Los huérfanos de Putin en la Unión Europea. Se trata de un sintagma con múltiples interpretaciones que resulta interesante explorar. La más inmediata es la atención a los niños ucranios que han perdido, o perderán, a uno o a ambos progenitores en la guerra desatada sin derecho, sin justificación y sin escrúpulos por el presidente de Rusia. Ellos son la prioridad. Hace bien la UE en adoptar una política de puertas abiertas sin matices, para ellos, y para todos los ciudadanos ucranios.
El sintagma también puede referirse a los niños sirios que quedaron huérfanos por las bombas de las fuerzas rusas desplegadas en apoyo al dictador Bachar el Asad. Conviene no olvidar que para ellos y sus familiares supervivientes las puertas de la UE no se abrieron como ahora. Múltiples circunstancias confluyen en generar el diferente trato. Racismo e islamofobia destacan entre ellas.
En otro orden, menos dramático, pero también relevante, el sintagma puede apuntar a esos dirigentes europeos que han quedado huérfanos por la conversión en espíritu del Averno del líder ruso, con quien habían cultivado relaciones estrechas, compartiendo algunos pedestres intereses pecuniarios, y otros una línea ideológica nacionalista-conservadora que culebrea en tantos rincones de la UE.
Los nombres son notorios. Destaca Francia, con un amplio abanico de dirigentes con un historial que ahora resulta insostenible, desde Marine Le Pen, que ha tenido que tirar a la basura más de un millón de copias de un folleto electoral para la campaña de las presidenciales donde aparecía una foto de ella con Putin, hasta Éric Zemmour, hasta hace nada declarado admirador del líder ruso. En Italia está en primera fila Matteo Salvini, dirigente de la Liga, históricamente empático con el Kremlin y que ahora rechaza el envío de armas a Ucrania. “No en mi nombre”, ha dicho, en una postura curiosamente coincidente con la de la secretaria general de Podemos, Ione Belarra. Berlusconi también ha cultivado durante décadas una estrecha relación con el mandatario ruso y Renzi ha tenido que dimitir del consejo de administración de una empresa rusa. En Alemania también hay figuras que salen realmente mal en la foto, como el excanciller Gerhard Schröder, y otras bastante desdibujadas. En el flanco oriental, destaca Viktor Orbán, durante mucho tiempo atento a la relación con el Kremlin hasta el punto de ser considerado por algunos, en cierto sentido, un potencial caballo de Troya ruso en la UE.
La invasión ha cambiado todo esto. El efecto inmediato es el corte de relaciones con Rusia, que significa muchas cosas. Por supuesto, de entrada, el impacto económico vinculado a la espiral de sanciones. Pero también una repercusión en el ámbito político. Las terminales nerviosas de Putin en Europa, con su potencial alborotador y divisorio, han quedado cortocircuitadas. Una corriente eléctrica dinamizadora recorre el proyecto europeo, impulsando enormes y positivos saltos de integración. El destello de las explosiones deja claro cómo termina a menudo el viaje al fin de la noche. El viaje del nacionalismo exacerbado, del apego a valores retrógrados y excluyentes, del deseo de orden por encima del de derechos. La prioridad en Europa ahora es unidad absoluta frente a la agresión rusa y en apoyo a Ucrania. Será bueno, después, mantenerla para que, en clave interna, esos instintos contra los que se fundó la UE y que circulan en nuestras sociedades se vayan por el desagüe que conduce al Averno donde deambula el alma de Vladímir Putin.
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