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Los más fieles de la Diada: “La independencia pasa por la gente, hay que presionar de nuevo”


Son los más fieles. Independentistas llegados de toda Cataluña para manifestarse en Barcelona. Al margen del contexto político de cada año. Admiten que hay desánimo. Lo entienden, incluso. Pero llevan una década sin faltar a la cita y no faltarán. La Diada, en su calendario, significa manifestarse. Han vivido el auge del soberanismo, su punto álgido y ahora, muy críticos con los políticos y especialmente con el Govern, consideran que hay que seguir presionando desde la calle. Confían poco o nada en la inminente mesa de diálogo entre los gobiernos catalán y español. Están cansados de pedir unidad a los políticos catalanes para materializar la independencia. Pero creen que la llama la mantiene “el pueblo”.

Es el ánimo que marcó la manifestación de la Diada este sábado en Barcelona. Hubo un ambiente menos festivo, menos gente, menos autocares (en 2019 hubo 1.200, este año 215), menos grupos numerosos con familias enteras y varias generaciones… pero ellos no faltaron. Y pancartas caseras .”Basta de mentiras con la mesa de diálogo”, “Hemos votado independencia, no una mesa” o “Políticos catalanes, tomad la iniciativa ante el Estado español”.

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“Aquí estamos, para apoyar un año más la independencia, al margen del contexto político, que no se piensen que nos hemos cansado, sabemos que la lucha será larga”. Lo decía Joaquim Sabater, de Esparreguera (Barcelona), llegado en una comitiva de moteros. En su camiseta, el lema “Motards independentistes. Seguem cadenes”, parafraseando Els Segadors, el himno de Cataluña. “La mesa no está dispuesta a dialogar”, considera, “quizás la independencia es una quimera, pero la sociedad debe tomar conciencia, porque al final es una cuestión de democracia: de poder votar”. “Sí que hay desánimo, antes venía con mi familia y ahora vengo solo”, lamentaba.

De una estación de tren salía dos amigos que estrenan mayoría de edad y vienen de La Selva del Camp (Tarragona). Arnau Llambrich es uno de ellos, estudia el grado de ciencias políticas y tiene discurso: se refería al paro juvenil, las dificultades de emancipación y el déficit fiscal, y resolvía que “la solución es la independencia”. “Estuvimos muy cerca, pero es normal que a la primera no lo consigamos, fuimos ingenuos ante el Estado”, afirmaba Llambrich, que cree que “no hay que ir a la mesa, es perder el tiempo”. “Madrid es desesperante, con el actual Gobierno teníamos la oportunidad de oro porque gobierna en coalición y ERC se lo ha votado todo. Es un error, en Madrid, no te consideran un problema hasta que no lo eres. Esto pasa por la sociedad civil, por la gente, hay que presionar de nuevo”, es su conclusión.

Su amigo, Jordà Masdeu, consideraba “vital manifestarse en un momento de horas bajas: es el momento de ver cuántos somos, reagruparnos y volver a combatir”. “Hay que manifestarse para presionar. Aquí no conseguiremos la independencia, pero sí que los líderes políticos vean que estamos”, añadía Masdeu.

En la calle de Pau Claris se bajaban de un autocar llegado desde Vic parejas y amigos en torno a los 60. ¿Por qué se manifiestan? Montse Torres lo explicaba así: “Como cada 11 de septiembre, para reivindicar nuestra identidad y la independencia”. Josep Maria Albert añadía: “La independencia. La pedimos el 52% de la población, no voy a entrar en si quien tiene que llevarla a término lo hace o no”. Josep Vilalta remataba: “Ahora parece que esté lejos, pero puede haber cambios en función de lo que diga el Tribunal Europeo [de Derechos humanos, en relación a la sentencia del Tribunal Supremo que encarceló a los líderes del procés]”.

Este año, en cambio, no bajó en autocar desde Malgrat de Mar (Barcelona) Montse Martínez, que por primera vez se desplazó en coche. “No he fallado nunca. Este año se trata de hacer fuerza, de demostrar que estamos, que no nos rendimos, aunque no tenemos un líder”. ¿Confía en la mesa de diálogo? “Qué va”, respondía Juan García, granadino que lleva 40 años en Cataluña. “Se aprobó con Torra, y no hay nada, es un cuento, no hay diálogo ni lo habrá. Si el PSOE dialoga pierde las elecciones y entra la ultraderecha, la democracia deja mucho que desear”, decía, y sentenciaba moviendo la cabeza: “Los catalanes son muy pacíficos y quieren la independencia con diálogo”.

Entre las pocas familias enteras que bajaban este año de los autocares estaba la de Joaquim Calvo, de Valls (Tarragona): “Desanimados no estamos, estamos cabreados, nos han dado por saco. Llegamos al 1 de octubre [el referéndum] y en vez de tirar del hilo, los políticos dieron marcha atrás”. Su hija Mónica preguntaba: ¿Si somos el 52% en el Parlament, lo lógico sería estirar hacia adelante, no?” Tampoco confiaban en la mesa de diálogo. Ni en las ofertas de inversiones, como los 1.700 millones del aeropuerto de El Prat: “El dinero que nos ofrece Madrid sale de nuestros impuestos, ¡es nuestro!”.


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