Imagino que nada se rige por la casualidad en la programación de los festivales. Acostumbran a exhibir las películas que consideran más poderosas en el fin de semana y reservan para el final las que parecen no optar a premios. Con excepciones. Existe algún caso en el que la Palma de Oro de Cannes se le concedió a alguna película postrera, cuando la mayoría del personal se había largado o ya había preparado las maletas. Creo que fue en la última jornada cuando vi aquí hace tanto tiempo la lírica, desesperada y genial Léolo. Mi emoción permanece con ella. No le otorgaron ningún galardón. Su belleza tampoco los necesitaba.
La Sección Oficial se ha despedido con dos títulos que giran alrededor de la locura. En un caso, la de un asesino psicópata. En el otro, la de un trágico bipolar. Demasiada intensidad para el agobiado espectador. Ambas son visibles y audibles, pero reconozco que verlas en continuidad me ha dejado enormes ganas de acceder a la normalidad.
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Nitram, la dirige el australiano Justin Kurzel y retrata unos hechos que fueron pavorosamente reales. Ocurrieron en 1996, en Tasmania, en la ciudad de Port Arthur. Un fulano se cargó a 35 personas, a gente que no conocía. El personaje que describe Justin Kurzel es inquietante, introvertido y rarito, pero no parece estar habitado por un monstruo. Se siente obsesionado y desea venganza por la humillación y el fracaso que sufrió su padre, al que finalmente no le vendieron, después de estar apalabrada, la casa de sus sueños. Y mantiene una relación extraña con una mujer mayor y rica, que vive en una mansión rodeada de animales y que le hará su heredero. Le gustan las armas y compra demasiadas en un país que después de la masacre que cometió este tío impondría leyes duras y restrictivas sobre la venta de estos instrumentos de muerte. Hay terroristas que escudan sus barbaries en razones religiosas o patrióticas. Pero los solitarios que perpetran matanzas de gente inocente no acostumbran a ofrecer argumentos sobre sus motivos. Son el mal en estado puro. Calificarlos de locos es demasiado esquemático.
Los intranquilos está dirigida por el belga Joachim Lafosse. El personaje que la protagoniza no es una bestia, solo un enfermo bipolar, un pintor enamorado de su mujer y de su niño, vitalista y alegre. Eso en las épocas relativamente controladas. En las malas se convierte en un peligro anfetamínico para sí mismo y para los que le rodean. Sufre como un animal, va acelerado hasta extremos tenebrosos, el insomnio le machaca, lo que hace y dice únicamente tiene sentido para su torturado y enloquecido cerebro. Lafosse lo cuenta de forma verosímil. También habla después de la infinita depresión, del estado vegetativo al que le lleva una medicación que intenta contener a sus demonios y devolverle la cordura, pero que le deja en estado pasivo y con las emociones congeladas. No sé qué opinará la psiquiatría del retrato que hace esta película de la bipolaridad. Pero el espectador puede salir angustiado.
El jurado lo preside Spike Lee, para mi gusto un director sobrevalorado y un personaje con perpetua tendencia al histrionismo y al numerito. Acostumbro a no acertar casi nunca en mis predicciones sobre los premios. Las únicas películas con las que he disfrutado en la sección competitiva han sido Un héroe, de Asghar Farhadi, y Tres pisos, de Nanni Moretti. La organización de este Cannes ha sido caótica, pero tampoco guardaré memoria del cine que ha ofrecido.
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