“Por fin, por fin”, exclamaron casi al unísono Raffaele y Corrado, dos jóvenes militantes de Hermanos de Italia que, frente al hotel Parco dei Principi, esperaban (con mucho tiempo por delante) la llegada de Giorgia Meloni. “Lo siento por quienes nos precedieron, los que durante décadas lucharon contra corriente y mantuvieron viva la llama para que nosotros, hoy, pudiéramos ver la victoria”, dijo Corrado.
No eran aún las diez de la noche, los colegios electorales seguían abiertos y no existía ningún dato oficial que confirmara la victoria de Giorgia Meloni y su partido, Hermanos de Italia, heredero de los herederos (Movimiento Social Italiano y Alianza Nacional) de la antigua ideología fascista. Una ideología que, según los dos muchachos, de unos 20 años y ataviados con ropa deportiva, “pudo estar bien para su época, pero ya no, por favor, hace un siglo de todo aquello”.
La victoria, pese a la hora, estaba clara. Raffaele y Corrado mostraban en las pantallas de los teléfonos los sondeos a pie de urna que solo se podían hacer públicos pasadas las once, una vez cerrados los colegios e iniciado el recuento. “Todos los sondeos lo dicen, hemos ganado ampliamente”, proclamaban.
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Y volvían a la cuestión del fascismo, que ha perseguido a Meloni a lo largo de toda la campaña. “Giorgia lo ha repetido una y otra vez, nosotros somos un partido de derecha democrática, nacionalista (”nacionalista en el buen sentido, en el sentido patriótico”, matizó Raffaele), que solo piensa en mejorar Italia después de tanto tiempo en decadencia”, explicó Corrado, que mostraba los modos y la soltura de un futuro dirigente político.
El caso es que los dos chicos estaban solos frente a un hotel de cinco estrellas, el Parco dei Principi, en una zona no demasiado céntrica, el carísimo barrio del Parioli de Roma, y sin otra compañía que muchos periodistas, muchos guardaespaldas y mucha policía. Ningún dirigente, ninguna bandera, nada. No parecía el lugar más apropiado para que la militancia celebrara el triunfo, la primera victoria en unas elecciones generales desde que, en 1946, se fundara el Movimiento Social Italiano con los restos del naufragio fascista a los que, 30 años más tarde, aún bajo el mando de Giorgio Almirante, empezó a sumarse algún partisano antifascista (fue el caso de Enzo Giacchero) en nombre del anticomunismo.
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Gianfranco Fini fue el Moisés de la ultraderecha italiana. Fue él quien, ya fallecido Almirante, rompió con el posfascismo y creó un partido de extrema derecha, Alianza Nacional, capaz de integrarse en las instituciones republicanas. Silvio Berlusconi, al año siguiente, integró a la joven Alianza Nacional (aupada por un 13% de los votos) en su coalición y la llevó al Gobierno.
Fini acabó peleándose con Berlusconi, forzó su caída y provocó una crisis que lo destruyó a él y casi destruyó su formación. Giorgia Meloni, la dirigente más carismática para las juventudes del partido, suele recordar el gran esfuerzo que le costó entonces evitar una fuga masiva de militantes, especialmente los de menos edad, que no comprendían el viaje hacia el centro de Fini y su ruptura con Forza Italia, cuya consecuencia fue la formación de un Gobierno de centro-izquierda.
A partir de entonces, la joven Meloni y el viejo Ignazio La Russa (cuyo hermano provocó el otro día una situación embarazosa, al hacer el saludo fascista en un entierro) alentaron la creación de otro partido, más a la derecha que Alianza Nacional, pero menos condicionado por la herencia mussoliniana: el crecimiento de partidos similares en Europa, como el Frente Nacional francés, ayudó a normalizar lo que finalmente se llamó Hermanos de Italia, recurriendo a la primera frase del himno nacional.
Pero Hermanos de Italia fue, hasta estas elecciones, un partido relativamente marginal. Hace cinco años apenas superó el 4% del voto. El crecimiento reciente hay que atribuírselo a Meloni, que se negó a respaldar el Gobierno técnico de Mario Draghi (cosa que, con la perspectiva actual, resultó un acierto) y supo adquirir protagonismo.
En una campaña electoral fláccida, sin novedades ni gran interés ciudadano, lo único destacable fue Meloni. Porque entusiasmó a los suyos. Porque atemorizó a los adversarios políticos (y a las instituciones europeas). Y porque supo utilizar el humor, cosa fundamental en las redes sociales. Su último vídeo en TikTok, justo antes de la votación, fue una maravilla de simplicidad y desfachatez: Meloni, con dos melones ante sus pechos y un guiño. No hacía falta más. En el anterior, explicaba que quien no quisiera votar a Hermanos de Italia debía tomar la papeleta y tachar con una cruz el símbolo del partido (la llama fascista). Y otro guiño. Porque así es precisamente como se vota.
Giorgia Meloni había anunciado que votaría por la mañana. Llegó al colegio electoral, vio muchos periodistas y se marchó. Decidió que votaría por la noche, justo antes de que se cerraran las urnas. La noticia recorrió las redes. Fue la enésima demostración de que sabe ya comportarse como una estrella.
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