A veces César Rivas duda si quedarse en su finca de café o regresar a Estados Unidos. A simple vista, su parcela, a la sombra de mandarinos, naranjos y bananos, no parece parte de la típica imagen del Corredor Seco centroamericano, una de las zonas más sensibles al cambio climático. “En estos tiempos nos está golpeando más fuerte el clima, a veces llueve demasiado y otras hay mucha sequía”, confirma el productor, que a sus 40 años está al frente de cuatro hectáreas en Santa Cruz Analquito, a unos 45 kilómetros al este de la capital de El Salvador. “La mayoría tiene al menos un familiar que ya se fue al norte”, zanja.
En los últimos años, el café ha dejado más pérdidas que ganancias a quienes lo cultivan en el país del bitcoin. Para muchos caficultores como Rivas, es más una forma de resistencia que de ganarse la vida. “Mi papá ha tenido toda su vida estas tierras, él nos enseñó a cuidarlas y ahora como sea estamos tratando de sobrevivir con el café”. Pero son pocos los que subsisten en este negocio.
Mi madre y yo no queremos perder esta finca, porque siempre me dice que algún día el café va a valer. Y es la esperanza que nos mantiene, que un día valga tanto para que otros no se tengan que ir a la capital u otro país
Marlyn Crespín, cafetera de 36 años
Lo que más preocupa a los 24.000 productores salvadoreños es la caída en picado de los precios del café, dada la sobreproducción de Brasil. La gravedad es tal que en 2019 el Foro Mundial de Productores de Café alertó que podría desatarse una “crisis humanitaria”. “El proceso de empobrecimiento de los productores está destruyendo el tejido social en las áreas rurales, lo que lleva a un aumento de la criminalidad en las naciones productoras, a una mayor pobreza en las ciudades y a migraciones masivas hacia Estados Unidos y Europa”, se lee en la declaración firmada por 35 países.
Lo que más preocupa a los 24.000 productores salvadoreños es la caída en picado de los precios del café, dada la sobreproducción de Brasil
La crisis climática también pone en jaque la producción salvadoreña y agobia cada vez más a los productores. Precisamente, el café que cultivan es 100% arábica, una variedad que a diferencia de la robusta es altamente sensible al clima. Y lo hacen dentro del Corredor Seco, que abarca la mayor parte de El Salvador y donde el clima no sabe de puntos medios. “Las producciones han bajado drásticamente por tanta sequía o los mismos excesos de lluvia”, explica Lilian Moreno, gerente de la Cooperativa Cuscatlán, que procesa el café de la familia Rivas y exporta el 70% al mercado internacional. “Ha sido difícil mantenerlo, porque es un cultivo de una sola cosecha al año y tiende a resentirse si no tiene agua oportunamente”.
El cultivo de café es una tradición arraigada de las familias. César Rivas (a la derecha) se fue a Estados Unidos durante cuatro años y regresó a El Salvador para estar al frente de la parcela de café que su padre le heredó en Santa Cruz Analquito, una pequeña localidad rural al este de la capital. La mayoría de caficultores tiene más de 50 años.Sally Jabiel
En medio de estas alteraciones es natural que se propaguen plagas tan despiadadas como la roya. A fines del 2012, este hongo amarillo marchitó los cafetos de Centroamérica, siendo para El Salvador el peor brote de los últimos 50 años. Acorralados por la necesidad, muchos caficultores, sobre todo jóvenes, abandonaron sus tierras y emigraron al norte. “Acá después de la enfermedad daba miedo, las fincas estaban desapareciendo”, recuerda Carlos Napoleón Moreno, productor de café de altura en Guadalupe, a las faldas del volcán Chinchontepec. “Los jóvenes ahora no quieren quedarse, temen que vuelva a pasar algo como la roya y también los precios siguen muy bajos”, agrega el agricultor de 64 años, cuya familia reside en Estados Unidos. “Mis hijos me dicen: ‘Papá, vos más lo que trabajás y nosotros ganamos más’. Quieren que me vaya, pero yo no me voy, amo mi finca y la naturaleza”.
Mis hijos me dicen: ‘papá, vos más lo que trabajás y nosotros ganamos más’. Quieren que me vaya, pero yo no me voy, amo mi finca y la naturaleza
Carlos Napoleón Moreno, productor de café de altura en Guadalupe
Moreno sabe lo que hace el café a favor del Corredor Seco. “En nuestras fincas somos el reservorio de agua y el pulmón del país”, dice. Y lo respaldan estudios como el liderado por la Fundación Salvadoreña para Investigaciones del Café, que estima que cada hora los cafetales aportan a los mantos acuíferos 500,5 m³ de agua. “Nuestros hijos deben aprender el amor por esta naturaleza, porque el único futuro es ella”.
De la crisis de esa plaga, en 2016 surgió el Programa Centroamericano de Gestión Integral de la Roya del Café (PROCAGICA) en Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y República Dominicana. Durante cinco años, esta iniciativa, financiada por la Unión Europea y ejecutada por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), ha colaborado con unos 7.300 caficultores de la región para que resistan mejor al cambio climático.
Entre sus acciones, por ejemplo, se diversificaron los cultivos de café con hortalizas y frutales, con lo cual cerca del 90% de productores reportaron nuevas fuentes de ingresos. En cuanto a la roya, el 99% logró un control efectivo de la enfermedad que rebrotó en 2020 tras los huracanes Amanda, Eta e Iota. “Transferimos tecnologías para que los pequeños productores resistan ante los nuevos ataque de roya, porque está mutando constantemente dadas las condiciones climáticas”, indica Luis Marroquín, técnico del proyecto en El Salvador. “También fortalecimos la red de alerta temprana que se activa, según los parámetros de medición de la enfermedad, para la toma de decisiones en cada uno de los países”.
El café salvadoreño es de la variedad arábica, que a diferencia de la robusta es muy sensible al cambio climático. Es cultivado dentro del Corredor Seco donde las condiciones del clima son extremas.Sally Jabiel
Sin embargo, la producción del café ha ido quedando en manos ya envejecidas debido a la migración. Un éxodo que para el 2050, si las previsiones más pesimistas del Banco Mundial se cumplen, podría contarse en 3,9 millones de migrantes climáticos en México y Centroamérica. “El Salvador tiene un alto índice de migración, pero cada quintal de café que se cosecha también tiene el potencial de generar nuevos empleos y evitar así que más jóvenes se vean obligados a abandonar sus tierras y emigrar por falta de ingresos”, precisa Marroquín. De ahí que, entre los caficultores del programa, por lo menos un 10% son más jóvenes que la media que ronda los 50 años y más.
Uno de ellos es Inés Alberto Martínez en Ciudad Barrios. En sus 33 años ha visto a compañeros y familiares partir a Estados Unidos, mientras él trabajaba la tierra que le dejó su padre. “Me heredó un terreno baldío”, aclara. Esa parcela fue seleccionada por PROCAGICA de ejemplo para otros caficultores de esta zona de la Cordillera del Cacahuatique. Además de la plantación de frutales que dan sombra al café, allí se probó un biofertilizante de bajo costo que elaboran de forma artesanal los mismos productores. “Vimos una gran mejoría del cafetal: de lo que sacábamos 50 sacos, gracias al proyecto el año pasado llegamos a 117 sacos”, afirma. “Ahora quienes han emigrado al norte, están comprando su pedacito de terreno y cuando regresen ya tendrán su finca de café aquí”.
Los productores han aprendido a hacer sus propios biofertilizantes y foliares con PROCAGICA, los cuales reducen los costos y son menos dañinos con el ambiente.Sally Jabiel
Para Jessica Martínez, secretaria de la Cooperativa Ciudad Barrios, este tipo de experiencias estimula a los jóvenes. “Lo que necesitan en este momento no es que les demos todo, sino que sientan que se les apoya. Hemos tratado que los hijos de los productores también se involucren y aprendan a hacer los biofertilizantes, foliares e insecticidas orgánicos para que vean que esto es por el medio ambiente y por el amor a lo que sus padres les dejaron”.
Eso fue lo que más animó a Marlyn Crespín a unirse al programa. A sus 36 años está a cargo de una finca en Laguneta que le dejó su padre en herencia al morir hace nueve años. “El café lleva un fuerte trabajo de un año, pero si nos ponemos a hacer cuentas, terminamos pagando más de lo que ganamos”. A pesar de esto, la productora sí ve futuro en el café. “Mi madre y yo no queremos perder esta finca, porque siempre me dice que algún día el café va a valer. Y es la esperanza que nos mantiene, que un día valga tanto para que otros no se tengan que ir a la capital u otro país”.
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