Contento, pero extrañado. Así dice sentirse el coreógrafo Nacho Duato (Valencia, 63 años) tras saber que se le ha concedido el Max de Honor 2020, que es como el Oscar honorífico de las artes escénicas españolas, que organiza la Fundación SGAE. “Este tipo de premios los tengo asociados a personas mayores y venerables, algo que yo no me siento en absoluto. Por otra parte, hace mucho tiempo que no trabajo en España y que mis obras no se ven aquí. Pensé que la gente ya se habría olvidado de mí”, comenta en una entrevista con este diario poco después de conocer la noticia. “No es falsa modestia. Nunca he sido modesto, eso lo sabe todo el mundo. Pero la verdad es que no me lo esperaba”, asegura.
El premio le llega justo cuando se cumplen 10 años de su tormentoso cese como director de la Compañía Nacional de Danza (CND), después de dos décadas en el cargo. En este tiempo desde que dejó CND el coreógrafo ha vivido exiliado de la escena española. En 2011 se mudó a San Petersburgo para hacerse cargo del ballet del teatro Mijáilovski, de 2014 a 2018 dirigió el Ballet Estatal de Berlín y ahora tiene su centro de operaciones en Madrid, aunque pasa varios meses en San Petersburgo, porque ha vuelto a hacerse cargo del Mijáilovski, y largas temporadas en su Valencia natal, donde ha pasado el confinamiento por el coronavirus. “El contrato que tengo con el Mijáilovski es ideal porque me permite no pasar los inviernos allí, cosa que yo llevaba muy mal. He agradecido poder pasar el encierro en Valencia, en una casa con terraza y muchas plantas. No puedo quejarme de nada”, dice como para sí mismo.
¿Y no ha echado de menos bailar? “Para nada, yo ya he bailado mucho. Y la última vez que lo hice sobre un escenario, a los 55 años, no me sentí bien”
Sorprende ver tan apaciguado a Duato, que siempre ha sido tan batallador, especialmente para reivindicar más recursos para la danza en España, justo en este momento en el que el sector está paralizado y afronta un futuro incierto. “Está claro que vamos a ser los últimos en reengancharnos a la normalidad y seguramente lo pasaremos peor que otros colectivos. Se puede interpretar un aria con un tenor en una esquina del escenario y la soprano a cinco metros, pero hacer el paso a dos de El lago de los cisnes sin tocarse ni abrazarse no tiene sentido. Pero esto pasará y volveremos. Muchos se quedarán por el camino, de la misma manera que tantos otros han tenido que cerrar sus negocios y otros han muerto”.
En su caso, ha tenido que cancelar cinco estrenos y muchas funciones en las que se interpretaban obras suyas han sido eliminadas. Entre las que más pena le han dado están las que tenía previstas en los Teatros del Canal de Madrid con el Mijáilovski, pues era un programa compuesto por varias obras suyas bailadas por rusos. “Pero repito: no tengo derecho a quejarme. Claro que echo de menos el teatro, mis giras, los estrenos. Pero hay que relativizar, esto no es nada comparado con los dramas que hemos visto en los últimos meses, tantos mayores que han muerto en soledad, familias haciendo cola para pedir comida”, insiste.
Es posible que se retrase también la presentación de su versión de La bayadère, en Rusia, prevista para otoño. Y también la primera pieza que va a crear para la CND después de su salida, su definitiva reconciliación con la que fue su casa durante tanto tiempo.
¿Se verá reflejada la pandemia en sus nuevas creaciones? “No lo creo. Es cierto que, por ejemplo, mi obra Herrumbre nació de los atentados del 11-M y la guerra de Irak, pero por el momento no tengo intención de hacer nada de ese tipo. Posiblemente sea algo introspectivo, pero no por el contexto, sino porque hace años que mis obras son más bien introspectivas. Cuando empecé la coreografía era para mí una ventana al mundo, pero poco a poco esa ventana se fue cerrando hasta convertirse en una puerta no ya al exterior, sino hacia dentro”, explica.
¿Y no ha echado de menos bailar? “Para nada, yo ya he bailado mucho. Y la última vez que lo hice sobre un escenario, a los 55 años, no me sentí bien”, asegura. Y dice que ahora baila con los pinceles, pues en los últimos años ha dedicado mucho de su tiempo libre a pintar. “Empecé a pintar porque necesito volcar mi creatividad en algo. Me encanta trabajar con el Mijáilovski, pero el ballet clásico no es donde yo siento que me expreso mejor, eso solo lo pude hacer de verdad con mis bailarines en la CND. El verdadero Nacho Duato no está en La bella durmiente, ahora está en mis cuadros”, afirma. Ha expuesto ya en Madrid y está en conversaciones con Art Basel, la mayor feria de arte del mundo, para participar en su próxima edición.
El coreógrafo recibirá su Max de Honor en una gala que se celebrará el 7 de septiembre, en lugar del 30 de junio como estaba previsto, que se prevé emotiva por la difícil situación que el confinamiento ha dejado a la profesión. Así lo desea el propio Duato: “Espero que sea una fiesta alegre por nuestro reencuentro y que no se convierta en un alegato. Necesitamos también celebrar que estamos vivos y seguimos aquí”.
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