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Los maratones de Nueva York y Berlín, cancelados por la pandemia

Corredores del maratón de Boston, durante la edición de 2017. / CRAIG F. WALKER (GETTY)

Cuando la persona tiene tiempo libre puede dedicarse a actividades no esenciales, tales como pensar por pensar y correr por correr. Así nació la filosofía, así prosperó el maratón de Boston, que nació en 1897, solo unos meses después de que el barón de Coubertin inventara la prueba para dar un toque más helénico aún a los primeros Juegos Olímpicos, los de Atenas de 1896.

La filosofía ha resistido, o eso parece, al asalto de la pandemia del coronavirus, pero no así la popular carrera de 42,195 kilómetros que se celebra en la capital de Nueva Inglaterra el tercer lunes del mes de abril (Día del Patriota en Massachusetts, que hasta mediados de los 60 se festejaba siempre el 19 de abril), cuya edición 124ª, la de 2020, después de un primer intento de aplazamiento al lunes 14 de septiembre, ha sido definitivamente cancelada. El unicornio de las medallas de Boston, un símbolo que homenajea al origen escocés de las carreras pedestres y que quiere simbolizar el imposible de perfección que persiguen todos los que se lanzan a correr un maratón, ha encontrado en el virus un imposible impenetrable.

“Éramos un tanto optimistas pensando que para septiembre podríamos poner en marcha un evento tan gigantesco”, explicó Tom Grilk, el director ejecutivo de la Boston Athletic Association (BAA), el club privado de la aristocracia bostoniana que dice que su ciudad es la Atenas del Nuevo Mundo y que organiza la prueba desde la primera edición. Aquel 1897 fueron 25 los inscritos, 15 los participantes, menos de 10 los que terminaron, y un ganador neoyorquino, James McDermott, las 25 millas (40 kilómetros: solo a partir de 1928 se oficializaron las 26,2 millas, 42,195 kilómetros, como distancia única y oficial del maratón) que desde el suburbio de Hopkinton, al oeste, llevaba en cuesta abajo, salvo la terrible subida a la colina de los rompecorazones (Heartbreaking) a los atletas hasta la meta del Oval de la calle Exeter y la lujosa sede de la BAA, donde ahora hay una biblioteca pública. Unos 25.000 espectadores se emocionaron al verlos pasar, según las crónicas de primera página de los periódicos locales. El maratón de Boston, el más antiguo del mundo, ya comenzó como algo importante, y no ha parado de crecer. Para la edición de 2020 había 30.000 inscritos, una cifra limitada tras un duro proceso de selección por marcas mínimas, y se calcula en casi un millón el número de personas que se congrega en las aceras para disfrutarlo y en 200 millones de dólares los ingresos que generan para la ciudad. El maratón devolverá el dinero de la inscripción a los atletas, a quienes valdrán las marcas conseguidas desde septiembre de 2018 para apuntarse a la edición del 19 de abril de 2021.

“Con 100.000 muertos en el país, no podemos hacer algo tan irresponsable como seguir adelante”, añadió Grilk, cuya BAA perderá no solo dinero sino también el orgullo de dirigir una de las grandes competiciones más que centenarias del mundo del deporte que hasta el momento había sido inmune a las suspensiones. Su publicidad oficial resalta que ni las guerras, ni las pestes, ni las catástrofes, nevadas, inundaciones o bombas, como las del atentado de 2013, habían podido nunca con una carrera que presenta, sin saltos de años, su lista de 123 ganadores hombres y 54 mujeres (solo desde 1966), aunque con una pequeña trampa. En 1918, último año de la Primera Guerra Mundial y de la gripe española, el Boston de Dennis Lehane y su huelga de policías de Cualquier otro día, en vez de maratón se corrió una prueba por relevos entre regimientos militares como acción publicitaria para vender bonos para financiar la guerra. Como pequeña venganza, en los años setenta ganaron Jon Anderson y, tres veces, el gran Bill Rodgers, dos objetores de conciencia que aprovecharon el altavoz de la victoria para un discurso antibelicista, y una década antes, en 1966, en los años del movimiento contra la guerra de Vietnam, una hippy se coló en la carrera sin dorsal y la terminó. “Cuando intenté inscribirme, me dijeron que las mujeres no eran capaces de correr un maratón”, explicó Roberta Bobby Gibb, que había llegado en autobús después de un viaje de cuatro días desde California. “Así que me colé para acabar con ese prejuicio”. También disputó Gibb el maratón de 1967, el que pasó a la historia por la foto del oficial de la BAA intentando echar de la carrera a Kathrine Switzer, la joven que sí había logrado inscribirse y corría con dorsal, pues su lucha no era demostrar que la mujer podía con la distancia sino exigir que se las dejara participar a todas las que quisieran. Solo en 1972 se abrió Boston a las mujeres.

Por eso, dicen todos los que también entienden del Barça, el maratón de Boston es más que un maratón. “El mayor orgullo para un bostoniano es ganar el maratón de Boston”, dice la maratoniana olímpica Shalane Flanagan, que ganó una vez en Nueva York pero nunca en su ciudad. Que una mujer pueda pensar en ganar en Boston, y sentir un tremendo chute de empoderamiento, lo debe a sus capacidades y a su entrenamiento, pero que pueda pensar en participar se lo debe a las pioneras de 50 años antes.


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