Escena I. Madrid, 1935. Cae la tarde. Está a punto de desatarse una tormenta. Tiempos convulsos en España. Antonio y Manuel Machado escriben una obra de teatro sobre una heroína de la Revolución Francesa. Antonio escribe con tinta negra y deja caer descuidado la ceniza de su cigarro. Manuel anota con lápiz negro un diálogo entre Susana Montalbán y el abate Llerena, trasuntos de dos controvertidos personajes históricos, Teresa Cabarrús y el abate Marchena, traductor de las obras de Voltaire y Rousseau.
Los investigadores Antonio Rodríguez Almodóvar y Rafael Alarcón han tenido en muchas ocasiones la sensación de contemplar esa escena de los hermanos Machado escribiendo una obra de teatro que se creía perdida: La Diosa Razón. Durante años se han sumergido en los miles de papeles del Fondo Machadiano que la Fundación Unicaja compró a los herederos en 2018. Allí se encuentra el último rastro de los escritores sevillanos: borradores con textos inéditos, cartas, documentos y fotografías. Un tesoro que está siendo reconstruido con paciencia, pero que en ocasiones se ha revelado como un intrigante rompecabezas.
El trabajo de ordenación no ha sido fácil. En ocasiones parece una novela de suspense, una trama detectivesca en la que van apareciendo pistas que permiten completar el puzle del misterio de la escritura. Lo que se había hallado en los papeles del legado era una copia realizada por José Machado, hermano de los autores. Pero había lagunas, aparecían intercalados textos de El hombre que murió en la guerra y faltaba el final. Poco a poco se van descubriendo borradores y notas dispersas. Y las piezas van encajando. Ahora por fin la Fundación Unicaja acaba de publicar La Diosa Razón en una edición realizada con Alianza en la que, además de mostrar esta obra de teatro inédita, nos permite descubrir el proceso de escritura a cuatro manos de los hermanos Machado con sus anotaciones, dudas y tachaduras.
Probablemente una de las cosas más valiosas que aporta este legado —además del hallazgo de textos inéditos— haya sido esa imagen de los autores trabajando como uno solo. Una realidad que este país se ha empeñado en traicionar durante años. Durante décadas funcionó como coartada para algunos el argumento de que en los Machado se resumía esa idea de las dos Españas. Algunos textos de Antonio y Machado elegidos con intención perversa servían para confirmar esta idea: el corazón helado de las dos Españas, la pluma que valiera la pistola de Líster, la sonrisa resplandeciente del nuevo caudillo de la Reconquista. Si nos damos cuenta, no son más que coartadas frágiles y malintencionadas. Y el trabajo de urgencia de dos poetas abrumados por las circunstancias.
Dependiendo de a qué generación pertenezcamos habremos entronizado a Antonio o a Manuel. Yo estudié después del franquismo así que fue Antonio el protagonista de nuestras lecciones: Antonio Machado el Bueno. Manuel era el traidor, el mal poeta, el que fue aupado a los altares por la dictadura. Todo lo contrario de lo que habían estudiado las generaciones anteriores donde el cobarde, el que huyó, el equivocado había sido Antonio frente a su hermano Manuel que siempre fue fiel a las esencias españolas. Yo no sé si ahora se lee a Antonio y a Manuel Machado en las escuelas. Sospecho que a ninguno de los dos. Sin embargo, creo que Manuel ha resucitado del infierno al que fue condenado en los primeros años de la democracia. Y en un exceso de optimismo pienso que ya se lee a los dos sin los prejuicios del pasado.
Ahora que vivimos un tiempo de extremismos intencionados, de propaganda y clichés ideológicos leer a Antonio y a Manuel con la misma pasión podría ser un recetario sanador para esta época. Y eso es justo lo que encontramos en estos papeles machadianos. La factoría Machado se desvela en estos papeles como una de las historias más auténticas, generosas y hermosas de nuestra literatura. Una historia fraternal aliada con la literatura. Si nos damos cuenta, este país tiene una potente tradición de hermanos unidos por la pluma: los Machado, los Bécquer, los Argensola, los Valdés, los Goytisolo. Por cierto, ojalá alguien se decidiera a dedicarle una serie a las sagas familiares de nuestros genios como tan bien saben hacer en el mundo anglosajón.
Volvamos a la escena del comienzo. Antonio Machado está abstraído en un momento de la escritura; quizás pueda expresar la angustia de Susana/ Teresa Cabarrús dándole la vuelta a uno de sus versos de los Proverbios y Cantares: “Hoy es siempre todavía”. Sin darse cuenta deja caer ceniza en el papel provocando una pequeña quemadura en su borde izquierdo. Y ahora, casi un siglo después, en ese mismo papel que aún huele a tabaco leemos a la Diosa Razón en medio del estrépito de la Revolución: “Ayer es nunca jamás”. Antonio Machado apaga el cigarro y suspira convencido de la belleza que contiene esa metáfora del tiempo.
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