Creo que es justo decir que, cuando Vladímir Putin invadió Ucrania, la mayoría de los observadores pensaron que se saldría con la suya. Seguramente el enorme Ejército ruso tomaría Kiev y otras ciudades importantes en pocos días, y seguramente Occidente respondería con su habitual timidez, limitándose a dar a Rusia un tirón de orejas. En lugar de eso, aquí estamos, 16 días después, con Kiev y Járkov todavía en pie y las fuerzas invasoras empantanadas por la feroz resistencia ucrania (ayudada por el rápido suministro de armas occidentales) y los desastrosos problemas logísticos. Por otra parte, es evidente que las sanciones de Occidente a la economía rusa ya están teniendo importantes efectos, y podrían volverse incluso más severas.
Desde luego, todo esto podría cambiar: las fuerzas rusas podrían reagruparse y reanudar la ofensiva y los gobiernos occidentales pusilánimes podrían empezar a levantar sanciones. Sin embargo, por ahora Putin se enfrenta a consecuencias mucho peores de lo que podría haber imaginado. Por desgracia, hacer frente a una agresión no sale gratis. Los acontecimientos en Ucrania y en Rusia impondrán costes importantes, en particular a la economía mundial. La pregunta es ¿cómo de importantes?
Mi respuesta provisional es que serán malos, pero no catastróficos. En concreto, parece poco probable que la crisis de Putin sea ni mucho menos tan grave como las crisis del petróleo que sacudieron la economía mundial en la década de 1970. Al igual que entonces, el golpe a la economía mundial procede sobre todo de los precios de las materias primas. Rusia es uno de los principales exportadores de petróleo y gas natural, y tanto ella como Ucrania son —o eran— grandes exportadoras de trigo. En consecuencia, la guerra está teniendo consecuencias importantes para los precios de la energía y los alimentos.
Empecemos por la energía. Por ahora, las sanciones aplicadas por Europa contra Rusia no afectan a las exportaciones de gas y petróleo, lo cual resulta llamativo. EE UU ha prohibido las importaciones de petróleo de Rusia, pero esto no va a tener mucha importancia, porque EE UU puede comprar y Rusia vender en otros sitios. Sin embargo, los mercados están reaccionando como si los suministros fueran a interrumpirse, bien debido a futuras sanciones, bien porque las empresas energéticas mundiales, temiendo una reacción pública, impongan ellas mismas “sanciones” a sus compras de crudo ruso. De hecho, Shell, que el otro día compró petróleo ruso con descuento, ha pedido perdón y dice que no volverá a hacerlo. En consecuencia, el precio real del petróleo ajustado a la inflación se ha disparado casi al nivel alcanzado durante la revolución iraní de 1979.
Estoy un poco desconcertado por la magnitud de esta subida de los precios. Es verdad que Rusia es un gran productor de petróleo, pero solo representa alrededor del 11% de la producción mundial, mientas que en la década de 1970 los productores del golfo Pérsico extraían una tercera parte del crudo del mundo. Y Rusia seguramente encontrará formas de vender una parte considerable de su petróleo a pesar de las sanciones occidentales. La economía mundial es mucho menos dependiente del petróleo de lo que era. Es más, la “intensidad” petrolera, es decir, el número de barriles consumidos por dólar real de producto interior bruto, es la mitad que en la década de 1970.
¿Y qué hay del gas natural? Europa depende en gran medida de Rusia para su abastecimiento. Sin embargo, el consumo de gas es muy estacional. Por lo tanto, el efecto de la perturbación rusa no será tan grande hasta finales de este año, lo cual dará a Europa tiempo para adoptar medidas que la hagan menos vulnerable.
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Así que, en general, la crisis energética provocada por Putin será grave, pero probablemente no catastrófica. Mi principal preocupación, al menos en lo que a EE UU se refiere, es política. Sería inconcebible que los republicanos exigieran que dejáramos de comprar petróleo ruso y, al mismo tiempo, atacaran al presidente Biden por los altos precios de la gasolina. De hecho, eso es lo que está a punto de pasar.
Los alimentos pueden ser un problema mayor que la energía. Antes de la guerra, Rusia y Ucrania juntas representaban más de una cuarta parte de las exportaciones mundiales de trigo. Ahora Rusia está sancionada y Ucrania es una zona de guerra. No es de extrañar que los precios del trigo se hayan disparado de menos de ocho dólares el bushel a los aproximadamente 13 dólares. En las regiones ricas, como Norteamérica y Europa, este aumento del precio será doloroso, pero en su mayor parte tolerable, por el mero hecho de que los consumidores de los países avanzados gastan un porcentaje relativamente pequeño de sus ingresos en alimentos. Para los países más pobres, en los que los alimentos representan una parte enorme del presupuesto familiar, el golpe será mucho más duro.
Por último, ¿qué consecuencias tendrá la guerra de Ucrania en la política económica? El aumento de los precios del petróleo y los alimentos harán que suba la tasa de inflación, que ya es incómodamente alta. ¿Responderá la Reserva Federal subiendo los tipos de interés, lo cual afectará al crecimiento económico? Probablemente no. La Reserva Federal lleva tiempo centrando su atención no en la inflación “general”, sino en la “subyacente”, que excluye los precios de los alimentos y la energía, caracterizados por su inestabilidad, una política que le ha sido muy útil en el pasado. Por lo tanto, el golpe de Putin es exactamente la clase de acontecimiento que la Reserva habría pasado por alto en el pasado. Y por si sirve de algo, les diré que, por lo visto, los inversores creen que esto es lo que va a hacer: las expectativas del mercado en relación con la política de la Reserva durante los próximos meses no parecen haber cambiado. El golpe de Rusia a la economía mundial será desagradable, pero seguramente no tanto. Si Putin se imagina que puede exigir un rescate al mundo, probablemente acabe siendo otro error de cálculo fatal.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.
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