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Los seguidores del presidente autoritario tunecino defienden su Constitución: “¿De qué sirve la democracia si un país es pobre?”

Los seguidores del presidente autoritario tunecino defienden su Constitución: “¿De qué sirve la democracia si un país es pobre?”

En un día de riguroso verano, con los termómetros rozando los 40 grados en buena parte de Túnez, pocas colas se registraban el lunes en los colegios electorales para participar en el referéndum sobre la nueva Constitución patrocinada por el presidente tunecino, Kais Said. En cambio, las playas estaban a reventar en el último día del puente dedicado a la Fiesta de la República. Con la mayoría de la oposición boicoteando la consulta al considerar que solo servirá para cimentar la senda autoritaria de Said, la aprobación de la nueva Ley Fundamental está asegurada. Ahora bien, su legitimidad dependerá sobre todo de la tasa de participación.

Una parte de los electores parece más motivada por votar contra la clase política tradicional, y sobre todo contra el movimiento islamista Ennahda, que en apoyar al presidente Said. “El presidente lo ha hecho regular, pero lo importante es que no vuelva al poder Ennahda. Son unos terroristas”, espeta Sonia, una abogada de mediana edad en referencia a la cláusula que otorga al Estado un cierto monopolio de la religión en detrimento de los partidos. “No creo que esta Constitución lleve al país a una dictadura, como dice la oposición. Ahora bien, lo principal es la paz y la seguridad. ¿De qué sirve la democracia si un país es pobre?”, asevera.

“Aunque Ennahda tuvo menos ministros que algunos partidos menores después de 2014, es visto como el gran responsable de los malos resultados económicos de los últimos 10 años”, sostiene Seifeddine Ferjani, un analista crítico con Said que destaca que el control de los medios por parte del presidente y las campañas de desinformación ayudan a explicar la polarización existente entre la opinión pública. “No ha habido un verdadero debate antes del referéndum. Se ha dicho a la gente que la Constitución traerá cosas buenas, que nos liberará de los traidores y los mercenarios, pero no se explica cómo por sí sola pondrá fin a la crisis económica”, añade Ferjani.

Said, un político independiente de 64 años elegido presidente en 2019, se arrogó plenos poderes hace exactamente un año, amenazando la continuidad del experimento democrático tunecino, el único surgido de las Primaveras Árabes. El presidente ha justificado sus “medidas excepcionales” en la necesidad de librar al país de la clase política “corrupta” que lo ha gobernado durante los últimos diez años de transición.

Tan solo un pequeño grupo de partidos de la oposición ha pedido el no en el referéndum, por lo que cuesta encontrar votantes contrarios a la nueva carta magna. “Espero que esta nueva Constitución sea de transición, porque me temo que nos encamina hacia una dictadura. Yo estuve a favor de las medidas del 25 de julio del año pasado, era necesario un cambio. Pero no así, no puede ser que el presidente acapare todo el poder y no rinda cuentas ante nadie. Por eso, él no ha sido mi opción”, comenta Walid, un consultor en desarrollo.

Según Farouk Bouaskar, presidente del ISIE (la Junta Electoral), solo un 27,5% de los electores inscritos en el censo, es decir, casi 2,5 millones de personas, habían votado a las 22 horas, Para estimular la participación, esta vez las autoridades han ampliado la franja horaria habitual de apertura de los colegios, que fue desde las 6.00 hasta las 22.00. Los resultados del voto de los tunecinos residentes en el exterior apuntan a una baja participación, pues se situó alrededor de solo el 6% al final de la segunda de las tres jornadas de votación. En las últimas legislativas, rozó el 20%. Se espera que el ISIE anuncie los resultados definitivos en la tarde del martes.

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Un aspecto que no ha cambiado en este referéndum respecto a las elecciones presidenciales o legislativas es la poca afluencia de jóvenes en los colegios. Aida, una veinteañera que trabaja de administrativa, es una excepción. “Los últimos diez años han sido catastróficos. Necesitamos un cambio. No queremos que vuelva el Parlamento [disuelto por Said]”, explica al lado de su madre en la escuela de primaria Abd Rahman Bin Mami, en el suburbio capitalino de la Marsa. Aunque asegura haberse leído el proyecto de Constitución, no es capaz de concretar qué aspectos positivos aporta respecto a la anterior, aprobada en 2014, en plena transición democrática.

Según los expertos, el núcleo duro de los seguidores de Said se encuentra entre las clases populares, preocupadas por la carestía. “El presidente es un hombre sencillo y temeroso de Dios. Él piensa en el pueblo, no como los políticos, que tan solo quieren ocupar la poltrona”, opina Mohamed Fawzi, un humilde jubilado de 64 años ataviado con una descolorida gorra. “Con el mismo dinero que antes podías llenar la cesta de la compra, ahora no puedes ni comprar un kilo de carne. Las cosas no han mejorado mucho en un año, pero se requiere paciencia”, apostilla antes de subirse a su bicicleta y despedirse: “¡Me voy a dar un baño, que hace mucho calor!”. La playa parece ser el único punto de encuentro para una sociedad dividida por el proyecto político personalista del presidente Said.

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