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Los ingleses atrapados en el lado equivocado de Europa


Toda obra literaria es una historia individual y a la vez colectiva, un retrato de un tiempo y un lugar que no solo arropan a los personajes con un contexto, sino que definen por qué debe interesarnos su particularidad. Así es La gran fortuna, la primera entrega de la Trilogía balcánica de Olivia Manning, una historia alternativa tan ambiciosa como singular de la Segunda Guerra Mundial, una mirada británica muy lejos del heroísmo de las tropas o los discursos de Churchill, la de un grupo de jóvenes ingleses a los que el inicio de la guerra pilla en Rumanía.

“Estamos atrapados en el lado malo de Europa”, dice Clarence, el amigo perdedor que acompaña siempre a la protagonista ante la eterna ausencia de su marido. Esa frase está situada en el verano de 1940, tras la caída de París en el lado del mapa infectado de esvásticas que todos contemplan en un escaparate alemán de Bucarest. Y es la frase que nos propulsa como una arco tensionado hasta situarnos en la Inglaterra de hoy. Nos explicamos.

Este viaje por los problemas de Europa a través de cinco libros de reciente publicación en España —una de las series de verano en Babelia, de la que ésta es la cuarta entrega— nos ha llevado al rechazo al inmigrante de la mano de la italiana Melania Mazzucco, al cuidado y las relaciones que de verdad importan de la mano de la vasca Eider Rodríguez y a la opresión de las decisiones ajenas (de militares, religiosos, o civiles) de la mano de la polaca Olga Tokarczuk, Nobel de Literatura. Para este capítulo británico podíamos haber elegido cualquiera de los libros que este año han abordado el Brexit (Jonathan Coe fue magistral en El corazón de Inglaterra, Anagrama). Pero el viaje que proponemos hoy es más lejos, en tiempo y lugar.

La gran fortuna (Libros del Asteroide) fija los pies en esa Rumania de 1939 que aún miraba a Occidente con admiración, con envidia, con deseo de imitar a Inglaterra y a Francia y con la esperanza de formar parte de un bando de aliados que se defiendan ante Hitler. Existen los prorrusos, que ven en el socialismo una ilusión de justicia, y existen los proalemanes, una Guardia de Hierro que agita, que asesina, que prepara el terreno quintacolumnista para una invasión germana que, en el entorno de los protagonistas, nadie quiere ver. “Ya tienen demasiada comida en el plato”, dice uno de ellos ante el miedo a una presencia rusa. Los alemanes nunca podrán con nosotros, dicen los rumanos seguros de su capacidad de defensa. La hiperconfianza en que no va a pasar nada, la engañosa sensación de inmunidad, la incapacidad de elevar el foco y ver más allá de las cenas y fiestas que les reúnen cada noche mientras Europa se descompone es una constante, un vértigo para el lector que ya conoce el desenlace fatal y un aviso de lección que parecemos no haber aprendido hoy tampoco: el ensimismamiento individual no nos exime del desastre colectivo.

Los odios cruzados también crecen en La gran fortuna: judíos y rumanos no judíos, nazis y comunistas, burgueses y campesinos se miran, recelan, se odian y conviven con las suficientes reglas como para sobrevivir en el mejor de los casos y las insuficientes como para dejar a todos al acecho unos de otros, saltando contra el mendigo, el refugiado, el gitano o cualquiera que amenace las pocas certezas de cada uno. Como ven, más lecciones para la actualidad.

El libro es de enorme belleza narrativa, bien conservada en la traducción de Eduardo Jordá, y contiene una anatomía precisa de las relaciones de pareja insatisfechas, de las reuniones sociales en las que se debaten sobre la bebida o quién paga la cuenta, sobre quién es espía, corresponsal o infiltrado en lugar de asumir la gran jugada alemana y rusa. Manning (Portsmouth, 1908, Londres, 1980) nos somete al frío, a la nieve o nos hace disfrutar del poderoso deshielo o el olor de la primavera mientras nos lleva al cine para seguir los noticiarios de guerra que solo se ven allí, a quién le importa la película. En plena descomposición, primero desaparecieron los noticiarios franceses, luego los ingleses y, cuando llegaron los alemanes, los rumanos se encontraron con escenas de avances heroicos nunca vistos, con tanques que dejaban atrás su visión anacrónica de guerras a caballo y con alemanes guapísimos que las mujeres empezaron a celebrar. Así es la vida.

En la fiesta final antes de la desbandada, una rumana entra en el apartamento donde se celebra: “¿Qué estáis haciendo aquí, ingleses? Habéis perdido la guerra, habéis perdido el imperio, lo habéis perdido todo, pero os dedicáis a hacer ruido y no dejáis dormir a nadie como si aún fueseis un país poderoso”.

El grito de esa rumana, el arco tensado de esta novela autobiográfica escrita en 1960 nos deja la flecha a los pies en esta era nuestra del Brexit y la incertidumbre para señalar a dónde lleva el aislamiento en una burbuja de tu propia fiesta mientras el mundo muere. En aquel entonces, los británicos asumieron su liderazgo y tras replegarse de Dunquerque lograron resistir, luchar y vencer, aunque no lo suficiente como para salvar a Rumanía ni al Este. El mundo, o la mitad del mundo, les importaba. Hoy, las fiestas del Brexit y el ensimismamiento continúan y se hace imposible imaginar una recuperación del liderazgo como el que entonces les hizo coger a Hitler por las solapas y darle su merecido. Por el contrario, parecen clamar de nuevo, como Clarence en 1940: “Estamos atrapados en el lado malo”. No solo de Europa, sino de la historia.

La literatura, como siempre, nos lo dice todo. Y Olivia Manning —que colecciona menciones de Antony Beevor, Anthony Burgess a favor— supo vivir en carne propia y contarnos qué ocurre cuando vence el ensimismamiento.


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