Los socialdemócratas alemanes se lo juegan todo a una carta en las elecciones generales de septiembre: Olaf Scholz. Ministro en el primer gabinete de Angela Merkel, secretario general del SPD, exitoso alcalde de Hamburgo y ahora responsable de Finanzas y vicecanciller, Scholz, de 62 años, no vende precisamente renovación. Todo lo contrario. Su oferta es la experiencia, la confianza, décadas de gestión que la nueva líder de Los Verdes, Annalena Baerbock, la candidata con mayor empuje en los sondeos ahora mismo, no tiene. El propio Scholz se encargó de recordarlo el domingo, cuando fue refrendado en un congreso virtual del SPD con el 96,2% de los votos: “Me presento como candidato a la cancillería porque estoy convencido de que sé hacerlo”. Tener buenas ideas es una cosa, “pero hacerlas realidad es otra”, señaló en una nada velada referencia a Los Verdes, líderes en intención de voto a poco más de cuatro meses de unos comicios que marcan el inicio de la era post-Merkel.
Scholz es uno de los políticos alemanes mejor valorados en las encuestas, destaca el politólogo Gero Neugebauer, de la Universidad Libre de Berlín. De ahí que el SPD, socio de la coalición de gobierno que encabeza Angela Merkel, esté construyendo una campaña muy centrada en él y no tanto en el partido. “La sociedad está cambiando, los votantes también, y el SPD ha perdido la capacidad de atraer votos de distintas sensibilidades como hizo anteriormente”, señala. Scholz no destaca por su carisma, pero la gestión del coronavirus dio un fuerte empujón a su popularidad el año pasado. De su ministerio, el de Finanzas, salió la lluvia de millones que apaciguó a empresas, trabajadores y autónomos cuando la actividad económica se paralizó por la pandemia. Scholz sacó “el bazuca” –así lo llamó él- en los primeros compases de la crisis, saltándose el rigor presupuestario que siempre había defendido y reforzó su imagen de gestor eficiente que sabe reaccionar cuando la situación lo requiere. Scholz también ha defendido junto con su homólogo francés el fondo europeo de ayudas que empezará a fluir en julio.
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Sobre esa base de confianza y gestión quiere ahora construir la precampaña el SPD, que busca volver a acercarse a los trabajadores, a los problemas del día a día. Una de las principales promesas electorales es la subida del salario mínimo a 12 euros la hora (actualmente está en 10,5), algo que beneficiaría a 10 millones de empleados con sueldos bajos. Los socialdemócratas se presentan con muchas propuestas en materia de vivienda, como la construcción de 400.000 nuevas al año –una cuarta parte sociales-, y quieren establecer por ley un tope a los alquileres, que no deberían incrementarse por encima de la inflación en las zonas tensionadas durante cinco años. También ofrecen reformas fiscales, de forma que las grandes fortunas contribuyan en mayor medida a sufragar el Estado del bienestar.
Tras las políticas sociales, las medioambientales ocuparon buena parte de la intervención de Scholz el domingo. La lucha contra el cambio climático será una cuestión clave de la campaña electoral, especialmente después de que el Tribunal Constitucional obligara hace unos días al Ejecutivo a mejorar la ley de protección del clima. Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero “es la misión humana esencial de este siglo”, aseguró el candidato. Las encuestas muestran que el calentamiento global está entre las principales preocupaciones de los alemanes. El SPD va tercero en intención de voto, muy por detrás de los Verdes, que han superado a los conservadores. Se mueve entre el 14% y el 16%, mientras los ecologistas rondan el 25% a 26%, uno o dos puntos porcentuales más que el partido de Merkel.
El SPD aceptó a regañadientes en 2017 volver a unirse a los conservadores en otra Gran Coalición, la tercera con Merkel al frente. Muchas voces en el partido auguraban la pérdida de votos entre los trabajadores. Scholz encarna a la corriente más centrista del partido socialdemócrata, la que confiaba en recoger sufragios entre los votantes que llevan 16 años refrendando en las urnas la moderación de Merkel. El partido, sin embargo, tomó otro camino en diciembre de 2019. Scholz se presentó a la presidencia, pero perdió ante el tándem izquierdista que representan Saskia Esken y Norbert Walter-Borjans. Las diferencias ideológicas no han impedido que esa dirección respalde como candidato al vicecanciller, sin duda la figura más popular del partido. La suya fue la primera candidatura que se anunció, en agosto pasado, aprovechando el tirón de la gestión de la pandemia.
Scholz no contempla volver a ser el socio menor con los conservadores, aunque defiende que su presencia en el Gobierno de coalición ha permitido sacar adelante políticas sociales. Durante su discurso en el congreso cargó contra la Unión, como se conoce la suma de la CDU de Merkel y su partido hermano bávaro CSU. Los acusó de estar instalados en el pasado, de “bloquear el camino hacia el siglo XXI” y de impedir las reformas que necesita el país, como la digitalización y la descarbonización, con una energía basada en tecnologías renovables. “Tengo un plan para el futuro”, dijo. “Otros no tienen ninguno”, aseguró en referencia a los conservadores, que hasta hace unas semanas no tenían candidato y que todavía no han presentado su programa electoral. Scholz busca distanciarse del partido de Merkel, muy castigado en las encuestas por varios escándalos de comisiones y por la pelea pública para elegir candidato. Como ellos, el SPD acusa la crisis de los partidos mayoritarios en Alemania.
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