de la aceleración, el partido —y sobre todo, los restos aún poderosos del corbynismo— tendrá paciencia para dejarle desplegar su estrategia de oposición.

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El manifiesto, lleno de vaguedades y buenas intenciones, tiene más de catecismo que de programa de Gobierno. Y, al final de sus 35 folios, todo se resume en diez mandamientos:

  • Poner siempre por delante a las familias trabajadoras
  • Recompensar justamente a quien trabaja duro y respeta las reglas
  • Que personas y empresas contribuyan a la sociedad, además de recibir
  • Que las oportunidades vitales no dependan de las circunstancias del nacimiento
  • La familia y la comunidad, todo aquello que une, debe situarse por encima del individualismo
  • La economía debe trabajar en beneficio de los ciudadanos y la comunidad
  • El Gobierno debe ser socio de la economía privada, y no sofocarla
  • El Gobierno debe usar el dinero del contribuyente como si fuera suyo. Los niveles actuales de despilfarro son intolerables
  • El Gobierno debe restaurar la honestidad, la decencia y la transparencia en la vida pública
  • Somos profundamente patrióticos, pero rechazamos la división que provoca el nacionalismo

Starmer tiene un problema con su decálogo de buenas intenciones. Todas ellas podría firmarlas Boris Johnson sin sonrojarse. El Partido Conservador ha borrado de su discurso cualquier referencia a la austeridad de la década pasada. Downing Street se ha endeudado como si no hubiera un mañana. Ha subido los impuestos con un recargo en las cotizaciones sociales para inyectar financiación extra al Servicio Nacional de Salud, y reformar el sistema de Dependencia y Atención a los Mayores. Es decir, ha brindado tranquilidad a la sociedad de pequeños propietarios (de un inmueble) que es hoy la sociedad británica.

Starmer juega en un terreno delicado, en el que no quiere pisar callos en el mundo empresarial, evita a toda costa resucitar el fantasma del Brexit —se limita a criticar su “gestión chapucera”—, ensalza la familia, el vecindario, la comunidad, el patriotismo. Y carga contra el nacionalismo escocés, tan culpable, según él, como los conservadores, del clima de división del país. Es decir, juega en el terreno de Johnson. Con la diferencia de que el electorado está, hoy por hoy, más dispuesto a respaldar y reír las gracias del gamberro de Boris que de hacer un acto de fe con el impoluto Starmer. Dice la leyenda que Helen Fielding se basó en él —entonces era un notorio abogado de causas justas— para crear el personaje de Mark Darcy en El Diario de Bridget Jones. Como diría el tópico, el marido al que aspira toda madre para su hija. Muchos votantes laboristas, de momento, se quedan con Boris Johnson el travieso, aunque no se parezca ni por asomo a Hugh Grant.

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