El ministro de Defensa ruso, Sergéi Shoigú, recibe a su homólogo turco, Hulusi Akar, este miércoles en Moscú.MINISTRY OF DEFENCE OF THE RUSSIA / ZUMA PRESS /
Los ministros de Defensa de Turquía y Siria se reunieron este miércoles en Moscú por primera vez desde que en 2011 comenzó la guerra civil en el país árabe, en la que ambos gobiernos están profundamente implicados. El proceso de deshielo, que lleva semanas preparándose bajo la mediación rusa, se enfoca en las cuestiones de los refugiados —que puede poner en peligro la reelección del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, en las elecciones de 2023— y de las milicias kurdas del norte de Siria, contra las que Ankara quiere llevar a cabo una nueva ofensiva militar. Para el régimen de Bachar el Asad es una forma de romper su aislamiento internacional, especialmente en un momento de grave crisis económica.
“Durante esta constructiva reunión se trataron la crisis siria, la cuestión de los refugiados y los esfuerzos conjuntos para luchar contra todas las organizaciones terroristas en suelo sirio”, afirmó el ministerio turco en un comunicado tras el encuentro en el que participaron el titular de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, y sus homólogos turco y sirio, Hulusi Akar y Alí Mahmud Abbás. Al encuentro también asistieron los jefes del espionaje turco, Hakan Fidan, y sirio, Alí Mamluk, que ya se habían reunido con anterioridad. A su regreso de Moscú este jueves, Akar afirmó que este tipo de encuentros “continuará” con el fin de contribuir “a la paz y a la estabilidad” de Siria. Se prevé que en las próximas semanas se reúnan los ministros de Exteriores de ambos países (también dentro de este formato trilateral), con la vista puesta en un encuentro entre El Asad y Erdogan en los primeros meses de 2023, pese a que, hasta hace no mucho, el presidente turco se refería al sirio como “el carnicero de Damasco”.
“Hace ya tiempo que Turquía abandonó sus planes de promover un cambio de régimen en Siria y trabaja junto con Rusia e Irán a favor de una estabilización [del conflicto]. El cálculo ahora es que resulta más útil para el interés nacional de Turquía establecer una relación directa con Damasco”, sostiene Sinan Ülgen, investigador del think-tank Carnegie Europe.
Uno de los grandes problemas a los que se enfrentan las negociaciones es la definición de “terrorismo”. Para Damasco son terroristas los grupos opositores y rebeldes que se mantienen gracias al apoyo de Turquía. Para Ankara, las milicias kurdas que, en varios frentes a lo largo de la frontera, luchan en las mismas líneas que el régimen (y además tienen el apoyo de Estados Unidos en la parte nororiental de Siria). Tras el atentado del pasado 13 de noviembre en Estambul, del que Ankara acusó al grupo armado kurdo PKK y a su filial siria YPG —ambas organizaciones han negado su implicación—, el Gobierno turco ha redoblado sus amenazas de intervenir militarmente en suelo sirio para acabar con las milicias kurdas, cuyas posiciones ha bombardeado desde territorio turco.
Estas inmensas diferencias dificultan que se pueda llegar a un acuerdo entre Ankara y Damasco, según Ömer Özkizilcik, experto en el conflicto sirio. “Rusia ha impedido que Turquía interviniese contra las YPG desde 2019, e insiste a Ankara en que todas sus preocupaciones sobre seguridad se pueden resolver mediante un diálogo directo con el Gobierno de Damasco”, explica este analista: “El problema es que El Asad no puede cumplir las demandas turcas. Las YPG y el régimen están muy imbricados en el norte de Siria, comparten bases y posiciones. Cuando Turquía bombardea a las YPG, también mata a soldados del régimen”.
Por otro lado, las demandas de Damasco también son extremadamente complicadas de llevar a cabo para Ankara. De hecho, este jueves, el jefe de la diplomacia turca, Mevlüt Çavusoglu, reiteró que su país es “el garante de la oposición siria” y que no actuará en contra de sus intereses. “Si Turquía deja de proteger a los rebeldes y se retira del territorio que controla en el norte de Siria [casi 9.000 kilómetros cuadrados], el régimen sirio retomará su control militarmente, lo que supondrá un desastre humanitario y una nueva oleada de refugiados, que es precisamente lo que el Gobierno turco quiere evitar”, opina el analista Özkizilcik.
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Para el Gobierno de Erdogan, lo importante de este proceso es “mantener un encuentro cara a cara con El Asad antes de las elecciones [previstas a más tardar para el próximo junio], que permita decir ante la opinión pública turca que se ha iniciado un diálogo destinado al retorno de los refugiados”, afirma Ülgen. Turquía acoge 3,6 millones de refugiados sirios, pero la opinión pública se ha vuelto mayoritariamente contra ellos a medida que la situación económica empeoraba y la oposición hacía bandera del sentimiento antinmigración. Una de las promesas estrella de la oposición turca es iniciar un diálogo con el régimen de El Asad a fin de pactar la devolución de los refugiados, así que adoptando la misma estrategia que hasta hace poco rechazaba de plano, Erdogan logra desactivar una de las claves del programa de sus rivales. Otra cosa es que la propuesta sea factible: la mayoría de asociaciones de refugiados no cree viable un retorno a la misma Siria de El Asad de la que huyeron. “Sin embargo, en este momento, creo que es más importante [para Erdogan] el mensaje que transmite que el propio resultado”, concluye Ülgen.
El deshielo turco-sirio se enmarca en el realineamiento político que se lleva produciendo durante los últimos años en Oriente Próximo. Si, a raíz de la Primavera Árabe, Turquía había apostado por una política idealista e intervencionista, buscando incrementar su influencia regional a través del apoyo a partidos políticos y grupos rebeldes —en su mayoría de corte islamista— opuesto a los tradicionales regímenes autoritarios de la zona, ahora ha adoptado una diplomacia mucho más pragmática. Así, en los últimos meses, ha completado la reconciliación con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel, y está en proceso de hacerlo con Egipto, lo que se ha traducido en una lluvia de fondos e inversiones de las monarquías del Golfo y Rusia que han permitido estabilizar la moneda turca en un momento de grandes dificultades financieras.
A cambio, sin embargo, los miles de exiliados políticos de Oriente Próximo que habían encontrado en Estambul un refugio y una base desde la que luchar contra la opresión en sus países de origen han visto cómo se incrementan las dificultades para permanecer en Turquía o que las autoridades les exigen reducir el tono en sus publicaciones y medios de comunicación que emiten desde territorio turco.
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