A media mañana del sábado, el camión que llevaba los muebles de Sergio Mattarella de Roma a Palermo recibió una llamada y tuvo que dar media vuelta. Los partidos italianos, incapaces de llegar a un acuerdo después de seis días de votaciones y enormes discusiones, han tenido que pedir al actual jefe de Estado que reedite su mandato (siete años) y permanezca en el cargo. Será, como mínimo, hasta que haya elecciones y se forme un Parlamento menos fragmentado. La repetición de Mattarella es una victoria para Italia en un momento muy delicado en el que se protegerá la estabilidad y a figuras como Mario Draghi, que podrá terminar su trabajo al frente del Ejecutivo. Pero es también una derrota tremenda para los partidos y para la política italiana, incapaz de encontrar relevos y llegar a nuevos acuerdos.
Mattarella, en caso de aceptar la propuesta, será el segundo presidente de la República que repite en el cargo. Y lo hará de forma consecutiva a su predecesor, Giorgio Napolitano, que se encontró en una situación similar hace nueve años. La diferencia, sin embargo, es que esta vez ha habido una cierta promoción parlamentaria de su candidatura. Un movimiento construido desde algunas bancadas en las últimas horas “Era la única solución posible para tener unida a la mayoría. Si los líderes tenían que buscar la unanimidad, la única solución era promover un movimiento desde abajo para elegir a Mattarella”, señala Stefano Ceccanti, diputado del PD y uno de los diseñadores del plan.
La decisión es un nítido síntoma del estado comatoso en el que se encuentra la clase política italiana. La paradoja, en cambio, señala que permitirá salir airosos a casi todos los partidos y mantener la insólita estabilidad de la que ha disfrutado el país en el último año justo cuando los mercados comenzaban a ponerse nerviosos. Mario Draghi, la otra opción favorita, podrá seguir hasta el final de legislatura en el Ejecutivo para terminar las reformas en las que ha embarcado al país, de las que dependen la llegada de los más de 200.000 millones de euros que la Unión Europea ha asignado a Italia para el periodo pospandemia. El Partido Democrático siempre apostó por Mattarella y una gran parte de la derecha también. Un hombre, sin embargo, sale muy tocado de la partida.
Matteo Salvini, jefe de la Liga, queda profundamente herido en un proceso al que entró autoerigido en una suerte de kingmaker y del que salió como un líder político escaso, sin liderazgo ni visión política para los grandes procesos. Todos los nombres que propuso fueron rechazados y, además, lastimó enormemente la imagen pública de dos pesos pesados de las instituciones como la presidenta del Senado, Elisabetta Casellati, y la jefa de los servicios secretos, Elisabetta Belloni. Propuso ambos perfiles sin tener apoyos suficientes y bajo la premisa de que eran “mujeres”. Hizo un flaco favor a la igualdad de género en las instituciones con sus frágiles argumentos y expuso la división que existe en el seno de la coalición de derechas (Forza Italia, Liga y Hermanos de Italia), que sale echa pedazos de esta contienda.
Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia, no oculta ya su lejanía con las decisiones tomadas por Salvini. Mattarella, que suponía la continuidad y alejar las elecciones anticipadas que buscaba en esta jugada la heredera del partido posfascista Movimiento Social Italiano, era la única opción que no quería. Tampoco en sus filas se disimula ya el desprecio por la valía política del líder de la Liga en las grandes ocasiones. “No está a la altura. Siempre que cree que puede ser decisivo, como pasó en agosto de 2019 en el Papeete, la caga”, dice sin contemplaciones un histórico miembro de Hermanos de Italia. La división es total.
Solo en la historia constitucional solo Giovanni Gronchi en 1955 surgió de una ola de apoyo parlamentario de este tipo. Fue un candidato disidente que votaron algunos de los miembros Democracia Cristiana contra la línea oficial del partido. Y poco a poco todos fueron uniéndose. “Vino impuesto desde abajo. Y lo importante es que el Parlamento ahora ha encontrado el camino”, insiste Ceccanti.
La situación ha cambiado enormemente y revela un problema endémico. En la llamada Primera República, cuando los partidos eran fuertes, solían ser los presidentes quienes querían repetir en el cargo, pero las formaciones se lo impedían para no entregarles demasiado poder. Hoy sucede justo lo contrario: los presidentes como Mattarella solo quieren marcharse a su casa a descansar, pero los partidos son incapaces de reemplazarles.
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