Gran parte de la magia del fútbol radica en su capacidad para producir revanchas y redenciones. Es la cambiante naturaleza de sus emociones, siempre al borde de lo extremo, la que anima al misterio y a la fascinación. Es igual de caprichoso para poner fin a la felicidad y a la tristeza, sin previo aviso ni garantía de continuidad. Cuando esto ocurre, su agitación es más fácil sentirla que explicarla. En eso se encuentra el Barça.
Después de varias semanas de desánimo y bronca, el Barça jugó bien contra el Levante. Ganó con una facilidad inaudita para los tiempos que corren en el equipo. Esta vez, el Levante no se pareció al equipo que tantas veces le ha atormentado. No se sabe si su docilidad invitó al excelente partido del Barça o al revés.
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Cualquiera que fuera la razón, el Barça desmintió que esté obligado a jugar mal, premisa que se ha instalado sin motivo. Recordó al solvente equipo que derrotó 4-2 a la Real Sociedad en el primer partido del campeonato, horas después de la abrupta salida de Messi del club, en medio de los peores presagios, confirmados después, pero no en aquel encuentro contra un rival más que competente.
El Barça desaprovechó su impulso inicial para construir el relato que necesitaba. No hay nadie en el fútbol, y, menos aún, su hinchada, que no esté al corriente de las desgracias que le afligen. Se conocen casi todas y ni los aficionados más optimistas esperan un Barça campeón. En medio de las penurias actuales, sí anhelan una regeneración bien trazada, tanto en el club como en el equipo. No quieren más de lo mismo que han soportado en los dos últimos años: opacidad, desencuentro, conflicto y decepciones.
No se recuerda aquella victoria contra la Real Sociedad porque quedó enterrada en los sucesivos desastres del Barça, en el campo y extramuros. Se prefirió airear las tensiones y desgastar la confianza en el equipo, sometido a un descenso radical en el grado de autoestima. Se prefirió el ruido a la calma, el enfrentamiento al acuerdo y las coartadas a la convicción. Al Barça le ha faltado un discurso claro y aglutinador, indispensable para atravesar la crisis que soporta.
La victoria frente al Levante le devuelve a la posición que ocupó después de derrotar a la Real Sociedad. No le salva de los problemas que le acucian, pero le ofrece la oportunidad de reparar los continuos errores que se han cometido en las últimas semanas. El partido con el Levante desmintió, por ejemplo, un mantra de la última década: la insolvencia futbolística de su cantera.
Siete jugadores, algunos veteranos como Piqué y Busquets, y otros adolescentes, como Gavi (17 años), figuraron en el equipo titular, cuyo principal mérito fue parecerse a lo que se espera del Barça. Tuvo identidad, recursos y nervio. La estelar reaparición de Ansu Fati coronó el partido y elevó la temperatura emocional en el Camp Nou hasta un grado hirviente. Ansu Fati mantiene el ángel que le acompañó en su primer advenimiento, cuando sin cumplir 17 años entusiasmó al barcelonismo. En el segundo, después de cuatro operaciones y 10 meses de ausencia, tardó un instante en marcar un golazo y convocar a la felicidad del barcelonismo.
El Barça recupera la posibilidad de construir una seductora narrativa: un equipo joven, sin vicios adquiridos, vulnerable sin duda, pero con la clase de compromiso y criterio que engancha a la gente. Funcionará si encuentra amparo en el club, si el Barça es capaz de sustituir su vacío mensaje actual por un discurso convincente. Es la clase de oportunidad que el fútbol suele ofrecer para transitar del lamento a la ilusión. O eso, o más ruido y agonía.
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