La escritora Gema Kloppe-Santamaría, en una imagen de archivo.CORTESÍA
La historia se repite cada pocos días. Linchan a un hombre, a dos hombres, a una pareja, los muelen a palos, los atan a un poste. Los queman. La policía llega tarde o no llega. A veces, una muchedumbre irrumpe en la comandancia y se lleva a un par de detenidos, ante la incapacidad de los agentes. No han ido a juicio, ni siquiera pasaron por la oficina del fiscal, pero a los ojos del pueblo son culpables, muy culpables. Tanto como para evitar, aunque sea por una vez, el penoso camino de denunciar, de seguir el caso, de empujarlo, de tratar de que llegue ante el juez y que se dicte sentencia.
Esta semana pasó en Huauchinango, un municipio de la sierra norte de Puebla. Mensajes vía Whatsapp, que alertaban del robo de niños para extraerles sus órganos, tenían a la gente angustiada. Se hablaba de una camioneta blanca, con placas de otra región. Fue la perdición para el abogado Daniel Picazo, que paseaba por allí y se encontró, de repente, frente a una turba. Lo golpearon, lo arrastraron hasta la cancha de la comunidad y allí lo quemaron. Murió sin que nadie tratara de evitarlo.
No hay datos de linchamientos en México. La Comisión Nacional de Derechos Humanos realizó el último conteo, ya hace casi un lustro. La oficina del ombudsman señaló que, en 2018, se habían registrado 178 casos, el triple que el año anterior. Para la académica mexicana Gema Kloppe-Santamaría, la ausencia de estadística fiable es parte del problema. “Aquí no hay una condena suficientemente articulada que le dé visibilidad a las víctimas. Las estadísticas sirven precisamente para entender la dimensión del fenómeno y crear una masa crítica en la opinión pública. Y, además, nos puede dar herramientas para actuar”, argumenta.
Autora de un premiado ensayo sobre los linchamientos en la época del México posrevolucionario, In the Vortex of Violence: Lynching, Extralegal Justice and the State in Post-Revolutionary Mexico, Kloppe-Santamaría ve una continuidad entre aquellos años y estos, precisamente en el caso de los “robachicos”, víctimas habituales de la turba. “Es un caso bien interesante, porque la continuidad entre antes y ahora es impresionante y deprimente en términos de, ¿quiénes son los robachicos? Y, ¿de dónde viene esta ansiedad respecto a este delito en particular?”. La autora, investigadora Marie Curie del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Friburgo, habla con vía Zoom desde Alemania.
Pregunta. Ha estudiado 300 casos de linchamiento para el libro. Me da la sensación, por la información que provee, de que la culpabilidad del linchado en muchos casos parece clara…
Respuesta. De hecho, creo que en la mayor parte de los casos el delito no está comprobado. Hay una confesión, pero los que hemos estudiado el México revolucionario sabemos que se fabricaban culpables, igual que hoy en día. Por lo que el hecho de que haya confesión, no significa que sean culpables. A muchos se les arrebata a la policía, son arrastrados, linchados, antes de ningún juicio. Muchos son casos de robachicos o malas madres o supuestas brujas, esto antiguamente, que las cachan in fraganti [dice irónicamente]. Entonces, alguien circula el rumor y ese rumor, como fuego se extiende y la gente va contra ellos. Pero no hay realmente una prueba.
P. Se hace una pregunta al principio: ¿Por qué en un momento en que se consolida la construcción del Estado moderno [1930 a 1950], con buenos indicadores económicos, los linchamientos no desaparecen?
R. Lo que me lleva a estudiar el fenómeno es el México contemporáneo, el hecho de que los linchamientos son parte de las noticias, del día a día. Partiendo del presente, me interesaba contar la historia. En América Latina, la mayor parte de trabajos sobre el tema afirman que este es un fenómeno nuevo, resultado de las fallas de la democracia, del neoliberalismo. En el caso de México, de la perdida de autoridad del PRI.
Entonces volteo al periodo posrevolucionario, una época central en la fundación del Estado mexicano del siglo XX, cuando se sientan las bases del proyecto hegemónico, político y cultural del PRI. Y ahí, viendo la cantidad de linchamientos, me uno a otros historiadores que han cuestionado la idea de la pax priísta. Estos años son el epítome que sirven para esta narrativa de la pax priísta.
P. No existía la pax priísta y los linchamientos son muestra de ello.
R. Claro. Pero además muestran que hablar de este fenómeno no significa hablar de un Estado fallido o ausente. Son parte de la manera en que se formó la autoridad en México.
P. ¿Qué quiere decir?
R. En México, las autoridades nunca pretendieron el monopolio de la violencia. Siempre buscaron delegar a nivel local, con actores paraestatales o autoridades locales abusadoras, permitiendo que la violencia extralegal fuera usada por una multilplicidad de actores. El Estado priísta nunca buscó monopolizar la violencia, busco administrarla, domesticar formas de violencia que amenazaran el proyecto político del partido hegemónico, pero no eliminarlas. La manera en que los linchamientos han sido leídos es, ‘bueno, esto ilustra la ausencia del Estado, no hay suficientes policías, presencia del Estado o es un Estado en crisis’. Pero no, esto es parte de una larga trayectoria histórica de cómo ha sido la negociación entre Estado y ciudadanos en términos de cómo se administra la justicia.
Papatlazolco, Huauchinango, Puebla. 15JUNIO2022. Lugar donde Daniel Picazo González fue linchado por un grupo de habitantes del poblado de Papatlazolco en el estado de Puebla el viernes 10 de junio de 2022.Rodrigo Oropeza
P. Escribe: “Los linchamientos no son una expresión del rechazo al proyecto modernizador del Estado, sino el resultado de la exposición de las comunidades a la modernidad”.
R. Sí. Hablo del linchamiento como resistencia a esta impronta del Estado, que cobra impuestos, vacuna a la gente, recluta jóvenes para el servicio militar. Pero también hay un proceso de negociación en términos de cómo se va a hacer presente el Estado.
P. Leí hace poco Golondrinas, una crónica ensayo sobre un barrio marginal de Ecatepec y la relación penalizante de los vecinos con el Estado: dependen para el agua, la luz, el asfalto, la seguridad. Y el Estado les falla todo el tiempo. ¿Qué papel juegan los procesos de urbanización acelerados como los que ha vivido México en la prevalencia de los linchamientos como forma de hacer justicia?
R. Ahí el matiz es importante. Porque cuando el Estado se ha hecho presente, lo ha hecho de manera reactiva, punitiva. No se ha hecho presente en términos de infraestructura o servicios. Entonces claro, ¿dónde pasan los linchamientos en Ciudad de México? En Tláhuac, Xochimilco, que tienen un nivel de urbanidad, pero que han sido abandonados selectivamente por el estado.
P. Punitivo, siempre, preventivo, nunca.
R. Exacto. El que debería proveer servicios de salud, transporte digno, etcétera, ese Estado, está ausente.
P. En el libro menciona Puebla, Ciudad de México y Estado de México como la geografía del linchamiento. ¿Por qué?
R. En muchos de estos lugares han sucedido este tipo de eventos por años. En San Miguel Canoa, donde hubo un caso famoso en 1968, lo había habido antes, en la década de 1930, y también en el siglo XIX, en forma de motines. En la sierra norte de Puebla, donde ha sucedido este último caso, ha habido también muchas situaciones así.
Mis números son imperfectos, pero mi interpretación es que en estos lugares se privilegian maneras autónomas de ejercer justicia, por una profunda desconfianza a las autoridades. Y porque tienen un nivel de cohesión muy fuerte. Y luego, son zonas de una tradición de catolicismo militante, donde el sacerdote ocupaba un espacio central y se rechazaban las políticas secularizantes del Estado. Por eso el linchamiento tiene en la raíz una fuerza política conservadora. No son actos de violencia, redentores, revolucionarios. Son actos de control social, se trata de controlar agentes ajenos a la comunidad. Y la figura va cambiando, antes era la bruja, el comunista, el protestante, ahora es el criminal, el robachicos. Y aunque los linchamientos no se articulen en torno a lo religioso, sí queda esa cultura política de sospecha frente al Estado, los extraños.
P. Habla del papel de la prensa como elemento validador de los linchamientos. Menciona un caso, el de un tal Juan Anguiano, que mata a una mujer y sus hijos porque no le querían dar de beber más. La respuesta de la prensa es, casi, casi, pedir que lo maten.
R. Periodistas y editorialistas surgen como actores centrales en la construcción del criminal, chacalitos [asesinos], satiros [violadores], construcciones que le dan legitimidad a estos actos. No solo se hacen eco del encono y la frustración de las personas frente a los criminales, sino que justifican la respuesta violenta y la incitan. Se centran en la brutalidad de estos actos, por ejemplo el caso de Anguiano. Narran con lujo de detalle cómo mata a la mujer, la indiferencia con que reacciona, cuánto pesaba el mazo con el que la mató… Y luego no hablan tanto de la brutalidad de los linchadores, sino del criminal. Eso hace que el linchamiento sea una forma moral de justicia. La inmoralidad del delincuente proyecta el linchamiento como una forma moral de justicia.
P. Una versión distópica de Robin Hood
R. Si, como Fuente Ovejuna. Y una cosa importante. Veo que, históricamente, hay un consenso entre políticos, expertos, periodistas, gente de a pie, en que lo que le ha fallado al Estado es la abolición de la pena de muerte. No hay castigo suficientemente fuerte para estos criminales, por eso es justificable el linchamiento. Y si la gente no los lincha, es justificable aplicar la ley fuga [antigua norma por la que policías podían tirar a matar a criminales que intentaban escapar].
Hoy en día hay que entender el linchamiento como parte de un apoyo continuado a medidas represivas. En casos de secuestro, muchos partidos han planteado rescatar la pena de muerte. Y si no, se habla de castigos mayores contra perpetradores de este tipo de delitos. Quiero decir que este ímpetu punitivo no es exclusivo de los que participan en estos actos: está presente en la opinión pública.
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