Los seguidores de las teorías conspiranoicas se sienten especiales, arropados y heroicos

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La ciudad entera iba a ser arrasada por una inundación divina. Esa era la profecía que se cumpliría el 21 de diciembre de 1954 y que había llevado a los más devotos creyentes de la secta a vender sus posesiones y a esperar que los platillos volantes los rescataran. Un grupo de psicólogos, comandados por Leon Festinger, vieron una oportunidad dorada de analizar cuál sería la reacción del grupo cuando las naves no llegaran y se infiltraron en él. Tenían una intuición: al llegar la gran decepción, los más fervientes no dejarían de creer e incluso reafirmarían sus dogmas. En efecto: llegado el momento, y tras la confusión inicial, se convencieron de que la divinidad se había conmovido por sus rezos y había detenido el castigo. A partir de aquí se desarrolló el concepto de la disonancia cognitiva: cuando el cerebro se enfrenta a una contradicción de ese calibre entre los hechos y las creencias, o niega los unos, o corrige las otras. Era imposible no recordar el libro de Festinger Cuando las profecías fallan al ver a los miembros de QAnon llorar y lamentarse durante la toma de posesión de Joe Biden como presidente de EE UU. Estaban esperando el arresto de todos los demócratas, pero esos platillos volantes nunca llegaron.

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