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Los más vulnerables en Beirut tras la explosión: los niños


Es, sin duda, la peor guerra que hemos vivido en nuestros servicios de emergencia”. Así describe George Dabah, médico jefe de los servicios de urgencia del hospital Hôtel Dieu de Beirut las horas que siguieron a la explosión que el martes sacudió la ciudad y destrozó la zona del puerto de la capital libanesa. Las víctimas mortales son ya al menos 145 y más de 5.000 los heridos. Con 20 años de experiencia en las salas de emergencia de este hospital, Dabah ha sido testigo de los estragos causados por docenas de atentados con coche bomba y de la guerra de 2006, entre el partido milicia chií Hezbolá e Israel, cuyos bombardeos dejaron más de 1.200 muertos, la mayoría civiles, y millares de heridos.”Ni siquiera durante la guerra civil [de 1975 a 1990] se afrontó semejante caos con tan pocos medios”, remacha.

Este es uno de los cinco hospitales universitarios de Beirut con mayor número de camas y especialistas. Todos son privados, en un país donde la sanidad pública representa solo el 15%. A las puertas del centro Hôtel Dieu llegaron 500 heridos junto con 14 cadáveres después del estallido en un depósito que almacenaba 2.750 toneladas de nitrato de amonio. Acuciados por la peor crisis económica en el país en medio siglo, Dabah se lamenta de la falta de reservas de medicamentos y de divisas para importar fármacos básicos para la sala de operaciones, reanimación o incluso anestesia.

Entre los heridos del martes llegó inconsciente Rita, en estado crítico con una fractura de cráneo. Justo a la hora de la explosión —pocos minutos después de las 18.00, hora local (una menos en la España peninsular)— tenía cita en la peluquería para hacerse la manicura. Esa fue la última vez que su marido, Ziad el Khoury, tras 20 años de matrimonio, habló con ella. La onda expansiva propulsó a Rita contra la pared de la peluquería y las sillas que salieron volando. Una ambulancia la trasladó al hospital, donde ingresó como paciente anónimo. El Khoury, de 50 años, ha visto cómo su negocio de importación de material antiincendios se hundía con la economía y la libra del país, pero no podía creer que todo podía ir a peor. Tras recorrer la noche del martes todos los hospitales de Beirut, no logró dar con su mujer.

”Volver a casa, mirar a mis dos hijos adolescentes a la cara y decirles que no sé qué ha sido de su madre fue lo más duro”, relataba este jueves desde las puertas de la UCI del Hôtel Dieu. Desfigurada por el trauma, ninguna enfermera reconoció a su mujer a pesar de que El Khoury les enseñó su foto. Finalmente les dio los datos de cómo iba vestida y que “había optado por un esmalte rosa muy llamativo” en la manicura, prosigue. Fue ese esmalte el que permitió identificar a Rita. En 48 horas, El Khoury sabrá si su mujer sobrevive o no. En la interminable espera asegura que no puede perdonar a la clase dirigente de Líbano, a la que responsabiliza de la explosión por su negligencia. El material químico lleva seis años en el puerto. “Cuando te han violado siete veces, es imposible perdonar al violador “, zanja.

En las salas de espera los familiares y enfermeros se protegen con máscaras mientras los casos de covid-19 alcanzan sus peores cifras desde el inicio de la pandemia con 200 nuevos casos diarios, 70 muertos y 5.672 infectados.”En los próximos 10 o 15 días veremos si la tragedia va a ser doble con la expansión del virus”, avisa Dabah, tras relatar que ha sido ”imposible mantener las medidas de protección”. Un 30% de los pacientes fueron directos a reanimación y el hospital ya no disponía de pruebas del virus. Durante las horas de rescate, cientos de personas entraron también en contacto directo para salvar las vidas de otros sin protección alguna. Las emergencias del Hôtel Dieu se vieron desbordadas, y la situación se vio empeorada por la destrucción parcial del hospital Geitawi y completa del de Saint Georges, ambos los más próximos al lugar de la explosión. “Fue el peor día de mi vida”, rememora el médico de urgencias del Saint Georges Subhi Fares entre bolsas de suero y 350 camas cubiertas de polvo y sangre. “Atendí a tantos como pude en la calle, entubando, reanimando mientras mis compañeros evacuaron a todos los pacientes de las nueve plantas a centros médicos en otras ciudades”, explica.

Fue en la planta novena, salpicada de charcos de sangre entre pegatinas de Bob Esponja pegadas en la sala de pediatría, donde murieron cuatro de sus compañeras enfermeras por la brutal onda expansiva. Con ellas perdieron la vida 14 pacientes. A pocas calles de allí, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha inspeccionado este jueves los barrios más afectados por el siniestro. Le han escoltado docenas de militares libaneses que han actuado de barrera frente a más de un centenar de manifestantes que gritaban “¡revolución”, “¡abajo el Gobierno corrupto!”, “no les deis ayudas a nuestros dirigentes!”. Otros han intentado hacerse un selfi con el líder francés. “Cuando el corazón del Líbano es golpeado, el de Francia también lo es”, ha dicho el mandatario durante su visita, en la que ha prometido una investigación independiente y ayuda al Líbano. Lo ha hecho en un barrio de Ashrafie, corazón cristiano de Beirut, mayoritariamente francófono y con estrechos lazos con la diáspora libanesa afincada en Francia. Los pocos políticos y ministros libaneses que se presentaron en la zona siniestrada fueron recibidos con pedradas, abucheos y botellazos.

Pobreza

Con una economía ya de rodillas antes de esta última tragedia y las arcas estatales diezmadas y sin divisas, Líbano no puede hacer frente a una reconstrucción de la zona devastada ni afrontar la emergencia sanitaria —Rusia abrió este jueves un hospital de campaña, al que seguirán otros financiados por Qatar, Marruecos, Jordania e Irán, según el Ministerio de Salud—. Así lo ha admitido el Gobierno. El gobernador de Beirut, Maruan Abboud, ha elevado a entre 8.000 y 12.000 millones de euros la factura de los daños, que han afectado a media ciudad y expulsado temporalmente de sus hogares a una sexta parte de los 2,2 millones de habitantes de Beirut. Líbano acumula una de las mayores deudas externas del mundo, unos 76.000 millones de euros, que equivalen al 170% del PIB. La crisis ha exacerbado la desigualdad social en un país (de seis millones de habitantes, de ellos 1,5 millones de refugiados sirios) donde el 5% detenta más del 65% de la riqueza y cinco de las seis fortunas libanesas en la lista de 2019 de la revista Forbes son políticos.

”Ojalá fuera un misil lo que ha provocado la explosión”, afirma Musa Fares, ingeniero de 46 años cuyo mejor amigo ha perdido un ojo y una oreja. “Nos darían un poco menos de repugnancia nuestros líderes que si se trata de otra negligencia”, arremete. Muchos coinciden con él. La explosión ha realimentado las protestas antigubernamentales que habían perdido fuelle durante la pandemia. La rabia ha vuelto a unir a clases y confesiones diferentes en un río de manifestantes y voluntarios con una misma exigencia: echar a los políticos que llevan 30 años en el poder. “No esperamos nada del Gobierno más que se vaya y nos deje reconstruir el país que nos merecemos”, dice Marua, universitaria de 24 años. Deja unos cristales en un contenedor. Apenas se va, una mujer de unos 60 años rebusca en el mismo sitio. Un pequeño pero creciente ejército de mendigos recorre la ciudad.


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