Tiene casi 10 millones de habitantes. Su economía depende mayoritariamente de la UE y es uno de los países que más fondos recibe del club comunitario. Es un país con un sentimiento nacionalista muy fuerte, con el que ha sabido jugar muy bien su primer ministro, Viktor Orbán. Hace años, la influencia internacional y estratégica de Hungría era mínima. Pero todo cambió cuando Orbán arrasó en las elecciones de 2010. Desde entonces, el líder ultraconservador ha ido moldeando poco a poco el país con una serie de leyes que cuestionan e incluso erosionan los principios y valores sobre los que se fundó la Unión Europea. “Este hombre está destrozando Europa”, sentencia Katarina Barney, vicepresidenta del Parlamento Europeo. Ahora más que nunca Bruselas quiere frenar una deriva que está creando escuela en otros países miembros, como Polonia. La cuestión es cómo puede hacerlo.
La última ofensiva de la UE para frenar al primer ministro húngaro ha sido la propuesta de vincular los fondos de recuperación por la pandemia con el cumplimiento del Estado de derecho. Un plan que todavía no acaba de concretarse, ni de aprobarse por falta de acuerdo entre los Veintisiete y por el rechazo rotundo de Hungría y de Polonia. Este estancamiento de la activación de la ayuda está poniendo nerviosos a los Gobiernos de España o de Italia, que la necesitan cuanto antes para salvar la economía de sus países. Además, el 30 de septiembre, la Comisión Europea publicaba el informe sobre la situación del Estado de derecho en todos los países de la UE. Y Hungría salió bastante mal parada.
En ese informe, la Comisión apunta a la falta de independencia del poder judicial húngaro después de años de reformas como el adelantamiento de la edad de jubilación de los jueces. También señala los escasos mecanismos de control para investigar los casos de corrupción en los que están involucrados funcionarios de las altas esferas del país, o la cuestionada ley de medios, con la que el Gobierno húngaro lleva años aglutinando medios de comunicación afines bajo el paraguas de una fundación gubernamental de manera que ha ido restringiendo el pluralismo y poniendo en peligro la libertad de prensa, según han denunciado asociaciones como Reporteros sin Fronteras o la propia OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa).
“El respeto de las normas europeas no tiene discusión. No hay diferentes maneras de interpretar el Estado de derecho. No podemos ceder ni un milímetro”, sostiene Barley por videoconferencia desde la ciudad alemana de Trier. No lo ven así desde sus filas. “Orbán no cree en el sueño europeísta donde prácticamente los Estados miembros desaparecen. Él busca lo mejor para su país y si tiene que dar la batalla, lo hará”, defiende desde Budapest Eniko Gyori, exembajadora de Hungría en Madrid. Esa visión de una Europa menos integradora, con un discurso anti inmigratorio exacerbado, ha calado en partes de la UE. Países como Polonia, Bulgaria o República Checa se sienten identificados con la retórica del líder húngaro. Y esto hace mella en Bruselas, donde Orbán se está convirtiendo en un talón de Aquiles del proyecto comunitario. La cuestión es: ¿cómo ha llegado tan lejos el Gobierno húngaro en el seno de la UE?
“Hace unos años era absolutamente impensable que tuviéramos estos problemas con un socio dentro de la UE. No hay unas reglas claras para reprimir a los miembros que incumplen los derechos fundamentales. Ya se vio con la activación del expediente sancionador a Hungría a través del artículo 7 del Tratado de Lisboa que se ha quedado estancado por la falta de acuerdo en el Consejo Europeo.”, sostiene por teléfono Shada Islam, directora del centro de estudios Friends of Europe. Un expediente que se aprobó en el Parlamento Europeo en 2018 tras la publicación del informe Sargentini, donde se detallaba la vulneración de los principios fundamentales por parte de Hungría con leyes tan polémicas como la ley Stop Soros, que criminalizaba a las ONG que ayudaban a los inmigrantes que llegaron al país centroeuropeo en la crisis de refugiados de 2015.
La mayoría de los analistas consultados cree que la única manera de frenar a Orbán es con sanciones económicas. “El equipo de Orbán tiene un perfecto manejo de las leyes comunitarias, sabe por dónde pueden sortear las normas, es muy difícil sancionar legalmente a Budapest con el derecho europeo en la mano. La única manera de frenarlo es con las sanciones económicas, pero esto dañaría la imagen de la UE en Hungría. Es un callejón sin salida”, sostiene desde Florencia Stefano Bottoni, autor del libro Orbán, un déspota en Europa.
Esa falta de consenso entre los países miembros, junto a la mayoría absoluta con la que gobierna Hungría desde hace una década, han sido las principales bazas de Orbán para implantar lo que él califica como una “democracia iliberal”. “Se trata de un sistema autoritario donde los partidos minoritarios y la sociedad civil apenas tienen voz por la maquinaria propagandística del régimen, que gobierna a golpe de referéndums populares y donde cada vez hay menos gente que quiere participar en la vida pública”, considera Zsuzsana Szelenyi, excompañera del primer ministro húngaro en el partido Fidesz.
Hace mucho tiempo que Szelenyi abandonó esta formación, creada como un partido liberal de universitarios demócratas en 1988 en los albores de la caída comunista y que pronto lideró un joven Viktor Orbán. “El partido viró del liberalismo hasta el centro-derecha político hasta acabar siendo una formación ultraconservadora cristiana radical donde solo tiene voz la figura del líder”.
Legitimado bajo el paraguas de los populares europeos
El viraje hacia la derecha hizo que Fidesz acabara en las filas del Partido Popular Europeo (PPE), donde ha pasado de ser l’enfant terrible al que muchos reían la gracia con sus salidas de tono a convertirse ahora en el socio más incómodo de la gran familia conservadora europea. Pero Fidesz es un socio que les garantiza 13 escaños en el Europarlamento en un momento en el que viven sus horas más bajas. Una cifra lo suficientemente jugosa como para no expulsarlo. Este periódico ha contactado con algunas de las figuras clave del partido, pero ninguno ha querido pronunciarse sobre Orbán. Un silencio significativo que muestra el choque de trenes que hay en el seno del PPE sobre un socio incómodo que legitima su acción bajo el paraguas de sus siglas.
“Orbán es un gran estratega que ha sabido aprovecharse del frágil juego político de la UE”, asegura el historiador húngaro-italiano Stefano Bottoni. “Durante años estuvo muy arropado por la CDU de Merkel. Desde su ingreso en la UE, Hungría se convirtió en el mayor fabricante de coches alemán. La política neoliberal de Orbán, con bajos salarios y sin presión sindical fue un caramelo para la élite empresarial de Berlín. Todos salían ganando”, explica Bottoni. Esa connivencia ha sido posible hasta que el discurso populista y eurófobo del Viktator (como le conocen en su país) ha empezado a ser indigerible.
La idea húngara de abandono por parte de Europa
La mayor parte de países del Este que ingresaron en la UE en 2004 tienen una visión de la UE más económica que política. Una idea arraigada en parte por el sentimiento de abandono de Europa occidental durante los años de dictadura comunista tras la Segunda Guerra Mundial. La retórica nacionalista tiene mucha fuerza los países del Grupo de Visegrado, del que forma parte Hungría. La percepción de abandono por parte de Europa se arrastra desde el Tratado de Trianon en 1920, tras la desintegración del imperio austrohúngaro, por el cual el país centroeuropeo perdió dos tercios de su territorio. Una herida que todavía supura en la sociedad húngara.
La crisis económica de 2008, que afectó duramente a Hungría, no hizo más que aumentar ese rencor enquistado. Al igual que Grecia, los húngaros también fueron rescatados por el FMI, el Banco Mundial y la UE. Miles de familias sufrieron las consecuencias de la austeridad, estallaron contra una clase política corrupta y volvieron a sentirse abandonados por Europa. Un cóctel perfecto que explica por qué Orbán arrasó en las elecciones de 2010.
“Pero los húngaros son muy prácticos, desean estar en la UE, así lo demuestran las encuestas. Lo que no queremos es que nos impongan cómo tenemos que vivir”, recalca Eniko Gyori, exembajadora húngara en Madrid. Los partidarios de Orbán insisten en que Bruselas respete su soberanía como ellos respetan las normas comunitarias. “Cuando hemos tenido algún conflicto hemos acudido al Tribunal de Justicia europeo y acatado siempre las sentencias”. Efectivamente, los analistas reconocen que Hungría cumple los dictámenes del Tribunal, pero cuando llega la resolución el daño ya es irreparable.
Ha pasado esta semana con el fallo del Tribunal de Luxemburgo, que ha declarado ilegal la ley de creación de centros docentes del Gobierno de Orbán diseñada para expulsar del país a la Universidad Central Europea de Budapest, fundada por su archienemigo George Soros. El veredicto avala la denuncia presentada por la Comisión, pero llega demasiado tarde. La prestigiosa institución se mudó hace un año a la vecina Viena después de años de litigio. “Hay una ofensiva muy fuerte de la UE contra Hungría y este país siempre ha cooperado con las instituciones comunitarias. Orbán ayudó a frenar la crisis migratoria, pide más integración en ese sentido, pero Bruselas no asume que el mundo ha cambiado, que los países quieren su soberanía”, sostiene el periodista y también director del instituto de educación privado Matthias Corvinus Boris de Budapest, Boris Kalnoky. “Y no deben olvidar que los húngaros apoyan a su líder porque ahora tenemos más influencia que nunca”, concluye.
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