Durante la Segunda Guerra Mundial, el nazismo llevó a cabo una brutal persecución contra judíos, discapacitados, homosexuales, gitanos y cualquier persona que ellos no consideraran “pura”. Todos permanecieron encerrados como prisioneros en campos de concentración y fueron sometidos durante años a las torturas más inimaginables. Entre estas prácticas destacan los experimentos nazis con humanos, cuyo final solía ser la muerte o desfiguración de los mismos. Una de las figuras más representativas de esta atrocidad es Josef Mengele, el encargado de realizar los experimentos en el campo de concentración de Auschwitz.
Experimentos con gemelos
Los experimentos con gemelos eran muy frecuentes durante el nazismo. Con ellos estudiaban las diferencias y similitudes en su genética. Mientras comprobaban los límites del cuerpo humano al ser manipulado de forma antinatural.
Bombas incendiarias
Los presos también eran utilizados como sujetos de prueba para evaluar el efecto de las quemaduras del fósforo o el napalm, extraídas directamente de las bombas incendiarias empleadas durante la Segunda Guerra Mundial.
Trasplantes sin anestesia
Los nazis investigaron la regeneración y el trasplante de músculos, nervios y huesos en prisioneros sin ningún tipo de anestesia. Muchos de ellos salieron de la operación completamente mutilados tras una horrible agonía.
Esterilización
El Dr. Clauberg realizó durante varios años diversos experimentos de esterilización, con el objetivo de ahorrar tiempo y esfuerzo en un proceso tan complejo. Más de 400.000 individuos fueron víctimas de este estudio, siendo la radiación el tratamiento más exitosos de todos. Los prisioneros eran engañados y esterilizados sin que ellos nunca lo supieran.
Efectos de la congelación
Los nazis forzaban a los sujetos a permanecer en un tanque de agua helada o a la intemperie con temperaturas bajo cero. Los prisioneros elegidos eran jóvenes rusos o judíos con un buen estado de salud. Para comprobar la temperatura corporal, les introducían una sonda aislada en el recto.
Veneno
En el campo de concentración de Buchenwald, los presos ingerían veneno oculto en sus comidas con fines científicos. Aquellos que sobrevivían un tiempo adicional eran asesinados para acelerar la autopsia. Se llegaron incluso a utilizar balas envenenadas durante las sesiones de tortura.
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